No quería ir a casa de Noah nuevamente pero al parecer, Amma no es exactamente de las personas que aceptan un no por respuesta.
Hacía al menos diez minutos que Amma había llegado con su Chevrolet Clásico a la residencia con la intención de llevarme casi a rastras al lugar en el que menos quería estar. Desde la noche del atentado lo último que deseaba era el tener a Noah menos de quince metros de distancia, algo me estaba pasando con él, algo que en lo más hondo de mí sabía a la perfección que era, sin embargo, aún estaba un tanto temerosa de reconocerlo. El día que Noah había venido a casa a ajustar cuentas sobre mi horroroso comportamiento al conocer a Zoe, él utilizó tanto las palabras correctas como las habilidades adecuadas para darme el mensaje que necesitaba desde que le conocí: es hora de que te alejes de Noah.
Miré con atención la ventana, perdiéndome en la hermosa vista que ofrecía un sábado por la mañana. El sol había salido, mirándose a los lejos en el horizonte, produciendo una tibia aura sobre el hermoso pueblo de University Park; los peatones andaban de allá para acá, regodeándose con sus ropas livianas consistentes en pantalones cortos, camisas guayaberas y vestidos de tirantes. Mis dedos tocaron las gomas y como instinto pegué mi rostro al vidrio, tratando de pensar en otra cosa que no fuera el toparme con Zoe había sido un fastidio para ella el día que nos conocimos y lo que menos anhelaba era volver a ese momento vergonzoso que de tan sólo pensarlo se me ponían rojas las mejillas.
—¿Cómo has estado, cielo? Noah me contó por lo de… — la miré, su rostro denotaba compasión. Ella no quería mencionar nada acerca de aquello con el fin de no incomodarme. Mordí mi labio, nerviosa, en lo último que quería pensar era en ello aún más recordando lo mal que se había puesto esa vez —. Ya sabes.
— Estoy bien — giré las piernas en su dirección, cuidando de no sentirme apresada por los retenes del cinturón de seguridad. Miré de reojo a Emily quien se encontraba en la parte trasera, dormitando en su silla especial de transporte —. La que me preocupa eres tú, Amma. ¿Qué ocurre contigo?
Respiró hondo sin mirarme, su visión estaba fija en el camino como si no quisiese encarar lo obvio. Amma ocultaba algo y al igual que yo, una parte de ella consideraba que el mantenerlo en secreto era lo mejor de todo.
Llevé una de mis manos a sus rodillas.
— Puedes confiar en mí.
— ¿Por qué no querías venir a casa de Noah? — preguntó ella, cambiando el tema radicalmente. No iba a decir ni pio sobre lo que pasaba con ella. La decepción cruzó mi rostro.
Reincorporé mi cuerpo a mi asiento, haciendo notoria la tristeza que me causaba el que no tuviese una mínima de confianza sobre mí, sin embargo, la realidad me golpeó: era obvio que tanto las chicas como los que se habían hecho mis amigos los últimos meses sentían lo mismo en cuanto a mí.
Tragué saliva con fuerza, no quería ser una mentirosa con ellos pero las circunstancias me obligaban a serlo. Crucé mis pies por debajo del tablero, llevaba encima unos mocasines rosas que normalmente usaba para ensayar en casa cuando papá no utilizaba la cochera. Deje salir un fuerte suspiro al recordar la manera en que mi cuerpo se movía con gracia cada vez que marcaban las siete de la mañana todos los miércoles; me encantaba asistir a la academia, ser la favorita de las señorita Pete y tener una rivalidad casi imaginaria con Hannah Davis. Dejé caer la cabeza sobre el respaldo del asiento.
— Me dejó claro la última vez que nos vimos el que prácticamente me quiere — apreté mis dedos al momento que formaba una alianza con mis manos sobre mi regazo. Estaba nerviosa —. Eso no es bueno.
— ¿Por qué no? — preguntó, mirándome por primera vez.
— Creo… — balbuceé —, creo que también lo quiero.
— ¿Y eso qué tiene de malo?
— Todo.
La casa de Noah lucía muy diferente a comparación de como la había visto en la noche del atraco; ésta vez, pude apreciar el cómo los matices grises contrastaban con el color ladrillo de las tejas al igual que la cerca casera no sólo bordeaba la casa de un piso, sino una pequeña cochera de donde Noah estaba sacando cientos de cajas al jardín.
Mis mejillas se ruborizaron al verle con una camiseta ceñida al cuerpo color negra y los vaqueros rasgados de mezclilla.
— ¿Qué está haciendo? — pregunté a Amma sin dejar de seguir con la mirada a Noah.
— Va a hacer una venta de garaje, me dijo que le ayudase y me pareció buena idea el traerte — le planté cara, encontrándome con sus maternales ojos café —. Te he extrañado mucho estos últimos días que he estado en casa y créeme, el estar con todas las chicas pululando a mí alrededor me deja agotadísima.