Toda mi vida me había sentido protegida por un burbuja de cristal en donde mis padres y mis amigas eran las únicas personas necesarias para sentirme confortable, sin embargo, con la llegada de Ezra, toda esa rutina, toda es seguridad se terminó, siendo remplazada por un extra dosis de adrenalina que terminó por consumirme toda.
En el mundo, existe un cincuenta por ciento de la población que trata de vivir las emociones fuertes pero que, apenas y llega a conseguir lo suficiente como para decir que está satisfecho consigo mismo, el demás cincuenta por ciento, se divide en las personas que son capaces de sentirse plenas con las pocas emociones y las personas que viven toda su vida encerradas en un pequeño capullo que, al ser expuestas, no hacen más que ser dominadas por el miedo. Yo era una de las últimas.
Recorrí parte de Highland Park a pie antes de llegar a una calle rodeada por una arbolada de altos gimnospermas que producían un efecto en la filtración de la luz solar. Hacía viento y pese a ello, los rayos solares daban contra mi cabello, haciendo pesado mi trayecto a pie con el fin de encontrar un taxi. Me sentía cansada y con los hombros doloridos por la carga de mi maleta, hacía dos horas que había salido huyendo de casa de mis padres y para mí se apreciaban como días.
Tenía cien dólares en mi cartera, apenas lo suficiente para tomar un taxi a University Park, comprar algo de comida y rentar una habitación por al menos dos noches.
Bufé en mi interior, había salido de casa con cien dólares en mi poder, estando embarazada y sin ninguna habilidad posible como para conseguir un buen trabajo con el cual conseguir el monetarismo suficiente como para cuidar tanto a mi bebé como a mí.
Estiré mi brazo a la calle justo en el momento que un taxi pasó a mi lado, se detuvo justo a unos cuantos pasos de mí. Éste era conducido por un hombre de rostro amable, con los ojos rasgados y complexión robusta. Subí en éste con mi cuerpo completamente molido.
— ¿Podría llevarme al 7 – Eleven? En University Park, por favor — el chofer no dijo nada, simplemente me obsequió un leve asentimiento con la cabeza antes de arrancar el auto y andar por la carretera.
El viaje fue lo suficientemente largo como para pensar en las millones de posibilidades que tenía el decirle a Ezra que estaba embarazada desde la más positiva hasta la más negativa que podía llegar a ser intuitiva.
Miré el paisaje todo el camino, desde el recorrido turístico por las múltiples construcciones de mi pequeña ciudad, hasta las arboladas que rodeaban algunas de las carreteras estrechas que sólo iban en un solo sentido. Los postes de luz estaban encendidos pese a que fuese de día y las personas transitaban contentas con sus familias disfrutando del inicio del fin de semana, el simple hecho de pensar en ello me dejó a mí con un mal sabor de boca, sabía que mamá estaba más que cabreada conmigo y que tenía todo el derecho de reaccionar irracionalmente, sin embargo, no consideraba correcto el que me hubiese echado de esa manera y mucho menos el sabiendo el que cargaba con la vida de un bebé que dependía por completo de mí.
El conductor del taxi me miró por el retrovisor en cuanto nos detuvimos frente a una luz roja, sus ojos lucían cansados por las arduas horas de trabajo, sin embargo, pude notar la simpatía en sus pupilas.
— ¿Se encuentra bien señorita? — preguntó él con voz boricua. Sonaba sincero ante su preocupación, eso causo un sentido de melancolía en mí, ese hombre no era nada de mí y sin embargo, se había tomado la molestia de hacer la pegunta que nadie me había hecho, la pregunta que ninguna de las personas importantes para mí se había tomado la molestia de hacerme. Una lágrima rodó por mi mejilla.
— Si, lo estoy.
***
Llegamos a University Park cinco minutos después del mediodía, justo en la hora exacta cuando los lugareños no hacían más que recorrer las pequeñas calles de la ciudad. Aún era demasiado temprano como para que Ezra hubiese llegado al establecimiento así que le concedí al conductor darme un recorrido turístico después de tantísimas insistencias que hizo al verme llorando.
El hombre me condujo por los lugares más recónditos del pueblo, mostrándome las bellezas naturales del establecimiento, desde los pequeños ríos hasta las asombrosas reliquias arquitectónicas que no hacían más que sacarme una humilde sonrisa desde lo más hondo de mí ser.
— Debería visitar el parque Curtis, es uno de los lugares más bonitos de la ciudad — exclamó el guía mientras conducía suavemente por una calle estrecha la cual, estaba llena de citadinos que iban de allá para acá con sus hijos de la mano o con sus parejas de brazo a brazo. Sonreí ante el panorama.