Emily

EXTRA II: ALLEN

► EL PRINCIPIO DE TODO

Llevo meses perdido en su mirada, ahogado en una sonrisa y en unos labios que jamás me besarán. Tengo su recuerdo tatuado en mi memoria, embriagando cada parte de mi cuerpo como si ella estuviese aquí. ¿Cómo es posible que me sienta perdido por una chica que es ajena a mí, que nunca ha tenido contacto verbal conmigo y que, probablemente, se asustaría de saber que estoy obsesionado con ella? No sé cuándo, no sé cómo fue que caí en esta enfermedad llamada amor.

Suelto un suspiro al pensar en las posibles consecuencias de mi obsesión, no era sano aferrarme tanto a un par de quinqués azules que me recordaban al mar y la libertad tan alejada a ser mía. La primera vez que la vi fue un encuentro de emociones, lo recuerdo muy bien, no quiero olvidarlo.

Ella estaba bailando en la pista con un desenfreno que podía matar a cualquiera, vestía pantalones de mezclilla que hacía juego con su chaqueta la cual, dejaba entrever su blusa rosada. Parecía una adolescente por primera vez en una fiesta, sin embargo, su atrevimiento y a la vez, ese toque tan dulce y tímido terminó por calarme.

Un par de chicas le hacían compañía con movimientos seductores de cadera, entre ellas Natalie Douglas, mi compañera. Verla ahí, con la rubia sonriéndole como si fuesen las mejores amigas fue un cubo de agua fría cayendo sobre mí: yo no estaba ahí para enamorarme de ella, de iniciar una relación prohibida que probablemente terminaría en tragedia.

Audri Danielle Blandler era mi paso a la libertad, al fin del trato que había puesto mi padre sobre la mesa después de que mi madre muriese entre mis brazos por un disparo a quemar ropa.

Tragué saliva con fuerza intentando recuperar el profesionalismo de mi trabajo, borrar aquella sonrisa tan honesta de la rubia.

Natalie me miró desde la pista, asintiendo discretamente con la cabeza dándome un mensaje único: "de aquí, de todo te encargas tú". A mi pena, en contra de mi voluntad, acepté con un movimiento de labios que fue suficiente para que ella me entendiera, para sellar el inicio del caos.

Caminé lejos de la barra con discreción, intentando mantener aquel perfil bajo del que tantas veces Adrien me había reprendido. Por el rabillo del ojo distinguí a más de una chica siguiéndome con la mirada, como si fuese lo más interesante en la sala cuando había por lo menos más de doscientas personas en quién poner su atención.

Una copa de whiskey estaba en mi mano, apenas había bebido por tragos. Miré a todos lados, lo último que quería era que Ezra me encontrase. Habían pasado ya largos seis años desde que ambos habíamos hecho contacto verbal, desde que él había terminado con lo que más amaba en la vida: mi familia.

No supe cuánto tiempo estuve ahí, de pie ignorando a todo el mundo mientras veía desde lejos a Audri bailando como si el mundo estuviese a sus pies, como si de momento a otro permitiese un vislumbre a su alma a quien fuese demasiado observador.

Natalie pasó a mi lado, deslizando sus dedos sobre mis hombros con sentido juguetón, ella siempre era así, tan atrevida como si fuésemos amantes, como si tuviese un cariño secreto hacía ella. La castaña me agradaba, no lo iba a negar y por ello, no me sentía con los suficientes pantalones como para bajarla de su nube. Yo no quería nada que tuviese que ver con romances en cuanto a ella.

— Todo listo  murmuró a mi oído antes de depositar un beso sobre mi mejilla paliducha. Asentí con la cabeza.

Ella desapareció por la puerta, dándome una clara señal de que era mi momento para acercarme, para permitirme ser yo mismo sin el miedo de que Natalie me descubriese, in fraganti, babeando por la incertidumbre de adentrarme de en la vida de la rubia.

Caminé hacía la barra al percibir su presencia, su cabello caía dramáticamente por su espalda, recordándome a una damisela en apuros. ¿Cómo podía ser un maldito hijo de puta al permitir que mi padre la adentrase en su maldita obsesión por capturar a Ezra Dambers? Apreté los labios con disgusto, ahogando esa sensación dolosa que subía desde mi estómago.

Ella estaba cada vez más cerca tanto, que las ganas por acercarme aumentaban mi ritmo cardiaco. El plan era simple, acercarme a ella, enredarla en mis encantos hasta que terminase enamorada de mí y después de ello, haría lo que me placiera en gana.

Sentí repulsión, sonaba jodido.

Al estar a menos de cinco pasos de ella, un hombre con aires de matón tomó asiento a su lado, rompiendo por completo mi oportunidad de ser un imbécil. Me quedé estático, viendo cómo aquella rubiecita que a mis ojos era nada más y nada menos que una divinidad.

Ella enredó discretamente su dedo índice en un mechón de su cabello y sonrió con tanta dulzura que terminó por bajarme los sumos. Contuve la respiración al verla acercarse al hombre que recargó su hombro sobre la barra con egocentrismo.

Había caído en sus redes, en las de un monstruo que hacía seis años había transformado mi mundo en tinieblas y le había quitado lo único bueno que me hacía despertarme con un motivo para seguir.

Ezra Dambers acercó su mano al rostro de la chica y con una simple caricia a su mejilla, supe que ella estaba dispuesta a todo por él.

Y eso me enfureció.

Niego con la cabeza ante el recuerdo, lo último que puedo hacer es sentir esa opresión nuevamente en mi pecho. Después de ese día me limité a seguirle la pista, como si fuese un investigador secreto, un superhéroe cuidándole los talones a quien se había metido a las fauces del lobo.

Verla todos los días era como una droga. Su rutina era sencilla: salir de su casa al lado de su madre y adentrarse en un maratón propio que terminaba cuando ambas parecía agotadas tras ello tomaban un desayuno en el mismo lugar de siempre: una surtidora de jugos naturistas. Mi parte favorita era cuando ella estaba en Soul2 Sole, la academia de ballet. Era un espectáculo cada vez que se ponía sus zapatillas y comenzaba a girar y girar sobre la pista.



#4928 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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