Emily

CAPÍTULO 49.

» No digas nada. Quédate quieto, se invisible, como si no existieras. Conviertete en un pequeño ser inerte, sin vida, sin fuerzas. Sólo imítalo, sólo mantente oculto, alerta. Sólo quédate quieto. »

Cierro los ojos pese a que la oscuridad es mi única acompañante, pese a que mí alrededor se limitaba en un color negro como el de mis pesadillas. Pensar en mi bebé me tranquilizaba y a la vez, regresó esos indecorosos sentimientos; Ezra no sólo tenía nuevamente el control sobre mí, sino sobre mi hijo quien estaba exhorto de mis errores cometidos. Apreté mis puños con fuerza, ignorando el quemar en las muñecas. Dolían.

Calculé alrededor de media hora de trayecto, la incomodidad en mi entrepierna por la dureza del cuero y aquel dolor de espalda que me estaba matando. Aún sentía el arma golpeando mi nuca pese a que España la retiró desde que entramos a la camioneta.

Removí los hombros, controlando esa punzada en cada músculo de mi cuerpo. No sabía si eran síntomas de la fatiga por el embarazo o aquella preocupación que iba y venía como las bolas de Newton al ser golpeadas.

» Se callado, cauteloso, estamos en zonas peligrosas, arenas movedizas. No te muevas, no des señales de vida. Quédate dormido, un minuto, sólo un minuto »

Tragué saliva con fuerza.

Recordé la última imagen, la manera en que Allen cayó de rodillas con mi hija en brazos, golpeando las gotitas de lluvia sus cabellos mientras su rostro se desfiguraba por el llanto. Sólo dos veces le había visto sollozar pero ninguna se comparaba con la manera en que su labio tiritaba, en las que sus hombros caían.

Intenté controlar el llanto. Él no merecía ese sufrimiento, el tener que derrochar lágrimas por mi culpa pero… ¿Qué más podía hacer? Lo único que quería era la seguridad de Emily y Allen, ¿A caso estaba mal el sacrificarme cuando lo veía correcto?

Sabía que estaba cometiendo una locura al ofrecerme en bandeja de plata, poniendo a mi otro bebé en peligro pero al menos, tenía la certeza de que podía cuidarlo con tanto fervor que la única solución para arrebatármelo era matarme.

Esperaba no llegar a medidas drásticas.

— ¿Cuánto tiempo falta? — preguntó España a mi lado. La dulzura en su voz me seguía sorprendiendo, ella debía tener como mínimo trece años y su semblante era más firme que el mío.

No me imaginaba las atrocidades por las que había pasado desde su nacimiento, desde que cayó en manos de los Dambers. Esa niña me inspiraba empatía, un sentimiento nuevo como si quisiera protegerla cuando yo necesitaba una salida fácil para mis problemas que me asfixiaban de a poco.

Pensé en sus ojos azules, asemejaban a un mar profundo cerca del ocaso, a una pintura abstracta basada en el paisaje más glamurosos de todos. Me tranquilizaba la esencia que tenía, como si la conociera de una vida pasada. Sonaba estúpido, pero parecía una pequeña esperanza en aquella oscuridad que me absorbía.

— En unos minutos — Ezra aún tenía el poder de alterarme. Di un pequeño saltito en el asiento —. Estén preparados, vamos a pisar terreno de los Dimas.

Hiperventilé.

Sonaba decidido, como si de momento a otro su faceta de hombre todopoderoso se transformase en alguien que se precavía detrás de un arma. Fue ahí cuando supe que Ezra, pese a esa aura de hombre malo tenía miedos al igual que yo, una simple mártir que cayó. Fue ahí cuando me di cuenta que Ezra era un humano aún con esa falta de empatía.

La camioneta se detuvo de forma abrupta, provocando que mis vértebras cervicales dieran un tirón que me robó un gemido. España apretó mi pulgar, indicándome el que guardase silencio.

— ¿Por qué nos detenemos? — preguntó España, nerviosa.

La imaginé acercándose a Ezra, luciendo el rostro más patidifuso que toda niña de trece años mostraría ante un paradigma que se convirtió en tragedia. Entrelacé mis dedos, controlando mi ansiedad y esas odiosas ganas de vomitar.

Tranquilo, mini Allen, tranquilo. Respira, sigue mi ejemplo, sólo hazlo. Inhala, exhala y repite. Sólo hazlo.

— Lucius Dimas nos mandó a acechar — percibí la sequedad en sus palabras, el rencor en ese pequeño nombre que tenía peso en el ambiente. Podía palpar la tensión en el aire.

— Necesitamos hacer algo entonces — España quería mostrarse tranquila, lo consiguió —. Danos la orden y le damos una distracción.



#5087 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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