Decidió tratar de deshacerse de aquel malestar, pero le fue imposible conseguirlo del todo. Ni siquiera cuando se puso la ropa de dormir y se acurrucó bajo las cobijas afelpadas logró entrar en calor con facilidad.
Oía la brisa afuera de la ventana. Era como si todo el mundo estuviera susurrándole muy cerca del oído y ella no lograra callar aquellas voces para poder descansar.
Tras una ardua batalla, por fin cayó dormida. Lo necesitaba. Aunque la serie de sueños que tuvo en cuanto lo hizo eran de todo menos tranquilizadores.
Lo primero que logró ver fue el palacio desmoronándose. Uno a uno, los bloques de piedra cedieron y del interior las llamaradas de fuego comenzaron a surgir. Todos los bellos cuadros que había visto se fueron consumiendo hasta ser nada más que cenizas. Su corazón palpitaba de forma violenta. El sonido de un animal extraño llegó hasta sus oídos y al observar al cielo, vio a una criatura gigantesca aletear sobre su cabeza.
Oyó su nombre venir desde alguna parte lejana. Se giró y miró más allá, en dirección al pueblo. Una horda de monstruos se acercaba peligrosamente hacia donde se encontraba.
Antes de que pudiera ver nada más, un enorme estruendo la hizo saltar de la cama. Emerald corrió a la ventana y observó hacia afuera. Una enorme bola de fuego de color verde estalló contra el domo protector que Bristol y Dindarrium habían colocado alrededor del castillo.
—¡Diamond! —Greyslan entró corriendo al cuarto, traía una pechera metálica y la espada sujeta con fuerza en la correa de su cintura—. ¿Estás bien? —le preguntó.
—¿Qué está pasando? —dijo, sentándose en el borde de la cama.
—Están atacando el palacio. Bristol y Dindarrium están protegiendo la entrada, tengo que llevarlos a un lugar seguro.
Recién entonces notó que Julian y Draven estaban en el marco de la puerta. El segundo traía también una espada, aunque más pequeña, sujeta del mango.
—¿Ellos no necesitarán ayuda? —Emerald se puso de pie y caminó hacia sus amigos.
—Mi prioridad es protegerlos —dijo Greyslan mientras la sostenía de la muñeca—. Tienen las cosas bajo control.
Aunque él les sonreía para tranquilizarlos, aquello no funcionaba en ese momento. Todos sabían que quien había ordenado ese ataque estaba buscando a Emerald.
Avanzaron por el pasillo; sentían como las paredes se iban tambaleando con cada paso que daban. El estruendo que venía de afuera resultaba estremecedor. Al llegar a la primera planta, encontraron a todos los sirvientes reunidos, Debra y Anatole eran los únicos que tenían puestos uniformes de la armada de Navidia.
—Joven amo, es momento de usar los pasajes que le enseñamos —dijo Anatole en tanto que caminaba en dirección a la chimenea.
Al llegar, empujó uno de los ladrillos de piedra y una compuerta se abrió, pero antes de que los tres muchachos lograran ingresar, una de aquellas bolas de fuego verde entró por la ventana y provocó que todos volaran en diversas direcciones.
La explosión desorientó a Emerald. El chirrido en sus oídos y el humo proveniente del exterior no le permitían percibir con claridad qué estaba pasando.
—¿Estás bien? —preguntó Draven, a quien le sangraba la cabeza luego de que le cayera un escombro.
—¡Príncipe Julian! —comenzó a gritar Debra, que estaba cerca de ellos.
En cuanto el humo se disipó un poco, Emerald alcanzó a ver a Julian. Estaba un poco más lejos, resguardando a algunos sirvientes con un campo de protección. Cuando lo observó con mayor detenimiento, se dio cuenta por la expresión de su rostro que era Diómedes quien había tomado el control.
—¡Bristol, Dindarrium! —gritó Greyslan, quien al parecer había visto como sus cuerpos entraron volando por la ventana.
Dindarrium lucía completamente diferente. Sus ojos eran rojos, su piel parecía estar cubierta por una especie de plumaje y sus brazos se habían convertido en alas.
—Mierda, no esperaba que hiciera eso —dijo él mientras se sentaba con dificultad.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, pero el tonto de Bristol se ha desmayado por protegerme.
A través de la ventana, Emerald pudo ver que una nueva bola de fuego verde se acercaba a gran velocidad. Dindarrium se puso de pie y generó un campo de protección. Greyslan volteó a observar a Diómedes y los otros sirvientes.
—¡Corran! —le gritó a ese grupo y Diómedes asintió.
De inmediato, el antiguo hechicero deshizo el campo, corrió en dirección al pasaje y tomó a Emerald del brazo para obligarla a entrar en él. Draven permaneció afuera y, tras ver que sus otros maestros estaban protegiéndolos, comenzó a arrastrar con dificultad el cuerpo de Bristol, que yacía inconsciente cerca de ellos. Pronto, Anatole se le unió para ayudarlo.
En cuanto lograron introducirlo al pasaje, Diómedes empezó a curar a Bristol con un hechizo sanador y este no tardó más de unos segundos en despertar. A continuación, enfocó sus esfuerzos curativos en Debra.
Con el siguiente impacto de una bola de fuego, Greyslan y Dindarrium corrieron. Draven dio un paso dentro del pasadizo, pero antes de que Anatole pudiera cerrar las puertas, escucharon unas pisadas metálicas que entraban desde la ventana ahora destruida. Al asomarse a mirar, vieron a una mujer acercarse paso a paso de forma pesada.
Era joven; su piel era de un tono azulado producto del frío y su cabello castaño le tapaba la mitad del rostro. En cuanto pudieron verlos, sus ojos carentes de vida les revelaron que ella estaba muerta. No era más que una marioneta.
—Leila... —dijeron Draven y Greyslan al unísono.
Al oír su nombre, ella comenzó a correr con habilidad y blandió su espada contra Greyslan, quien apenas pudo reaccionar. Se hizo hacia atrás y colocó una postura de pelea que solo ella solía tener.
—Hermana... —Draven avanzaba de manera involuntaria, Julian tuvo que sujetar su brazo con firmeza para evitar que cometiera una tontería—. ¡Leila, soy yo, Draven! —gritó, pero aquel ser ni siquiera se inmutó.
—Pelea... —Fue lo único que dijo, sus labios partidos denotaban que llevaba muerta mucho tiempo.