— ¿No le dijiste?
Tammy me miró con sorpresa, dejando al aire ese instinto de descontento que era casi palpable. No era un secreto que la pelinegra adoraba la pareja que Allen y yo conformábamos, mucho menos que estaba ensimismada con la idea de ser “Tía Tammy” por segunda vez.
Bajé la cabeza, ocultando mi vergüenza al recordar el temor por confesarlo aún más con la ola de recuerdos de la noche pasada que calentaron mi estómago.
Allen había marchado después de que Adrien nos sorprendiera en la cocina con sartenes en mano. Cada día simpatizaba aún más con el chico que me había roto y de forma contraria, me sentía más desencantada respecto a Adrien.
Él no era culpable, lo admitía, pero mi paranoia no dejaba de pensar el que a Adrien no le agradaba en nada mi relación con su camarada, mucho menos el hecho de que, después de alejarlo con tal reciprocidad de mi lado — no permitirle el besarme — me encontrase tan entusiasta con el castaño.
Entrelacé mis manos, encontrando un apoyo en esa diminuta acción que se redujo a cero al tener como primer plano las perlas negras que tenía por ojos mi amiga. La había extrañado demasiado, desde sus preguntas llenas de seriedad y un sentido juguetón hasta aquella dosis de ternura que se veía opacada por la pizca de rudeza en el semblante.
Apreté los labios con firmeza.
— Tenía la intención de hacerlo, te lo juro — miré por encima de mi hombro, evitando el encontrarme con la inquisidora mirada de Adrien. Lo ubiqué entretenido en su teléfono mientras bebía de una taza de café humeante —. Es sólo que… tuve miedo de que me hiciese a un lado en todo respecto a Emily, que me alejase.
— Y eso haría — suspiró, agotada —. Estás embarazada, Audri. Estoy segura de que, aunque el bebé no fuera de él, haría todo lo posible por tenerte a salvo.
Medité sus palabras, intentando mirar mi situación en los zapatos de Allen. Entendía que su postura fuese la misma: tener presente mi bienestar, sin embargo, nadie podía entender que la mía era mantener siempre fiel mi protección a mi hija, costase lo que constase.
La miré un segundo, admirando el tono brillante de su labial rosado que contrastaba las casi imperceptibles sombras que resaltaban sus ojos. Tammy era una mujer digna de pertenecer a revistas de moda como Cosmopolitan mientras lucía vestidos de coctel llenos de glamour y a la vez, parecía la perfecta protagonista de un cuento de hadas en donde su papel se destacaba como la princesa de la torre más alta.
— Me agrada el hecho de que proteja a mini Allen aún sin saber de su existencia — inicié —, pero eso no significa que va a opacar el que Emily sigue desaparecida.
Tammy me miró curiosa, ignorando por completo mi idóneo monólogo que expresaba mi descontento.
Fruncí el ceño, divertida.
— ¿Es niño? — preguntó con voz melosa. Indirectamente, miró hacía mi aún plana barriga, intentando encontrar algún rastro de mi bebé en ella. Sonreí por primera vez en el día.
— No lo sé — encogí la cabeza entre mis hombros —. Lo espero, en todo caso: quiero mi parejita de bebés.
Llevé mis manos a mi estómago con discreción, intentando ocultar mi emoción ante mi embarazo de Adrien, si bien era cierto que su atención estaba fija en las imágenes que se presentaban en su teléfono al igual que el sabor amargo de su café caliente, eso no significaba que su oído no estuviese alerta para cualquier palabra demás que saliera de mis labios.
Había hablado con Tammy por mensaje antes de que pusiese pie en mi casa dispuesta a atacarme con preguntas incómodas las cuales, eran su especialidad por supuesto. Ella entendió a la perfección mi mensaje lleno de frustración y un cambio radical de emociones que ni el mejor escritor de mundo pudiese haber descrito mejor.
No quería sus ingeniosos comentarios respecto a Allen y a mí.
Suspiré internamente al recordarlo.
Anoche me sentí segura a su lado, compartiendo un íntimo momento que parecía no tener final. Sus palabras aún seguían presentes al igual que la presentación de los hechos respecto a su relación con Ezra.
Aún no me cabía en la cabeza la idea de un Allen lleno de deseos por asemejársele a aquel canalla sin escrúpulos, mucho menos esa faceta de mafioso que acataba al pie de la letra cada orden que se le imputaba.
No podía imaginarme la carga de emociones que llevaba en la espalda a causa de aquellos malos recuerdos que parecían haber sido sacados de una tragicomedia escrita por el más maquiavélico de los escritores. Mis ojos se llenaron de lágrimas al tener la viva imagen de un niño de rostro angelical con el cabello castaño lleno de polvo abrazado a su madre mientras se mostraba vulnerable, sin una sonrisa en el rostro como le era característico.