Emily

CAPÍTULO 32.

La bruma de la penumbra atrajo mi atención, pegué la nariz al vidrio y aferro los dedos a las gomas del auto, nunca antes me había detenido a admirar los pequeños detallitos que ofrece una noche cálida y tranquila hasta ahora. El estar con Noah en el auto, a solas, mientras el ruido del motor es nuestra única compañía se siente bastante bien a diferencia de cómo se escucha.

Tras haber tenido una cita bastante extraña consistente en quedarnos como un par de tontos acostados sobre el césped húmedo por el rocío, en ropas de gala y admirando el brillo de las estrellas, sonaba bastante mono e inclusive romántico, pero gracias a mi enorme boca y las ocurrencias de Noah terminó siendo una perfecta parodia.

Me alejé de la ventana y recogí mis zapatos del suelo,  nos encontrábamos al menos a tres metros de llegar a la residencia. Noah se hallaba a mi lado, forastero a mi delirio mental por la brillantez de la luna y lo taimado de la noche. Sus dedos rozaron mi rodilla desnuda como si fuera un accidente, una sonrisa indiscreta escapó de mis labios, atajé su mano con una de las mías.

— Llegamos — indicó Noah después de estacionar el auto. Por el rabillo del ojo observé el paraje conocido, no quería regresar a casa, me la había pasado tan bien a su lado que el regresar a la soledad de mi cama no representaba ningún mérito.

— Si… — sonó más como un suspiro.

Nuestras manos aún seguían aferradas y ninguno intentó siquiera el salir del auto; sus dedos apretaban los míos cálidamente, la sonrisa que tenía en el rostro era evidente a kilómetros de distancia. Recosté mi cabeza sobre el respaldo del asiento al tiempo que él lo hacía, me sentía como en esas películas románticas, donde ambos se miran como si fuesen las obras de arte más valiosas, hermosas y costosas de todo el planeta. Entendía cada vez menos a mis sentimientos, todos ellos formaban una maraña de comportamientos inexplicables y de sensaciones que de solo pensar en ellas podía escribir un libro entero, lo llamaría “Noah & Audri”, por supuesto.

— Creo que deberías entrar — dijo sin convicción. Noah apretó los labios con fuerza, como si quisiese reprimir una sonrisa. Le miré por mis pestañas.

— Sí, es lo más probable — asentí con la cabeza, abrí la puerta del auto.

— Espera.

Antes de que siquiera pudiese preguntar, él bajó del auto con rapidez. Le miré por el retrovisor, adoraba hacerlo, era como mirar mi programa favorito en las mañanas, la caricatura que te pone de buenas y te saca la más grande sonrisa de todas. No exageraba en lo más mínimo cuando decía que todo en él me volvía plenamente loca pero una loca feliz.

Tomó la traba de la puerta y la abrió, como si fuese una actriz de Hollywood a punto de aparecer frente a todos esos paparazis dispuestos a robar entrevistas y cientos de fotografías. Me sonrió con complicidad, inclinó su cuerpo hacía mí y me tendió su mano, sabía perfectamente lo que estaba pensando.

— ¿Me permite? — su caballerosidad se remarcaba en sus movimientos y palabras pero se disipaba al momento de mirarle, Noah no solo se veía divertido sino que mostraba el cómo le gustaba tomarme el pelo.

— Será un placer.

Tomé mis zapatos, nuevamente, y me aferré a sus dedos, salí del auto con un glamur casi ficticio, pese a que fuese una bailarina con toda la experiencia de la coordinación y las entradas espectaculares no era una experta en cuanto a sentirme como la mujer más increíble de la faz de la tierra cuando el hombre que me volvía una completa tonta de novela se encontraba frente a mí, mirándome de la misma manera en la que lo estaba haciendo.

El frío asfalto produjo escalofríos alrededor de mi columna vertebral al momento que las plantas de mis pies entraron en contacto. Había sido mala idea el quitarme los tacones pero habría sido aún más mala idea el quedarme con esos infernales zapatos que no hacían más que cansarme.

Noah se colocó frente a mí, percibí el calor que irradiaba su cuerpo al igual que la tela de su abrigo que chocaba contra el mío. Respiré hondo cuando sus dedos se deslizaron sobre mi mejilla con finura, colocó un mechón rizado de mi desordenado cabello por detrás de mí oreja. Temblé bajo su encanto.

— Se me olvidó decirte lo hermosa que te ves hoy — fue un murmullo, un secreto entre ambos. Controlé mi respiración, haciéndola más suave y pasiva, más callada. Se acercó más a mí, poniéndome nerviosa. Me obligué a meterme en mi mejor papel, como si estuviera en el escenario y fuese a interpretar el papel de una chica rebelde y segura, aquella que no se pone inquieta ante la presencia de un chico como Noah (alto, guapo y adorable). Me reí, insegura.



#4928 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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