Emily

CAPÍTULO 15.

La mayoría de veces cuando somos pequeños, nuestros padres nos inculcan valores que debemos cumplir al igual que reglas basadas en el hecho de su somos niñas o niños. El ámbito social en el que nos desarrollamos hace prácticamente lo mismo, modifica la idea de cada uno de nosotros convirtiéndolo en un completo patriarcal. Es decir, si nosotros miramos a la chica de minifalda andar por la calla, probablemente los hombres digan que es una prostituta por el simple hecho de vestir de manera tan desmesurada y lo triste es que una mujer diría lo mismo. Yéndonos a algo no tan radical, si viésemos al chico de gafas carey con el cabello engominado y el suéter de rombos diríamos que es un completo geek y si lo viésemos de un punto más coloquial sería denominado de una manera injusta como un nerd.

Los estereotipos han dominado gran parte de nuestra vida, yendo y viniendo como partícipes de la manera en que juzgamos a una persona tras la primera impresión, alejándonos de buenos amigos y algunas veces acercándonos a nuestra peor pesadilla. Algunas veces… simplemente el humano tiene el error de equivocarse.

A les ha tachado desde el principio de los tiempos como un objeto al que un hombre puede dominar y a ello se le ha denominado machismo… ¡pero ojo! Que el machismo no sólo puede ser manejado por lo hombres sino también por las mismísimas mujeres lo cual sucede de la misma manera con el feminismo. El feminismo ha sido considerado como al antónimo parcial del machismo; sin embargo, es completamente lo irrevocable. El feminismo es la liberación de la mujer y por ende, nos lleva a la igualdad de género… No hay que confundir una persona feminista — porque ojo, un hombre también puede ser partícipe del movimiento — con el término feminazi, el cual no se ha llevado a cabo como un término oficial.

Mis pensamientos recalcaron más allá del tema mientras las yemas de mis dedos cambiaban la página del artículo. Me había leído durante semanas el mismo escrito de un autor anónimo que hablaba de la situación actual de las mujeres en cuanto a la sociedad. Mis ideas divagaron al momento de mirar la calle y toparme con el sinfín de mujeres que caminaban a lado de sus hijos o parejas, andando a lo largo de la calle cubierta por una ligera capa de aguanieve que quedaba de residuos tras la nevisca de esa mañana.

Imoogen, nuestra casera, me había dado la oportunidad de husmear entre su librero que tenía en la planta baja de la residencia, donde me había topado  con una tesis hecha por la autora Kimberly Thatcher para la Universidad de Virginia. En lo personal, desde que tenía quince años había encontrado una pasión para los escritos referentes a problemáticas sociales, podía devorarme textos que iban de las cien a quinientas páginas en unas cuantas horas, sin embargo, al tratarse de libros románticos mi capacidad de lectura se reducía a cero.

El viento suave golpeó mi cabello levemente, recordándome el hecho de que los mechones rubios que tenía con la antigüedad se habían convertido en montones de rizos marrones. Había cambiado desde mi llegada, no sólo físicamente por mi cabello rubio, mis piernas más finas, el volumen pronunciado de mis senos, al igual que el crecimiento continuo de mi vientre.

Las semanas transcurrieron de manera espontánea mientras mis piernas hacían su trabajo al danzar al ritmo de la música cada día, sintiendo la pasión y el éxtasis correr por mis venas al llegar al clímax y la satisfacción de ver las propinas que los expectantes dejaban sobre la tela de mi sudadera que cada vez iba cerrando menos hasta el punto en que mi barriga superó el límite. Mis pasos se fueron haciendo más precavidos y mis expectantes menos, sin embargo, al terminar cada jornada, un billete de diez dólares aparecía entre cada una de las monedas y billetes de entre uno y cinco dólares.

Tras pasar el segundo mes, la evidencia de mi embarazo fue imposible de ocultar ante las chicas quienes al enterarse no hicieron más que pegar el grito al cielo. La comida se volvió abundante frente a mi mesa tras traer mi propio dinero y con ello, una parte de mí se fue rehabilitando ante el daño propio.

Al llegar a los cinco meses las puntas de mis pies resistieron menos y el estirón de mi piel me llevó a cambiar la rutina. Los principios de marzo se llevaron las fuertes nevadas al igual que el cambio de música de la tienda de Elise. Mis días de bailarina se hacían menos, cambiando de una rutina diaria a lo que me parecía menos fatigante y mis horas de sueño se volvieron aún más largas que cualquiera de las anteriores.

Era miércoles, el sol brillaba mientras las nubes hacían lo posible porque los rayos del sol no cayeran de lleno sobre la piel de los peatones. El ligero viento caluroso que ondeaba mi cabello recorría mi cuerpo llevando leves golpes de calor que fatigaban mis ligeras vueltas que iba dando conforme la melodía. Tenía poco público, todos ellos percatándose de mis molestias al bailar al igual que mi desguance.   Aún no recuerdo el por qué mi osadía de pararme frente a todos aquellos que esperaban un buen espectáculo a sabiendas de que en la mañana de ese día la fatiga había superado los límites al igual que las náuseas y los rotundos dolores en el bajo vientre.



#4928 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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