Emily

CAPÍTULO 33.

Cerré los ojos con fuerza, sintiéndome cada vez más pequeña ante la avalancha que de momento a otro se me había venido encima. Primero, estaba el hecho de que Noah me había mentido en cuanto a su paradero de dos semanas y pese a las excusas perfectamente ideadas de Miles, no las creía en lo más mínimo. Ahora, Natalie Douglas se agregaba a mi lista.

Aún no podía sacar de mi  mente la voz desgarradora a la línea, pidiendo auxilio a suplicas, como si fuese de vida o muerte. Temblé de tan sólo pensar en los cientos de problemas en los que podría estar liada aquella y en las consecuencias posibles que tuviesen cada uno de sus actos. Pensar en Natalie sólo me traía recuerdos de los días en el 7 – Eleven cuando era una borreguita descarriada nadando entre lobos con ansias por comerme.

Noah aún permanecía dormido en mis piernas, víctima de los efectos de alcohol ingerido en exceso. Era un peso muerto sobre mí, con el cabello desaliñado, las ropas sucias y el rostro demacrado.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al probar lo evidente: pese a todo, no podía confiar en él en lo más mínimo. Le era tan fácil mentirme que parecía casi imposible el que fuese honesto.

¿Por qué? ¿Por qué ahora?

Una opresión desconocida se instaló en mi pecho ante la decepción. Algo estaba pasándome, cada vez que le veía solo podía sentir dolor, un dolor que me avivaba, que… de forma inexplicable, era bueno. Estaba confundida y atareada; desecha y destrozada pero pese a todo, pese al nombre de Natalie Douglas que seguía escrito con tinta indeleble en mi cabeza, mi subconsciente seguía buscando millones de excusas para olvidar cada uno de los malos pensamientos que sólo estaban en su contra.

Masajeé mis sienes con el dedo corazón y pulgar, tratando de disipar el conflicto mental que provocaba el que mi cerebro vibrara. Nunca antes me había sentido así, tan indecisa en tomar una decisión que parecía más que obvia: tenía que alejarme de él si no quería salir lastimada. Comenzaba a encariñarme, a hacerlo alguien objetivo, clave de mi mundo y eso… eso sólo significaba una cosa: mi destrucción total.

No podía darme el lujo de amar a alguien más que no fuera Emily, no podía. El sólo pensar en darle ese espacio en mi corazón a Noah sólo confirmaba la aparición de problemas. Ezra estaba cada vez más cerca de mí y lo último que deseaba era elegir entre la seguridad de mi hija o abandonar a Noah.

No puedo amarlo, no puedo.

Respiré hondo. Hundí las uñas en las palmas de mis manos, sintiendo la presión real en la piel que comenzaba a abrirse; dolor, dolor era lo que traería a su vida si tan solo daba el a mi subconsciente que comenzaba a elevar los niveles de endorfina cada vez que le veía.

No puedo ni quiero amarte. No quiero hacerte daño, no quiero, no quiero.

Una lágrima solitaria escapó de mis ojos. Debía de ser valiente, no por mí, por Emily, ella merecía el ser feliz pese a mi nostalgia. Merecía estar segura pese a que ello significase el romperme en mil pedazos.

— Noah… — murmuré en su oído. Mis piernas dolían ante su peso, percibía el hormigueo recorriendo mis miembros inferiores a causa del largo tiempo en la misma posición —. Noah.

Gimió en respuesta.

Resignada, reuní todas las fuerzas que tenía y con la actitud fija, aferré mis brazos a su espalda. Halé. Respiré. Halé.

Libre.

Coloqué mansamente a Noah sobre el suelo nuevamente, sintiéndome como una completa tirada al planear dejarlo solo a merced de su borrachera a causa de mi corazón latente que no dejaba de retumbar contra mis oídos.

Le admiré por última vez, dando detalle a cada uno de los rasgos de su rostro, grabando como casete las líneas y trazos que sin querer, mi propia mente había memorizado contra mi voluntad.

Adoraba todo de él, la manera en que sus pestañas curvaban ligeramente sobre sus párpados; los rasgos finos que bordeaban sus mejillas hasta llegar a su mandíbula; la forma de sus labios gruesos que hacían contraste a su nariz ligeramente respingada. Todo en él era belleza, una obra de arte esculpida a mano que pese a ese encanto natural, los diminutos desperfectos que casi parecían adrede lo hacía ver más humano. Denoté una cicatriz a la altura de la ceja que reflejaba el que tenía años de formar parte de su anatomía; siendo honesta, ese fue el día en que realmente le miré bien, captando cada una de esas marcas que surcaban todo su cuerpo. Inicié con la casi imperceptible resquebrajada completamente curada a la altura del cuello; proseguí con unas pequeñas hendiduras en los labios y por último un desperfecto que sólo se notaba si te acercabas lo suficiente, si te veías en la osadía de mirarlo con una atención casi acosadora. En su mano derecha, su dedo meñique hacía un paraje distinto a los otros como si… reprimí un chillido al caer en la respuesta: accidente. Operación. Reconstrucción.



#4928 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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