Emily

CAPÍTULO 50.

Corro con el corazón desbocado, mi mente divaga en un mar de llanuras que no sabe a dónde va a terminar varada. Respiro hondo, callando los intensos latidos que golpean mis sienes, haciéndome sangrar internamente.

La habitación se siente pequeña a mí alrededor, como si de momento a otro la claustrofobia me absorbiera hasta el punto de dejarme en un cubo invisible en el que apenas puedo dar un paso al frente. El olor a medicina y desinfectante de limpieza me provoca náuseas y tan sólo por unos segundos, me permite olvidar el hecho de que poco a poco me desmorono con cada paso.

Una bala, una bala fue suficiente para hacerme preso de la propia agonía que describen en tantos libros que he leído, en montonal de películas que he visto desde mi infancia.

Una enfermera me mira con tristeza antes de alejarme con una mano en el aire, no puedo entrar a verla, no puedo estar con ella cuando su estado es mi culpa, cuando cada parte de la historia que se repite como casete en retroceso, es mi culpa. Sólo mía.

Me detengo frente a la puerta de emergencias, apreciando como el mundo se viene abajo al momento que su camilla con un par de paramédicos a un lado se la llevan. La enfermera sigue repitiendo el mismo diálogo “No puede pasar”, ella no ve mi desesperación, no se siente aterrorizada por las manchas de sangre en mi camiseta y mucho menos tiene una pizca de compasión por el nerviosismo que me carcome.

Aprieto los puños sin apartar un solo segundo mi vista de ella. ¿Cómo sucedió todo aquello? Parecen miles de flashes corriendo a la vez sin sentido, yendo en picada hasta calarme en lo más hondo. Todo fue tan rápido desde el sonido del disparo calándome los oídos junto a mis latidos que me dejaban sordo, hasta el momento que sus pequeñas y débiles manos me alejaron del peligro. La vi caer a mi lado, sus ojos azules como el despejado cielo se mostraron lustrosos, sus labios se entreabrieron y yo dije su nombre.

Fue todo en cuestión de segundos.

Miré el arma que había dejado caer, parecía tan lejana a mí. Ezra me miró con sorpresa, una parte de él se mostró vulnerable ante las acciones y pese a ello, aquella parte de supervivencia que le dictaba el alejarse ganó. No fui capaz de seguirlo, sólo quería quedarme, tenerla en mi pecho mientras mi camiseta se mancillaba de carmesí.

Busco en mi bolsillo con consternación mientras aquellas personas que esperan en las sillas azules me miran con tristeza. Saco mi teléfono y como instinto, presiono en el nombre de Tammy. Soy demasiado débil para enfrentarme solo a la avalancha en la que Audri me ha arrastrado.

— ¿Allen? distingo el hilo en su voz. Tomo aire un momento, necesito ser maduro, no dejarme caer cuando ella me necesita, cuando mi hija me necesita. Pienso en Emily, en la dulzona risa de bebé que me vuelve loco. Me tranquilizo un momento.

— Necesito que vengas Tammy — tú puedes, Allen, tu puedes. Trago saliva, disipando el nudo en mi garganta. Al otro lado de la línea un silencio sepulcral la domina. Imagino a la pelinegra sujetando el teléfono con fuerza mientras observa hacía la nada, probablemente con mi mismo semblante. Sé cuánto quiere a Audri, cuánto le preocupa —. Audri está herida.

— ¡Santo cielo! — ya no es su voz, es diferente, algo la aqueja aún más por debajo del incidente. Su respiración golpea mis oídos, alterándome —. ¿Dónde está? Llego lo más rápido que pueda.

— En el Hospital Baylor — mis dedos juguetearon con nerviosismo —. Por favor, ven rápido.

— Miles y yo estaremos ahí en minutos, dejaré a Emily con las chicas.

— Preferiría que la trajeras contigo pienso en su rubio cabello enredado en mis manos rojizas, en la sudadera empapada, en sus labios carnosos hablándome sin emitir sonido alguno —. Más que nunca Audri y yo la necesitamos.

 

 

***

 

 

Miles me mira como lo hacía cuando éramos niños. El mensaje en sus ojos me reconforta, tiene un efecto en mí que se asemeja a la morfina. Él me conoce bastante bien, sabe qué decir en el momento indicado, lo ha sabido desde que tengo nueve años.

Acepto su abrazo pese a que lo último que quiero es desmoronarme aún más en una tétrica sala de esperas. Miles murmura algo a mi oído, un mensaje de aliento que apenas logro percibir, lo único que puedo pensar es en la bala golpeando su estómago, en la forma que sangraba hasta el punto de colapsar, en cómo sus ojos se cerraron como lo haría una princesa de cuento de hadas.



#4928 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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