Emily

CAPÍTULO 7.

Las semanas pasaron y la sensación de asco al igual que los mareos seguían invadiendo mis sentidos, inclusive, había vomitado como mínimo cinco veces después de haber comido tanto en casa de mis padres como en el restaurante al que habíamos ido. Mamá estaba preocupada por mí, sin embargo, no había considerado ni la más mínima posibilidad de ir a ver a un doctor, me sentía bastante bien — a excepción de las náuseas y los mareos —, que el simple hecho de asistir a una cita con el médico me producía urticaria.

Era viernes, no había ido a mis clases rutinarias como lo haría otro día debido a que Pete, mi instructora, tenía problemas personales que tenía que resolver con urgencia. Estaba sola en casa junto con mi madre, ambas mirábamos el especial de la Ama de Casa Moderna mientras me recargaba en su hombro y disfrutaba del nuevo aromatizante de canela que había comprado por internet mamá — ella disfrutaba y adoraba el adquirir productos en línea —; ella se sentía bastante guay al tener ese pequeño espacio en mi ordenador junto con un montonal de sodas dietéticas y gelatinas.

La tarde era tranquila, los reportajes sobre el incidente en Highland Park habían cesado, sin embargo, un último reportaje en la Estrella había salido esa mañana declarando el que Babi McLander había desaparecido por completo del radar de los  medios, lo cual, sin duda alguna, me dejaba a mí con los nervios de punta.

— Me gusta la canela — espetó mamá con dulzura mientras veíamos el cómo ser una ama modelo en las labores de la casa —. Creo que fue buena compra.

— ¿Qué otros olores hay en la caja? — fruncí el ceño, dirigiendo mi mirada a la pequeña cajita con tapa decorada con hermosos rasos de listón al estilo de encaje color rosa. Mamá la tomó entre sus manos y la colocó en su regazo, permitiéndome ver los pequeños sobrecitos en bolsitas plásticas con un montón de colores.

— Me parece que de la mayoría de las frutas, oh mira, este huele a explosión de frambuesas con arándanos — sacó una bolsita de un espeso rosa, la miré un tanto asqueada.

— Me agrada más la que dice kiwi — tomé un empaque —. O este de anís.

— Tal vez podremos probarlas después.

Mamá siguió con su ardua exploración en una caja de al menos noventa y nueve sobres — excluyendo el que ya estaba en uso — mostrándome con simpatía cada una de la combinación de colores desde el verde millar hasta el más oscuro azul, junto con la mezcla de olores y probables sabores que se fueron acumulando en mi sentido del gusto. Sentí que mi mente explotaba.

Las náuseas volvieron.

Salí corriendo con una de mis manos cubriendo mis labios y sintiendo el cómo mi espalda se arqueaba. Al llegar al cuarto de lavado, abrí la tapa del retrete con urgencia y vomité. Una mezcla de malestar y dolor en mi estómago se acumularon hasta que las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, dolía mucho la presión de mi vientre y de la misma manera una enorme tristeza me absorbió.

Mamá me miró con preocupación desde la puerta del baño, ella tenía sus ojos felinos fijos en mi mientras sujetaba con firmeza su pequeño mandil de florecillas blancas. Su cabello lucía frenético y con la coloración rojiza por el tinte, lucía mortíferamente tierna ante mi perspectiva. Tina entró con cautela y tomó un poco del papel higiénico que pendía del tubo, cortó un poco y lo dobló para mí, limpié mis labios lentamente mientras sujetaba mi estómago con una mano.

— ¿Te sientes bien, cariño? — preguntó mamá con preocupación. Se acercó a mí y sujetó mi nuca con dulzura, dejando que su suave piel de las palmas tocara la zona sensible de mi cuello.

— Sólo estoy un poco asqueada, es todo — respingué la nariz y deseché el trozo de papel que había cortado, en el cesto —. Tal vez sea por los aromas, ya sabes.

— Si te sientes mal, querida, podemos ir al médico.

— Estoy bien, sólo debo tomar un poco de aire fresco.

Mamá asintió con la cabeza, sin embargo, no lucía del todo convencida. Salí del cuarto de lavado y me escabullí por la sala con el fin de llegar a la puerta de la casa. Me sentía mareada, con una sensación de malestar en mi organismo como si… estuviese cambiando. Toqué mi abdomen al percibir no sólo la sensación de arcadas sino también la contracción.

Salí de la casa y caminé por el pequeño jardín que teníamos frente a la casa, apenas estaba cercado con pequeñas tablas de madera pintadas al fresco con un un color blanco espeso y con diversas xilografías — mis padres estaban encantados con el arte urbano.



#5075 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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