Bombón, el gato de la clase de Diego, se paseó por el alfeizar de mi ventana, presumiendo su elegancia felina al son de las gotitas de lluvia que golpeaban el vidrio. Me sentía contenta por tener al minino en mi habitación pues desde siempre, había sentido cierta fascinación por los gatos y más si se trataba de uno color blanco y pequeño como lo era ella.
Diego y Paolo se encontraban dibujando al lado de mi cama, usando como musa a la distinguida gatita que no hacía más que ignorarlos al encontrar a la luna como la acompañante perfecta para una noche lluviosa como aquella.
Pearl y Jeremy habían salido, dejándome a mí a cargo de los pequeñines mientras Tammy cenaba junto a Miles en uno de los más bonitos restaurantes de University Park a lo cual, había respondido con la más grata sonrisa, si había algo que me hiciera más que feliz era el que Miles se sintiese ligeramente atraído hacía mi amiga.
Sharon y Alice habían ido a visitar a su madre, tomando así la excusa de dejarme sola con aquellos muchachitos que no hacían más que cuchichear entre ellos. Me gustaban los niños, no podía negar eso, sin embargo, aún me sentía bastante inadaptada como para cuidar a uno.
— Audi — llamó Diego desde de abajo, levanté mi cuello lo más que pude, sus ojitos verdes me escrutaron con ternura, como si fuese el segundo símbolo materno que hubiese tenido. Hiperventilé —. Tenemos hambre.
— Oh — miré el reloj que pendía de la pared, justo al lado de la última ecografía que había tenido —. Son las diez, voy a prepararles la merienda e iremos a dormir, ¿de acuerdo?
Ambos asistieron con la cabeza.
Salimos de la habitación en hilera como si fuera mamá pato con sus pequeños retoños detrás, ambos estaban listos para ir a la cama, los había bañado y enfundado en sus pijamas estampadas y de la misma manera, había traído sus frazadas a mi habitación: ni de broma pensaba dejarles a solas.
Las pantuflas de Paolo chocaron con las de Diego al momento que llegamos a la cocina, ambos tenían un par de leones por zapatos y no había duda de que estaban más que encantad
Los senté a ambos en los bancos que se encontraban detrás de la encimera, quedando así con los bracitos de Paolo sobre ésta y los de Diego sobre sus piernas. Caminé alrededor de la cocina, tomando dos platos hondos, los llené con cereales y leche. Los dejé justo frente a ellos
— Vale, estoy más que segura de que si prendo la estufa voy a incendiar la casa así que mejor conformémonos con los cereales — Paolo y Diego rieron ante mi aparente broma más era lo más serio que había dicho en mi vida.
Mientras comían, oí los ligeros golpes a la puerta que resultaban más que alarmantes ante el batallón que se estaba llevando afuera. Yo no esperaba a nadie y estaba segura de que mis pequeños encargos eran demasiado menores como para citar a alguien justo a su hora de dormir.
Salí de la habitación, vistiendo mis pequeños shorts que estaba acostumbrada a usar para dormir junto con una de mis camisetas holgadas y todo ello, en compañía de mis pantuflas de conejitos.
Mi cuerpo tembló en cuando abrí la puerta.
Oh.
— Noah… ¿Qué haces aquí? — pregunté mientras me abrazaba a la puerta, tratando de esconderme en la parte trasera.
Una sonrisilla traviesa escapó de los labios de Noah mientras sus manos se refugiaban en los bolsillos de la cazadora que traía encima. Su cabello se había mojado por la lluvia, formando así la perfecta imagen de un chico bueno con todo y el peinado.
Me tambaleé en mis talones.
— Ah… sólo pasaba por aquí y decidí el venir a visitarte — fruncí el ceño, no me creía ni una palabra de lo que había dicho —. Vale, puede que Tammy me haya comentado el que estabas sola en casa.
Sonreí ante su mirada llena de inocencia.
— Cállate y entra — dije, juguetona.
Noah estaba empapado de pies a cabeza, iniciando por su cabello que no dejaba de escurrirse por su frente y derramar pequeñas gotitas por su nariz y cuello, seguidamente por sus ropas que se encontraban tan húmedas que se le habían ceñido al cuerpo — omitiré mi ligera explicación, sólo diré una cosa: me giré en cuanto mi vista llegó a su pecho.
En la cocina aún seguían los niños, ambos con los platos sobre el rostro mientras bebían lo último que les que quedaba de leche en los trastos. Lucían adorables desde mi punto de vista. Mi acompañante sonrió a mi lado.