Emerald, la usurpadora del trono [ya A La Venta]

ж Capítulo XIV: Tras la pista de cuervo (I) ж

La clase de Herbolaria fue larga y tediosa para Emerald. era alguien muy diestro en el arte del cuidado de las plantas, eso era innegable, pero su voz pausada provocaba que más de uno cabeceara durante la hora de clase. No fue sino hasta que pidió a todos que se pusieran frente a una maceta que ella logró despertar del todo.

Julian, por supuesto, se había acomodado justo al lado de ella. No decía mucho; es más, se quedó callado la mayor parte del tiempo. Pero en cuanto Emerald cometía algún error en la mezcla de fertilizantes para la tierra, era el primero en decírselo para evitar que matara a la planta que le tocaba cuidar.

Después de eso, las demás materias fueron de lo más normales. Como era la primera semana, y en algunos cursos eran una amplia variedad de alumnos, las presentaciones consumían la mayor parte del tiempo. Había que reconocer, sin embargo, que la capacidad de memoria de los profesores era asombrosa, a ella aún le costaba recordar el nombre de algunos de sus compañeros de dormitorio.

Conforme pasaban los días y se acercaba cada vez más el tan esperado viernes, Draven y Emerald no podían evitar sentirse nerviosos, aunque los motivos que les quitaban el sueño eran completamente diferentes para cada uno de ellos.

Ella ansiaba llegar a la clase de Hechicería, ya que al añadir su marca tendría acceso al laboratorio para conseguir los materiales que necesitaba. Draven, por su parte, sentía pavor de que la primera hora del viernes llegara porque sabía que le iría fatal.

Sin embargo, aquel pesar se veía disipado cuando se enfocaba en la siguiente materia, que era dictada por Greyslan: la clase de Estrategias I. En ella se verían las caras con los virtuosos.

—¿Estás preparado? —preguntó Emerald mientras colocaba una mano sobre el hombro de su compañero.

—La verdad, no. —El muchacho se removió incómodo a medida que aprisionaba el cuaderno contra su pecho—. Dindarrium Gregory me pone los pelos de punta.

—¡Buenos días! —Julian apareció justo a su lado y esbozó una amplia sonrisa—. Es un hermoso día, ¿no lo creen? —preguntó, mas solo obtuvo algunos monosílabos en respuesta.

—¿Qué clase tienes primero, Julian? —Draven se puso en medio de Emerald y él para disminuir la tensión del aire.

—Hechicería —respondió y de inmediato observó a Emerald.

—¿De verdad? Pensé que tendrías otra materia.

—Mi horario no es tan diferente al de ustedes. De hecho, la mayoría de la clase Virtuosa tiene Hechicería justo ahora.

—Qué motivador —dijo la princesa, quien había dejado escapar un suspiro involuntario.

—¿Qué motivó que entraran a Hechicería? —preguntó Julian cuando pasaba por su lado—. No quiero sonar grosero, pero... hay ciertos encantamientos que requieren de magia.

—Para ser buenos guerreros, debemos aprender la mayor cantidad de cosas posibles —respondió enseguida Emerald, quien se había adelantado un poco.

—Interesante. —Fue lo único que dijo él antes de continuar con su camino.

En ese punto, Draven era el único que podía entablar una conversación común y corriente con Julian. Emerald se ponía nerviosa, no lograba actuar con naturalidad cuando el pelinegro rondaba cerca de ella.

Al llegar al salón, los de la clase Virtuosa, quienes se encontraban sentados cerca de la pizarra, guardaron silencio y se quedaron observando al grupo que acababa de entrar. Trellonius, que estaba conversando de forma amena con una muchacha de cabellos blanquecinos y ojos celestes, detuvo su conversación y esbozó una sonrisa sarcástica.

—Creía que no era posible oler el fracaso, pero veo que estaba equivocado.

Emerald apenas lo observó de soslayo con desinterés y tomó asiento en uno de los bancos de la última fila. Draven hizo lo mismo y Julian, contra todo pronóstico, se sentó justo en el asiento libre que estaba frente a ellos.

—¿Qué pasa? —preguntó Trellonius de forma sarcástica—. ¿Les comió la lengua un duende?

—¿Estabas hablando? —exclamó Julian, quien se encontraba cruzado de brazos—. Pensé que estaba escuchando rebuznar a algún animal.

—Tú no te metas, gitano.

—¿Es el único insulto que conoces? —El pelinegro reposó los codos sobre la mesa y colocó su cabeza sobre la palma—. Escucharte repetir lo mismo cada vez que nos cruzamos solo es un indicativo de lo tonto que eres, Trellonius.

El rostro del muchacho se puso rojo de ira, pero cuando estaba a punto de ponerse de pie para lanzar algún tipo de encantamiento, la puerta se abrió de forma estrepitosa y dejó a la vista a Dindarrium Gregory, quien los observó con desdén a ambos. Julian le dirigió en ese punto una mirada indescifrable, pero estaba más que claro que el maestro no se dejaría amilanar por el hecho de que él fuera el hijo de su rey.

—Guarden silencio —indicó a medida que caminaba hacia el pizarrón. Una vez allí, sujetó un trozo de tiza y escribió en él «encantamiento paralizador».

Todos observaron atentos. Nadie parpadeaba y no se oía ni siquiera el sonido de la respiración de los presentes.

—Díganme las bases para realizar de forma correcta un encantamiento paralizador sin matar a su víctima. —Su voz retumbó imponente y generó un temblor casi generalizado.

—El requisito más importante es encontrarse a una distancia adecuada de la persona a la que se le lanzará el hechizo —respondió Julian de inmediato, y Dindarrium se limitó a asentir.

—Correcto —dijo de forma escueta; luego, volvió a sujetar la tiza y dibujó a dos personas, una parada frente a la otra—. Ahora, ¿quién puede decirme cómo es posible evadir este hechizo?

—Al momento de la invocación, el contrincante debe de salir del campo de concentración del hechicero. De lo contrario, caerá bajo los efectos —volvió a responder Julian ante el asombro de todos.

Dindarrium, al notar el silencio sepulcral de los demás alumnos, volvió a sujetar la tiza y escribió a un lado del pizarrón: «Tarea para la próxima clase».




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