…Mi incomparable flor en este hermoso jardín
Tu deslumbrante pelo negro destella el mejor jazmín
Te escogí a ti por ser diferente a las demás rosas
Tú eras única
Tus espinas me protegen, hoy tus pétalos visten mi túnica…
_ Porta.
Federico.
Ya dos semanas habían pasado, habíamos culminado nuestro cuarto año en medicina y junto a nuestras preciadas amigas, viajamos la ciudad del amor, Máncora. Las chicas lo necesitaban para poder sobrevivir el resto del año escolar, Emily no lo necesitaba tanto, puesto que ayudaba a sus padres trabajando para ellos en su restaurante y con ello pagaba sus estudios, necesidades básicas y uno que otro lujo que desease.
Aun así, le serviría sobre todas las cosas para actualizar su vestuario ñoño como le llamaba, decía que la nueva Emily no podía vestir así, había cambiado mucho, era ahora más osada, sus ojos brillaban con curiosidad y se lanzaba a explorar cada cosa que le llamase la atención.
Pronto Camelia consiguió un buen trabajo con un tipo y se marchó, prometió que estaría bien y no haría nada raro, igual no podía evitar preocuparme, era tan ingenua de corazón como mi querida Emily, mi exótica rosa negra, por suerte los días avanzaban y ella actualizaba su estado, hablándonos de sus alegres días como dama de compañía, al final, quizás si tenía un trabajo donde no corría peligro alguno.
Por mi parte, me concentré en fingir trabajar y disfrutar los días con Emily, en pocas semanas habíamos llenado nuestros bolsillos y con múltiples bellos recuerdos, tanto en nuestra memoria como en fotos, volvimos a la ciudad de Chiclayo.
Yo sólo fui por acompañarlas, así que no necesitaba un ingreso real, Emily logró reunir el suficiente que deseaba, pero ante un problema de salud de su padre, se decidió por volver, pocos días después salió mi querido suegro de la terapia intensiva.
Sólo había sido un susto y aliviados, recorrimos tiendas y mercados, compramos ropa, comida y muchos adornos de navidad, no sabía que brillaba más, los ojos de mi dulce chiquitita o los de esa parafernalia navideña. Porque sí, para mí era una época más, una de múltiples gastos e hipocresía.
Pero con ella, me había regresado esa magia que tanto se sentía en ésta época del año, juntos decoramos mi apartamento, estaba loco porque se mudase conmigo, aunque entendía que apenas y comenzábamos una relación, nos conocíamos más que nadie y, aun así, si no lo tomábamos con cuidado, podíamos perder una bella amistad.
Bañados en brillantina y agotados, nos comimos en nuestro lugar especial, en medio del salón de mi apartamento, bajo la luz crepuscular de la luna y rodeados de todo ese mágico ambiente que habíamos creado por navidad, dudaba que ella me amase, pero al menos la atracción y el cariño por mí nunca faltaron.
_ Desearía que estas noches fuesen eternas -pronunció ella de pronto.
Había un extraño aire melancólico en sus rasgos, sentada junto a la ventana en medio de la oscuridad y solo con las titilantes luces coloridas iluminando su piel, casi parecía una obra de arte en medio de un museo, una diosa hermosa e inalcanzable que se había posado para ser admirado, un momento sin igual que siempre me arrepentiré de no retratar.
_ Podrían serlo -respondí, tendiéndole una copa de vino y acercándome para admirarla a plenitud.
_ Eres tan dulce y tan perfecto, siempre me preguntaré que te llevó a fijarte en mí.
La miré trastocado, ¿acaso estaba loca?, era eso lo que siempre me preguntaba yo, como tan majestuosa mujer fe fijó en mí, aleteó con esas plumas azabaches hasta mi corazón y por años reprimí los sentimientos que por ella en mí danzaban.
Siempre me maldecí por no tomar la iniciativa en nuestra juventud, por dejar al tiempo pasar y que un imbécil se la llevase, la dañase y la maltratase, no sólo rompió su corazón, el muy maldito pisoteó su autoestima y seguridad, destruyó esa alegría que la caracterizaba y dejó esta diosa rota, mi exótica rosa negra.
Me sentí al borde del colapso, ¿era éste el inicio del fin? ¿por qué se veía tan majestuosa ante mí?, sentía que había algo mal y con cuidado acaricié la palma de su mano, deposité media copa de vino en ella y la acompañé en este pequeño trance que a nuestros corazones embargó, una extraña sonrisa cubrió sus labios y me besó.
_ Gracias -dijo cuándo nos separamos al fin.
_ ¿Por qué?
_ Por existir -sus palabras sonaban realmente agradecidas.
Nos unimos una vez más, encima de la alfombra del salón, contra el ventanal del balcón y bajo las titilantes estrellas que cubrían el cielo, satisfecha durmió sobre mi pecho y un extraño sentimiento me volvió a embargar, su teléfono vibró y reprimí las ganas de echarle un vistazo a la notificación, la base de una relación siempre sería la confianza. Vaya que yo creía en ella, pero no en él…
Con un terror acerqué el teléfono a mi rostro y vi el mensaje, era de él, reconocería a leguas su foto de perfil, lo peor fue lo que escribió: “No vendrás hoy”. Él la esperaba, creía de verdad que ella volvería a él, por suerte para mí, me había elegido y conmigo esta noche había dormido. La culpa de nuevo me invadió, aunque ahora podía confiar en ella a plenitud, no volvería a caer en sus garras, era feliz junto a mí.