Afuera llovía.
El suave golpeteo de las gotas gordas impactaba contra las ventanas creando un acompañamiento a los cuidadosos acordes que Noah trataba de sacar en su guitarra. Estaba concentrando en ello, en tratar de recordar los cursos a los que había asistido con tal de convertirse en un cantautor famoso — sus palabras, no mías — pero al parecer, sus intentos no estaban rindiendo frutos.
Estaba a su lado, gozando de los minúsculos roces entre la piel de nuestros codos al igual que el eco azucarado de su voz por lo bajo, me agradaba el que se sintiese avergonzado frente a mí, me hacía recordar el que ambos éramos unos simples mortales tratando de coexistir en un mundo de etiquetas.
Sus dedos se encontraban en el mástil en posición y su mirada estaba fija en sus mocasines negros de gala. Me gustaba verlo, me gustaba verlo y mucho.
— Es por demás — inició. Levantó la mirada en mi dirección, un par de zafiros me escrutaron llenos de diversión y misterio —. No puedo.
— Tal vez es cosa de inspiración — agregué. Colocó la guitarra a lado del respaldo del sillón —. En la academia la señorita Pete siempre decía: “Cuando tienes un propósito, siempre sale”. Me supongo que en tu caso sería algo de inspiración, ¿No?
Noah sonrió con encanto evidente.
Mi corazón comenzó a latir más rápido.
— Ahora que lo mencionas… — ladeó la cabeza en mi dirección, una mirada ocurrente atravesó su rostro —, en éste momento no tengo realmente inspiración para sentarme por horas a escribir una canción que probablemente no voy a poder formular.
— ¿Entonces? — como instinto impulsé la espalda en retroceso, las cajas que se encontraban apiladas en el asiento de al lado chocaron contra mis omóplatos.
Sus manos recorrieron mis piernas con sutileza hasta alcanzar tenazmente mis caderas, sentí la ligera presión de las yemas de sus dedos sobre la cinturilla de mis jeans, sujetándome. Una sonrisilla traviesa surcó mis labios al momento que se acercó lo suficiente a mí para que contuviera la respiración con fuerza.
No podía apartar la mirada de sus penetrantes zafiros que no dejaban de apreciarme con adoración genuina, como si fuera el ser más hermoso que pisó la tierra; no recordaba que en algún momento de mi vida alguien me hubiese visto de esa manera, con ese brillo en los ojos y esa sonrisilla lambiscona en los labios sin siquiera enseñar los dientes. Tragué saliva con fuerza cuando se acercó a mí demasiado tanto, que la tela de su camiseta me hacía cosquillas y la punta de sus cabellos tocaba apenas la piel sensible de mi frente.
Dejé caer la cabeza sobre el respaldo de las cajas, tratando de acomodarme lo mejor que pude en el reducido espacio que nos había dejado el estar limpiando la cochera. Noah se encontraba encima de mí, disfrutando de mi evidente nerviosismo denotado en que mi cuerpo no dejaba de temblar bajo su toque.
Llevé una de mis manos a sus mejillas con timidez, pese a que minutos atrás Noah hubiese dicho el que quería estar conmigo, no me sentía del todo cómoda con el hecho de poder tocarlo al momento que yo quisiera. Mis dedos se deslizaron por su rostro, sintiendo la piel sensible de sus pómulos después del afeitado. Noah recargó su frente sobre la mía.
— Tenía tantas hagas de hacer esto desde hace un buen rato — el aliento cálido de sus labios chocó contra mi boca, alterándome —. Ahora sólo falta el que pueda besarte.
Crucé ambas manos por detrás de su cuello, Noah sonrió antes de comenzar a fulminar el espacio que había entre nosotros. Iba a besarme, después de varios días intentando hacerlo, al fin iba a besarme.
La puerta de la habitación de Emily cerrándose provocó el que sus brazos alrededor de mí templaran. Tirité debajo de él.
Amma se encontraba escalinatas arriba con mi hija envuelta con una frazada rosada en brazos, su mirada se dirigió directamente a nosotros quienes aún nos encontrábamos en el sillón, con las cajas bordeando nuestra alrededor y lo peor de todo, con la firme evidencia de que habíamos estado a punto de besarnos.
Alejé mis manos del cuello de Noah como instinto.
Sentí como una evidénciales manchas de rubor subían por mi cuello hasta llegar a mis mejillas la cuales, no paraban de temblar por ese horroroso tic nervioso que me había invadido. Noah me miró un segundo antes de levantar la mirada a Amma quien no hacía más que escrutarnos con sus ojos reprobatorios de mamá gallina. De todas las maneras en que me hubiese gustado el que Amma se enterase de lo que sea que estuviese ocurriendo entre Noah y yo, sin duda alguna, esta no era mi mejor opción.