Emily

EPÍLOGO.

Tate y Collins me miran fijamente mientras se sujetan sobre sus manos y rodillas, siendo precavidos como un par de leones al ataque. Sonrío en su dirección intentando ganar su confianza, poniendo el mejor rol de amigo que poseo, sin embargo, nada funciona para que salgan de su escondite.

Suspiro con cansancio, nuevamente vivo los estragos de la poca atención por parte de unos niños de apenas un año, ¡Es increíble cómo pueden poner a todo el mundo de cabeza con si simple aparición! No necesitan decir una sola palabra o llamar en lo más mínimo tu atención, con que sepas que están ahí, es suficiente.

— ¡Emily! — llamo sin levantarme un segundo. Pienso en las posibles marcas al traje, al igual que un retraso espectacular por culpa de un par de gemelos.

Una diminuta pelinegra corre hacía mí, sus mejillas están ardiendo a causa del esfuerzo, sus ojos azules están fijos en mí y una sonrisa que podría cautivar a millones de estrellas me recibe con la más grata calma. Nunca me canso de decir que mi hija es la más hermosa que pueda existir en este mundo, ni siquiera el recalcar que cada día que pasa me niego a aceptar que no es mía.

Lleva puesto un vestido rojo que iguala su ligero rubor y Audri ha hecho un buen trabajo con su cabello. Parece una pequeña reina de bellezas, una muñeca de porcelana que merece ser contemplada toda una vida.

— ¿Sí, papi? — me gusta que me diga papá, es mi parte favorita del día al llegar del trabajo, al recogerla de la guardería y tenerla como mínimo una hora para mí solo.

— ¿Podrías ayudarme muñequita? — señalo con discreción a los gemelos, Emily se levanta en sus puntas y observa sobre mi hombro un par de rostros asustados. Ríe, traviesa.

— Estoy jugando con Engel — hace un mohín. Casi quiero decirle que no, que regrese a donde estaba y retome su curiosa estadía con la bermeja. ¿Cómo una niña de tres años puede tener control sobre mí?

— Papi necesita ayudarle a mami a terminar de arreglar a los gemelos — parpadea en mi dirección mientras sujeta con fuerza sus manos, una esclava de oro pende de su muñeca, en ella lleva inscrito su nombre —. Te prometo que si me ayudas jugaré con ustedes toda la tarde.

— ¿Y convencerás a mami?

— Si está de buen humor te prometo que sí — extiendo mi dedo meñique hacía ella, se ha vuelto nuestra forma de cerrar una promesa. Emily aferra el suyo al mío —. Vale, preciosa. Saca de ahí a los gemelos.

Emily asiente con la cabeza y se inclina hasta llegar a los gemelos. Intento no ponerme nervioso al verla arrastrar su vestido nuevo, con el humor de Audri disparado al cielo no quiero imaginarme su posible berrinche. Ella es demasiado dulce a veces pero la mayoría del tiempo está sumamente cansada.

Los gemelos salen detrás de ella y sin que ninguno de los dos lo espere los tomo en brazos, no quiero que se vuelvan a escapar y salir corriendo a encontrar su nuevo escondite. ¡No entiendo cómo pueden ser tan escurridizos!

Ambos patalean entre mis brazos, no quieren que Audri los peine y mucho menos que acicales sus prendas que han vuelto a desaliñar. Son bastante monos, no puedo negarlo, pero de cierta manera logran sacarme de mi zona de confort.

Tate lloriquea palabras incomprensible y su hermano Collins le hace un acompañamiento perfecto. Suspiro al ver sus rostros llorosos al igual que sus mejillas tan rojas por el berrinche.

Los llevo a la habitación sin siquiera decir una palabra, es mera costumbre el oírlos patalear cada dos por tres, no están muy acostumbrados a estar sin sus padres y por supuesto, no estoy del todo familiarizado con tener una guardería en casa. ¡Es demasiado trabajo!

— ¡Arg! — Audri chilla resignada frente al espejo, parece tan pequeña desde donde estoy, no puedo sentir un poco de gracia al verla tan ofuscada con su reflejo.

— Los encontré —informo.

Audri gira sobre sus talones mientras sujeta su vestido rojo por el pecho, es extraño verla tan elegante al igual que luciendo un maquillaje que la hace ver tan madura. Pese a que me fascine el cómo ese rojo hace lucir sus labios carnosos, prefiero el verla con su pequeña dosis de humectante.

Cierro la puerta con mi talón y deposito a los infante en el suelo, automáticamente dejan de lloriquear, como si estuviesen programados para hacerlo. Aún me siguen sorprendiendo sus reacciones tan similares cuando físicamente se parecen tan poco. Mientras Tate presume una cabellera negra y un par de mercurios por ojos, Collins es todo un rubiecillo que presume de los ojos más oscuros que haya visto en toda mi vida.



#4985 en Novela romántica

En el texto hay: ballet, drama, amor

Editado: 03.09.2020

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