Oír que su mejor amigo la llamaba por su nombre le quitaba un enorme peso de encima. Sintió como si el mundo hubiera cambiado sus colores: ya no era aquel panorama gris, sino que había adquirido nuevos matices.
Continuaron en esa posición en silencio, pero luego de varios minutos, la voz de Julian se escuchó del otro lado y la puerta fue abierta. Se vieron obligados a separarse, aunque no por eso se eliminó aquel gesto de alegría y complicidad que tenían en el rostro.
Julian, quien no traía una expresión muy amigable por lo que acababa de ver, se limitó a decirles que ya iban a subir todas las cosas y era necesario que bajaran para esperar los carruajes.
Draven removió los cabellos de Emerald y ella se sonrojó levemente. Que ahora no hubiera medias verdades entre ellos le brindaba la seguridad y la motivación que necesitaba para poder afrontar toda adversidad que se le pusiera enfrente.
Luego de activar el hechizo, los tres salieron y comenzaron a juguetear, y aunque el heredero de los Ases trató de mostrarse un poco más serio, terminó acompañándolos al ver la alegría en la cara de Emerald.
—¿Están emocionados? —Greyslan se acercó hacia ellos con una sonrisa plasmada en el rostro, los tres amigos no pudieron evitar observarlo con extrañeza.
Su maestro traía puesto encima un gorro para la nieve, mitones gruesos y un abrigo de muchas capas. Les daba calor de solo verlo, pero él parecía estar a gusto con todos los pliegos de piel encima.
—¿Es necesario que vayas así? —preguntó Draven sin tacto alguno.
—Prefiero estar listo desde ahora, no soy muy bueno con las temperaturas bajas —respondió sin quitar la sonrisa.
—Te ves ridículo —dijo Bristol, que traía todavía su uniforme de profesor.
—¿Por qué no te has cambiado? —exclamó mientras movía los brazos de manera dificultosa.
—¿Por qué debería cambiarme ahora? —respondió, enarcando una ceja—. ¿Has visto el cielo? Está completamente despejado. Debes ser el único lunático que está vistiendo de esa manera.
—Eso me ofende. —Greyslan colocó las manos en la cadera y les dio la espalda—. No escucharé nada más, iré entrando al carruaje. —Y tras decir eso, se metió en el vehículo con un gesto de indignación.
—Lunático —murmuró Bristol—. Ases —Julian lo observó con desgano—, estamos yendo a tu nación, pero no por eso vamos a dejar de ser tus tutores, ¿entendido?
Dindarrium, quien los observaba en completo silencio desde atrás, caminó con temple y se introdujo en el carruaje sin opinar al respecto.
—No esperaba otra cosa, profesor. —La respuesta de Julian vino con un alargamiento innecesario que provocó que Bristol también se metiera dentro de la carroza.
—Qué raro es ver al líder de los virtuosos no llevarse bien con uno de sus estudiantes —añadió Draven en voz baja—. Por lo general, lame el suelo por donde pisan.
—Eso hizo hasta que decidí mudarme a los dormitorios de los guerreros.
—¿Por eso te trata de forma tan cortante?
—Bristol es un clasista de lo más asqueroso —susurró—. Es claro que mi decisión de ir con gente que él no considera digna no lo hace muy feliz.
—¿Tu padre no dirá nada porque vayamos a hospedarnos en su palacio? Quizás también esté enojado porque eligieras nuestro dormitorio.
—Mi padre nunca cuestiona mis decisiones, me permite elegir con libertad lo que quiero o no hacer porque sabe que soy juicioso. —Julian volteó a observar a Draven de forma retadora—. Claro que para tener esa libertad uno debe ser excelente en todo lo que hace.
La respuesta no fue bien recibida por el otro joven, había tocado una fibra sensible de su cuerpo. Emerald no pudo evitar suspirar, el viaje a Navidia sería interminable.
Por un lado, tenía a Bristol y a Greyslan, que parecían agua y aceite; por el otro, Draven y Julian, que se trataban como perros y gatos. Ni siquiera entendía por qué había surgido esa rivalidad entre los dos. «Hombres», pensó.
En cuanto todo el equipaje estuvo cargado, ellos subieron y se ubicaron en los asientos traseros. La niña quedó en medio de sus dos amigos. Al igual que en la expedición, la carroza, que parecía pequeña por fuera, era mucho más grande en el interior.
Durante el trayecto, tanto Emerald como Draven conversaron sobre diversas cosas, claro que los temas no eran prohibidos, ya que estaban los profesores. Julian, por su parte, se mantuvo callado, leyendo un libro de protección contra hechizos.
Hubo un momento en el cual los muchachos, cansados de tanto hablar, cerraron los ojos. Draven recostó su cabeza en una de las paredes del carruaje y Emerald, quien estaba cabeceando, terminó apoyándose en el hombro de Julian.
Luego de algunos minutos, el cuerpo de ella comenzó a sentirse liviano y al abrir los ojos, se dio cuenta de que había salido de su cuerpo.
Escuchaba que alguien la llamaba, pero no sabía exactamente de dónde.
De un momento a otro, atravesó las paredes y se fue alejando poco a poco. Surcó ríos y montañas hasta llegar a la frontera nevada y la sobrevoló. Luego, a lo lejos, reconoció Orfelia por la imagen que había visto en los libros de geografía. Sabía que era una representación exacta: esas imágenes de los reinos se actualizaban de forma mágica todo el tiempo.
Llegó hasta el palacio que pertenecía a la familia Treical. Caminó por los pasadizos hasta alcanzar el ala contraria y oyó voces provenientes de un enorme salón. Cuando atravesó la puerta de madera, vio a todos los líderes de la Alianza allí reunidos, incluida su madre, quien estaba en la silla más adornada, encabezando la mesa.
Se veía cansada y había bajado de peso; su cabello estaba algo reseco, ya no tenía el mismo brillo de siempre, y pese a que estaba usando algo de maquillaje, podía distinguir las ojeras bajo sus ojos. Jamás la había visto de esa manera. De no ser por la ropa elegante o los accesorios, luciría muy desaliñada.