Emily

CAPÍTULO 38.

Cosas que me gustan de Noah:

  1. Su sonrisa. ¿A quién no podría gustarle? Si al ver tan sólo esas perlas lo único que sientes es paz y tranquilidad, una confianza en ti mismo que parece ser percibida por otros, inclusive por él.
  2. Sus ojos. Aquellos ojos de bebé, azules como el mar, llenos de vida y con una diversión casi descarada. Algo tenía de especial en esa mirada que me quitaba el sueño, quizá era la forma en que su inocencia se transformaba en incentivos sin perder la cordura o la manera en que me veía a mí, sólo a mí.
  3. Su tatuaje. Esa pequeñita marca a la altura de sus costillas, casta y pura que resultaba casi un delito querer recorrer la punta de tu dedo índice sobre los bordes y nodos. ¿Cómo podía un simple dibujo resultar tan agobiante? Cada vez que pensaba en aquello tomaba dos respiraciones lentas. Una, calma, dos, olvido.
  4. Su ternura. Emily, Emily, Emily, cada vez que pienso en él no puedo dejar de relacionarlo con mi hija, verlo como un parte de mi familia. Sí, eso me gusta, lo dejaré en mi pensamiento, sólo mío.
  5. Su… ¡Espera! ¿A caso hay algo que me desagrade de él?

 

Cosas que no me gustan de Noah.

 

Nada.

Buena esa.

Emily soltó un chillido de gozo antes abrir la boca de par en par, la cucharita platica color azul parecía ser un proyectil al blanco, lleno de papilla de manzana que había comprado una hora atrás de camino a casa. La miré con una sonrisa en el rostro al momento que Noah no dejaba de regodearse al ser él quien la alimentara. Carraspeé.

Desde hace unos días mis preocupaciones por Emily habían aumentado en frenesí, estaba creciendo cada día más y más de forma desmesurada, teniendo prisa de crecer y causándome esa sensación que me estaba perdiendo poco a poco parte de su infancia.

Noah con intentos absurdos me había convencido de ir con una colega de la doctora Warren a que revisaran a Emily; ella estaba iniciando ese breve periodo de lloriqueos espontáneos, relamidas en los labios, ojos grandes al ver y oler la comida la comida y tirones de mi cabello que me ponían a pensar seriamente en un corte radical. Por supuesto, con Noah seguía siendo la misma cosita adorable de siempre.

Sabina Monroe nos había atendido, convirtiéndose en la pediatra de cabecera de mi hija, me agradó no sólo la forma en que se familiarizó con Emily, también el hecho que fue la única mujer en la historia — excluyendo  a las chicas — que no babeó como perro hambriento ante Noah. Eso, sin duda alguna, se había convertido en mi parte favorita del día.

El chequeo tardó más de lo que esperaba ero al final, la salud de Emily estaba tan perfecta como sus mejillas sonrosadas que se convirtieron en su principal encanto desde que descubrí que el rosa era su color predilecto. Sin embargo, pese a toda esa finura en ella, como todo ser humano estaba creciendo, convirtiéndose en una niña que pronto diría sus primeras palabras. Sonaba increíble pero con cada segundo que pasaba más nerviosa me ponía; ¿Qué haría yo, un desastre andante, con una niña que parecía sacada de película? Aún me daba mucho miedo el que creciera, que iniciasen las disputas, que mi papel de madre se extendiera a otros niveles, no me sentía del todo preparada pero sabía que nunca lo estaría.

Y así, pues, Noah y yo nos habíamos vuelto padres primerizos con un bebé que de cierta manera parecía más lista que nosotros dos juntos; ella era una sobreviviente de guerra conmigo como madre, yo era difícil siendo Audri, me imaginaba que como madre era mucho peor.

— ¿Sabes? Deberías agregar “Alimentador de bebés profesional” a mi curriculum — comentó, socarrón el castaño frente a la sillita alta de Emily. Llevaba sus vaqueros de mezclilla que le quedaban mandados a hacer y su camiseta de Flash llena de papilla en el escudo. Al principio, Emily se había sentido más atraída por nuestra porción de pizza que adorable botecito lleno (en lo particular los adoraba, ¿Sabían que sabe delicioso? —. Sólo a mí me acepta la comida.

— Eso es porque llegando me encerraste prácticamente en mi habitación y te sentaste con ella — un sonrisilla traviesa se formó en sus labios, reprimí un chillido al encontrarlo tan adorable. ¿Cómo era posible que un chico de veintiséis años causase tanta ternura? —. En todo caso, ¿Piensas alimentar a otros bebés?

— Por supuesto que no — negó con la cabeza sin mirarme —. Sólo a mi Emily, aunque… si tuviéramos más bebés también aplicaría todo lo aprendido con mi Muñequita de Blythe.



#4871 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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