Emergiendo

Prólogo

El hielo estaba avanzando. En el extremo helado de un mundo que se había convertido en su cementerio, un vasto y hambriento desierto estaba invadiendo los últimos vestigios de su civilización... Atlantis, la joya de su corona.

Era más que una ciudad: era su pasado y su futuro. Les llevaría desde esta desolación a un lugar de esperanza, más allá de las estrellas que brillaban en el helado cielo nocturno.

Y aun así la partida sabía amarga. La nueva esperanza requería el sacrificio de sueños pasados, de generaciones que nunca conocerían la perfecta belleza de una salida del sol sobre los bosques y océanos de la Tierra. Generaciones que nunca conocerían su verdadero hogar.

Cyla Urbanus miró a su compañero mientras sobre ellos regresaba la última nave. Era el momento, los instantes en que todo debía terminar. Ella mantuvo su mirada; él estaba destrozado, al final, por lo que necesitaba hacer. Pero no dudó en su deber, y ella se giró para ver como un temblor agitaba la ciudad.

La separación duró un mero instante. El impulsor estelar se activó y Atlantis se liberó del puño de hielo que la mantenía prisionera, elevándose de su base incrustada profundamente en la roca.

Bajo la desvaneciente luz Cyla apenas pudo distinguir la pequeña cúpula de energía debajo, protegiendo el pequeño puesto avanzado que dejaban atrás. Una baliza para el futuro, pensó. Una baliza para guiar a aquellos que vengan después. Pero pronto su luz se perdió bajo la nieve que soplaba en oleadas a través de las áridas llanuras que una vez habían sido su hogar.

¿Nos seguirán, aquellos que vengan después? ¿Nos seguirán a donde les conducimos?

De esa pregunta, nunca conocería la respuesta.

Y así la nieve sopló, milenio tras milenio. Los continentes se desplazaron, se compactaron, se retrajeron. La vida vino y se fue, millares de especies evolucionaron y de entre ellas la humanidad renació. Su nacimiento anunció la llegada de dioses de mundos distantes, cubiertos de tiranía y guerra. Pero los dioses fueron desafiados; la segunda evolución de la humanidad fue fuerte y vibrante. Y curiosa, muy curiosa. Eventualmente, millones de años después de que fuera abandonada, y en una época de gran necesidad, la baliza fue descubierta bajo el hielo en el que había yacido durante eones. Pero la pregunta aun permanecía... ¿la seguirán?

Hacía frío. No, frío era la palabra incorrecta. Simplemente era una palabra demasiado corta para describir el afilado aire que se colaba incluso a esta profundidad de la base. Cuando la caja del ascensor se arrastró por el pozo, a través de una milla de hielo antiguo, la temperatura ni siquiera se acercó a nada tan suave como la congelación.

La dra. Elizabeth Weir tembló y miró a su compañero de viaje. El uniforme del teniente Ford parecía grueso y cálido. Se frotó las manos congeladas y se preguntó si él sentía frío. Dándose cuenta de su escrutinio, Ford levantó una ceja con curiosidad pero no dijo nada. Ella solo sonrió mientras, en ese momento, el ascensor se detuvo con un salto en el puesto avanzado de los antiguos.

Es sorprendente, pensó Weir mientras salía a la caverna de hielo, lo fácil que ha salido. El puesto avanzado de los antiguos. Un par de meses antes ni siquiera había visto Star Wars; ahora lo estaba viviendo.

Como de costumbre, la base (su base) estaba en un estado de caos controlado. La excitación sentida aquí por todos era palpable, una electricidad que rebotaba entre una docena de mentes brillantes, alimentándose hasta que todo el lugar zumbaba con la emoción del descubrimiento. A Weir le encantaba estar aquí abajo; en este lugar se sentía dos veces más viva de lo que había estado en toda su vida. También era adictivo, si se iba solo...

"¡Ves! ¡Nada!" La exclamación vino en un exasperado acento escocés.

Por supuesto no todo iba como la seda.

El dr. Carson Beckett, su médico, que le recordaba a Weir a un osito de peluche, saltó de la misteriosa silla antigua desde la cual el general Jack O'Neill recientemente había desbaratado el ataque de Anubis sobre la Tierra. El doctor corrió hacia ella como un niño negándose a hacer sus deberes, ajeno a todo a su alrededor.

A su espalda estaba el dr. McKay, todo indignado por la frustración. "Carson, vuelve aquí..."

Beckett se giró hacia él. "¡Podría sentarme en la silla todo el maldito día y no ocurriría nada! Es una pérdida de tiempo." Se fijó en Weir por primera vez y moderó su tono. "Perdóneme, dra. Weir."

Y entonces se fue, dejando a McKay varado en su estela. Este soltó un suspiro. "Ni siquiera lo intenta."




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