No sabía qué pensar al respecto. Era consciente de que en algún momento alguien con gran habilidad podría darse cuenta de lo que estaba pasando, pero jamás pensó que se trataría de Dindarrium. Él era uno de los profesores más estrictos y apegados a las normas.
Entonces, si se tenía todo eso en consideración, ¿por qué no la había delatado? Ciertamente, la actitud de la gente de Navidia era algo extraña. Su madre nunca había tenido buen concepto de ellos, lo sabía porque la había escuchado referirse a sus habitantes de forma despectiva.
Antes de salir del salón, activó otra vez el hechizo. Afuera se encontró con Julian y le contó lo que había pasado. Él no se mostró sorprendido y se limitó a sonreírle para tratar de tranquilizarla. Pero aquello no bastaba.
Que más personas supieran su secreto la ponía muy nerviosa. No dudaba de Julian porque ambos compartían demasiadas cosas que los demás no podían saber; que uno delatara al otro sería algo contraproducente. Pero no sabía nada acerca de Dindarrium. Jamás había tratado con él de manera directa y no sabía si en algún momento, en condiciones desfavorables, sería capaz de delatarla.
—Si lo que te preocupa es que hable, no lo hará —le dijo Julian, quien se encontraba un poco más atrás que ella.
Sin querer Emerald había adelantado sus pasos más de la cuenta.
—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó mientras sujetaba sus manos con fuerza. Traía las palmas sudorosas, necesitó limpiarlas sobre su uniforme para evitar el exceso de transpiración.
—Todos los soldados de Navidia tienen un pacto mágico con la familia Ases, por ende, si él habla, comenzará a ser consumido por la magia desde adentro.
—¿Estás seguro de lo que dices? —Julian puso los ojos en blanco y volvió a mirarla.
—Te lo juro. —Sin pensarlo dos veces, el pelinegro acarició el rostro de ella y Emerald no pudo evitar sentirse tensa, la sensación extraña envolvió su cuerpo por completo.
—De acuerdo —respondió no muy convencida con las mejillas encendidas—, confiaré en lo que me estás diciendo.
—Me alegra oírlo.
Cuando bajaron las escaleras, Draven los estaba esperando con una mirada sombría. Ni siquiera se dio cuenta de que habían llegado, seguía quieto, recostado ligeramente en la pared.
—¿Estás bien? —Emerald se acercó. Al escucharla, él se sobresaltó, pero luego emitió un sonoro suspiro.
—Estoy perdido... Debo quedarme una semana más para poder recuperar la clase de Digoro, mi padre va a matarme. —La simple idea del castigo que su progenitor le iba a brindar lo obligó a sujetarse la nuca por la tensión—. Mi hermana era una excelente alumna, nunca fue obligada a quedarse una semana extra. Yo, por el contrario, he demostrado no ser muy diestro para nada, salvo para el combate.
—Estoy seguro de que tu hermana y tú están demostrando ser buenos en diferentes cosas —le respondió Emerald mientras sujetaba su brazo con firmeza—. No te sientas mal por haber reprobado, velo como una manera de reforzar lo que aprendiste.
—Lo haces parecer tan simple —él volvió a suspirar—. Desde que mi hermana murió, mi padre colocó todas sus expectativas en mí. Va a ser muy difícil contactarme con él para decirle que demoraré una semana más en llegar a casa.
—Sé cómo te sientes... —respondió Emerald con un deje de tristeza.
Ella mejor que nadie sabía lo que era tener un padre que te presionara y pusiera todas las expectativas sobre tus hombros. Aunque Draven solo tenía que soportar un castigo, ella cargaba con una enorme responsabilidad; si fallaba, perderían todo, incluyendo la vida. No habría segundas oportunidades.
—¿Necesitas ayuda con algo? —Julian, quien se había mantenido callado hasta ese momento, trató de erradicar la tensión que de pronto se había formado en el aire—. Si no entiendes algo del curso, dímelo. Te puedo dejar unos apuntes antes de marcharme.
—No, gracias. —La propuesta del pelinegro había logrado molestarlo un poco.
Aunque ninguno de los dos quisiera aceptarlo, había surgido cierta rivalidad que era muy notoria. Desde luego, Julian siempre tenía las de ganar en cualquier competencia por el simple hecho de que poseía magia, pero no por eso el castaño se quedaba atrás.
—¿A qué hora se marcharán? —le preguntó a Emerald.
—En un par de horas. Tengo que ir a mi habitación a empacar mis cosas.
—Entiendo. —El muchacho apretó los labios en una línea al mismo tiempo que desordenaba su cabello.
—Draven, necesito hablar contigo. —Digoro los tomó por sorpresa a los tres. El maestro apareció por el lado contrario, como si viniera de la oficina del director.
—¿P...pasó algo malo, profesor? —Era inevitable que su voz se entrecortara, aunque no hubiera hecho nada malo. Por el momento, sentía como si estuviera en graves problemas.
—El director necesita verte. —Fue lo único que exclamó, a la par que fruncía el ceño.
Draven le dirigió una mirada de extrañeza a sus dos amigos y luego fue hacia el docente. Cuando se alejaron un poco más y ya no había peligro de que los vieran, tanto Emerald como Julian decidieron seguirlos. Caminaron paso a paso a una distancia muy prudente, y una vez que se encerraron dentro de la oficina del director, acercaron sus orejas hacia la superficie de madera.
—Tranquilo, joven Sallow, no ha hecho nada malo. —La voz de Giuseppe sonaba muy calmada—. Tengo entendido que reprobaste el examen del maestro Digoro.
—S... sí —respondió él, tartamudeando.
—Maestro... —Aunque no podían ver a Giuseppe, intuían que estaba mirando al profesor como siempre lo hacía, con tranquilidad.
—Bien, Sallow, reprobaste mi materia por tan solo un punto. —Digoro no sonaba muy alegre; al parecer, estaba siendo forzado a hacer algo que no quería—. He hablado con el director y... me pidió que tomara en consideración lo aplicado que has sido durante todo el curso para... mejorar un poco ese promedio.