Emily

CAPÍTULO 17.

Miércoles: día de mi primer ultrasonido.

Una sensación de miedo me invadió al poner un pie en el hospital aún más al tomar asiento en la sala de espera junto a la recepcionista donde esperaba mi turno para tomar cita con la doctora Warren. Era de esperarse que en mis condiciones lo menos que quisiese fuera el tomar citación con un médico aún más a sabiendas que nunca había verificado que mi embarazo fuese de mal en peor, lo único que tenía de antecedente había sido la alerta verde de que, pese a que había pasado el primer trimestre — en el cual había mayor probabilidad de aborto — me sentía reacia a sentirme segura a mi visita con el ginecólogo.

Miré atenta los pequeños detalles del hospital como forma de entretenimiento, tratando de olvidar por completo que saliendo la pareja del consultorio de la doctora Warren, sería mi turno. Amma me había acompañado, sin embargo, había tenido que salir por unos asuntos con nada más y nada menos que Cinthia, la violinista rubia con un corte estilo bob que había visto en una de las jardineras de Coffee Park. Los hospitales no me gustaban para nada, mucho menos el comprobar que cada uno seguía una regla estricta en cuanto al paraje: pisos de mármol blanco con lamparillas rectas en el techo más incandescentes que todas las arañas que pendían en casa.

Las enfermeras iban de allá para acá, vistiendo sus uniformes de pantalones aguados y camisolas blancas junto con su cofia perfectamente arreglada en su complicada cebollita que sujetaba su cabello a modo de que ningún pelo estuviera fuera de lugar. El olor a desinfectante y medicina me revolvían por completo el estómago y el sonidito de las máquinas de los signos vitales que no hacían más que estimular un sonante bip me sacaba de quicio. En definitiva, no era mi ambiente.

La recepcionista que se encontraba al lado de la oficina de la señorita Warren también vestía el uniforme a protocolo como todas las enfermeras, sin embargo, en lugar de arrastrar camillas y llevar cientos de jeringas y palitos de paleta en los bolsillos — cuando estoy más que nerviosa suelo exagerar las cosas — se dedicaba por completo al papeleo y dar luz verde a pasar con su jefa, que de alguna manera era la señorita Warren.

Estaba temblando y mis manos no hacían más que retorcerse entre ellas a modo que sentía cada uno de los crujidos que daban mis dedos. Por un momento me arrepentí de no haberle dado a Noah el consentimiento de venir conmigo a mi ultrasonido, en ese mismo instante, definitivamente no estaría sola.

Tammy había arreglado las cosas para que el chico no se enterara, desde armar por completo un teatrito entre las chicas que — por obviedad no eran nada discretas — no se habían puesto de acuerdo en quién iba a decirle a Noah sobre mi cita, entonces, Tammy como buena amiga reaccionó al momento.

Nada mal el armar un ingenioso truco en el que Noah no tiene ni la más remota idea de mi visita al ginecólogo y el que mis amigas piensan que estamos en el punto más cercano de parecer la familia feliz.

Solté un enorme suspiro.

— ¿Señorita Bennett? — la voz de la recepcionista atrajo por completo mi atención. La miré de frente, encontrando una enorme simpatía en sus ojos ocultos bajo las gafas que pendían del puente de su nariz al igual que cierto aire maternal ante la forma tan monótona de peinar su cabello corto. No debía de tener más de cincuenta años y aun así lucía como la abuela cariñosa que nunca había podido personificar la odiosa de Andrea Blandler.

— ¿Sí? — me avergoncé ante mi voz tan aniñada, con la indisputable sensación de nerviosismo incrustada en ella. La recepcionista sonrió, cariñosa y me regaló la mirada más agradable que había recibido en todo el día.

— En un minuto es tu turno — miró su agenda por un segundo antes de volver a tenerme bajo su escrutinio —. Y… no te pongas nerviosa, te aseguro que sólo será un chequeo rutinario, nada del otro mundo. Cuando estés adentro, te sentirás maravillada, nada mejor que ver a tu bebé antes de tiempo.

Le sonreí con simpatía, sinceramente, no tenía palabras para decirle después de su discurso de madre experta. Yo era primeriza y por obviedad, estaba claro que todo lo relacionado con el tema de la lactancia me aterrorizaba.

No todos los días se tenía a un hijo en el vientre teniendo sólo veintiún años y sin ningún conocimiento sobre ello.

La puerta del consultorio se abrió, dando paso a una mujer alta y con el cabello sujeto a la más desaliñada coleta de caballo que había visto. Ella usaba lentes de armazón grueso y vestía una bata cuidadosamente planchada mientras sus ropas azules como las de quirófano se dejaban lucir, un estetoscopio pendía de su cuello y una par de bolígrafos estaban meticulosamente guardados en el bolsillo izquierdo del pecho de su quimono. La señorita Warren.



#4871 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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