Emily

CAPÍTULO 43.

¿Cuántas palabras necesitamos para poder expresar el que nos sentimos rotos? En el mundo existen tantas personas que divaga con el corazón afligido, mostrando la más dulce sonrisa que inclusive, puede consolar a otros corazones rotos. ¿Cuántas palabras necesitamos para poder llenar ese vacío, aquel que pica en el pecho y colmar ese sentimiento doloso que no te deja estar?

Miré hacía el socavón de tierra, pensando en aquellas fuertes preguntas que invadían mi cabeza como flashes, perturbando aquella calma que intentaba fingir cada vez que Noah me miraba. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin frenesí, resecando la piel sensible de mis pómulos que poco a poco comenzaba a tornarse rosada.

Apreté la manita de Emily a mi lado, buscando un consuelo ante el peso casi imperceptible de su palma entre mis dedos.

Noah permaneció a mi lado, mirando en silencio el sollozo de los presentes mientras contenía contra su voluntad las lágrimas que ardían en sus ojos. Por el rabillo del ojo admiré su postura desgarbada, guardaba las manos en los bolsillos de su chaqueta oscura y tenía la cabeza gacha, conservando aquella aura oscura que irradiaba su perfil de chico malo.

Tragué saliva con fuerza al encontrarle tan serio.

Estaba roto, maldita sea, roto.

— Porque polvo somos y en polvo nos convertiremos — continuó el orador al frente del sepulcro. Era el único que vestía de blanco, luciendo aquella alba pura con la estola rodeando su cuello. Su voz retumbaba contra mis oídos, sintiéndose como agujas calientes contra mi pecho.

La tierra fresca se encenagaba contra mis mocasines negros y la yerba muerta comenzaba a enredarse alrededor de mis piernas. El cielo se encontraba triste, luciendo un tono grisáceo que advertía una fuerte tormenta sobre nosotros.

Por un momento, me pregunté si mis sentimientos podían irse como la lluvia de las nubes, si, con unas cuántas lágrimas podría disipar ese picor en el pecho que no me dejaba estar.

Tammy y Miles me miraron por un segundo, permitiéndome apreciar el cómo sus ojos se inyectaban en sangre y las lágrimas resecaban sus mejillas. Fue un golpe bajo el notar que no era la única en silencio, permitiendo que el corazón se desgarrase hasta quedar hecho polvo.

Porque polvo eres y en polvo te convertirás…

Lágrimas escurrieron por mis mejillas sin frenesí.

Emily se aferró a mi pierna con fuerza, ofreciéndome un consuelo que, por un solo segundo, me permitió borrar esos malos sabores de boca que fueron cayendo poco a poco en la estabilidad emocional que, con muchos errores, había logrado conseguir.

Bajé la cabeza en su dirección, encontrándome al rostro de un ángel que podía cautivar a cualquiera. Emily era hermosa en todas las perspectivas posibles,  desde su cabello tan oscuro como la noche que se desbordaba tal cascada sobre sus hombros hasta el fascinante tono lapislázuli de sus fanales.

Noah bordeó mis brazos y me apretó a su pecho, cerré los ojos intentando ser fuerte, estar a la par del chico que había enterrado sus sentimientos hasta lo más hondo de él, guardándolos en un abismo sin final con el propósito de mantenerse firme cuando yo estaba hecha cenizas.

Pearl fue la primera el soltar su puño de tierra sobre el ataúd, marcando punto final a ese diminuto párrafo de nuestra vida que resultaba doloroso. ¿Cuántas veces no nos hemos sentido devastados por algo que parece tan diminuto? Una frase, una pregunta, una acción… siempre hay algo que está ahí para lastimarnos, rompernos y por último enseñarnos.

Porque eso son los malos tragos: enseñanzas a la vieja escuela que nos hacen sangrar metafóricamente. Son aquellas que te rompen sin piedad y que, pese a esa herida que parece no sanar nunca, eres capaz de ponerte de pie y dar dos grandes pasos antes de volver a caer el vacío.

Un círculo vicioso de autodestrucción que los seres humanos llamamos “experiencia”: caer, aprender, levantarse; caer, aprender, levantarse…

Noah tomó a Emily en brazos, permitiendo que ella se acurrucara en su pecho y enredase sus pequeñas manitas alrededor de su cuello. Él no parló una sola palabra, sin embargo, le regaló la más honesta de sus sonrisas tristes.

Llevaba una rosa blanca en mi mano. La textura del tallo chocaba contra mis dedos, poniéndome aún más nerviosa cada vez que mi pulgar entraba en contacto con una de las espinas — al menos un par de veces mis dedos se habían dañado —, respiraba hondo cuando apreciaba aquel minúsculo hilo de sangre que era casi microscópico.

— Audri… — murmuró Noah a mi oído. Giré la cabeza en su dirección, apoyando ligeramente el mentón sobre la curvatura de mis hombros.



#4928 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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