Emily, consecuencias de un desatino en Navidad.

Tus espinas mis heridas

 

Para siempre recordaré el último pétalo caído

Pero no aceptare la realidad cuando tú te hayas ido

Aunque no estés tu nombre permanecerá entre mis labios

Aunque te vayas de mi boca jamás saldrá un adiós

Pues te querré eternamente, eternamente marcada mi piel

Tu color negro es la tinta que se escribe sobre este papel

_ Porta.

Federico.

Podría decirse que fue casi inesperado, pero aquí estábamos, en una cafetería bebiendo café, yo quería algún licor fuerte, aunque aquí no vendían nada de eso, sólo dos días para navidad y nuestra promesa de seguro ya se había roto.

“Tenemos que hablar”, fue lo único que me dijo en un mensaje, seguido de esta dirección, callada y cabizbaja evitaba mi mirada, no tenía que hablar para saber lo que diría, en cada uno de sus gestos y expresiones leía los pensamientos que por su mente corrían.

_ Entonces ya volvieron -pronuncié con seriedad y más brusquedad de la que esperaba, mi actitud la asustó y al fin nuestras miradas se cruzaron.

_ ¿Por qué siempre tienes que salir con eso? -dijo con la evidente culpa en su rostro, el temblor en sus ojos descubriendo esa verdad que pretendía ocultar.

_ Porque todo tu lenguaje corporal grita que hiciste algo de lo que te sientes culpable y ya que no hablas, intento solucionar esto lo antes posible -hablé casi con indiferencia, aunque mi alma torturada gritaba adolorida.

_ Pues parece que ni te importase -exclamó ella con indignación-. Aunque si lo que quieres saber es si estuve con él, sí es verdad, la curiosidad me venció, tenía que saber si volvería a sentir lo mismo si volvía a estar con él, yo…

_ Basta, no hay nada más de que hablar, ten -lancé un billete de cincuenta soles sobre la mesa y tajante corté-. Eso es para la cuenta, el próximo año culminaré la carrera en otra sección de clases, en cuanto a mí no te me vuelvas a acercar, te advertí que, si seguías adelante y volvías a él, perderías casi cinco años de amistad.

Alcé la mano para detener lo que iba a decir y me marché, no había explicación alguna que expiase lo que había hecho, tenía la dignidad suficiente como para no perdonar una infidelidad, no éramos novios, aunque habíamos compartido como tal, me traicionaría a mí mismo si permitiese que ella pisotease mis sentimientos.

La quería de verdad y se lo hice saber de muchas formas, ella nunca lo había vuelto a mencionar y en cambio me trataba como si me quisiese de verdad, era tan detallista y cursi conmigo, en algunos momentos, incluso se preocupaba más ella por mí, que mi propia madre, sabía que yo no podía seguir como si nada y no quería lastimarla, me conocía y si la dejaba cerca de mí, mis palabras la herirían. Así que, lo mejor para ambos, sería alejarnos.

Aun así, mientras los días pasaban y la ansiedad me mataba, esperaba su llamada, una disculpa diciendo que todo fue un error y aunque nada de eso llegó, para lo que, si me llamó, terminó por destrozarme, el solo rememorar esa conversación acabó con cualquier gramo de paciencia y empatía que alguna vez llegué a albergar:

_ Federico ¿podemos hablar? -dijo apenas contesté, llorando con tal desolación que me conmovió.

_ Estamos hablando ¿qué pasó? -pregunté tanteando el terreno, una pequeña esperanza aflorando en mí.

_ El me engañó… no fue por la razón que me había dicho… se había ido con otra y por eso me cortó… -apenas se le entendían algunas cosas a través del auricular, su voz se entrecortaba por el llanto.

_ ¿Me llamaste para decirme como Joel te engañó por enésima vez? -casi rugí por la ira y estaba haciendo un gran esfuerzo por no destrozar mi teléfono.

_ No es eso… yo… escúchame por favor… la chica lo llamó hoy… ella tenía VPH… Federico… ella se lo pegó a él y ahora a mí también…

_ ¿Ya te hiciste la prueba? -apreté los dientes al hablar para controlarme mientras trataba de ser lo más profesional posible.

_ Sí… salió positiva… fue una sola vez… yo…

_ Emily… no hay nada que hacer así haya sido una vez, eres estudiante de medicina, casi un médico graduado, conoces las consecuencias de estar con una persona promiscua, sabías muy bien como era él y éstas son las consecuencias de tu desatino.

Pude escuchar su llanto más sonoro mientras yo hablaba y luego cortó la llamada, agradecí que lo hiciera, estaba a punto de colapsar, tiré al teléfono a mi cama y corrí a ducharme, la ira y la decepción se agolpaban con furia en mi pecho, era de tal magnitud, que no podía ni siquiera ponerme en sus zapatos, sabía que estaba sufriendo y en este momento era cuando más me necesitaba, pero, ¿quién estaba para mí?

No debí haber dejado que se marchara ese día… aunque habría sido al siguiente o a la semana, así que no podía engañarme a mí mismo, muy dentro de mí sabía que ella correría a sus brazos otra vez, sólo esperaba que percibiera mi amor de verdad hacia ella y no se conformase con sus migajas, que volviese a mí por amor y no por lástima.




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