Emily, consecuencias de un desatino en Navidad.

Mi rosa negra ya marchitó todos sus pétalos.

Tu color negro se va destiñendo con el paso de los días

Te guardo en mi vitrina, es un recuerdo muerto

Que en silencio sigue existiendo y guarda un sentimiento

Brotas en un edén, en un sin fin

Te sientes rara, diferente

Para mi especial, porque en mi vida encajas

Restos de diferencia, a veces piensas

Te preguntas el porqué de tu existencia

Cuál es tu única creencia

Estas en una realidad diversa a todas las demás…

_ Porta.

Federico.

Apenas desperté en medio de la madrugada me incorporé, tenía que buscarla, tenía que… protegerla, me lo había prometido, que tonto había sido, ¿cómo pude olvidar que, aunque se veía tan fuerte por fuera, por dentro sufría depresión?

_ Acuéstate Federico, no estás en condiciones de levantarte -pronunció mi madre con irritación-, tienes bronquitis y estás en un estado delicado ahora.

_ No es nada en comparación a lo que le pasó a ella…

_ No estás siendo cuerdo, en realidad ni siquiera pareces hijo mío, tremenda sorpresa me llevé al enterarme que esa jovencita que se veía tan pulcra estuviese enferma de…

_ ¿Ya despertó? -interrumpí agotado.

_ No y probablemente no lo haga nunca, duró mucho tiempo muerta y su cerebro fue quién recibió la peor parte.

_ ¿Cómo puedes ser tan fría? -pregunté ante su indiferencia a la situación que nos agobiaba-, solías amarla, ¿no lo recuerdas?

_ Creí que era una muchacha pura, pero tiene una ETS, por amor a cristo Federico, gracias a Dios no te involucraste con ella más allá y estas limpio.

_ ¿Hiciste que me examinaran? -dije a través de mis dientes apretados, la ira ganando terreno.

_ Por supuesto, ¿qué clase de madre sería si no lo hiciera?

_ Estoy agotado, déjame solo por favor.

Enfurecida ella se levantó y salió de un portazo, tomé mi teléfono de la mesita auxiliar y observé la fecha, veinticuatro de diciembre, sólo faltaban unas horas para navidad, esta vez no sería su culpa, sino la mía, al menos debía cumplir la promesa que nos hicimos, pasaríamos juntos no solo esta navidad sino todas las que se necesitasen hasta que ella despertase.

Con esa idea en mente llamé a la enfermera, me suministraron un analgésico fuerte para el malestar, me ayudó a vestirme y escapé del hospital, por suerte tenía aun mi billetera, tomé un taxi y llegué hasta mi departamento.

Una vez dentro preparé mi mochila con algunos adornos, dos copas, la rosa negra que había mandado a preparar en acetato y funcionaba como lámpara, el regalo que le habría dado esta noche si… si todo fuese diferente, un poco de ropa de cambio, artículos personales y salí del edificio.

Justo al frente había un restaurante, compré dos viandas de su comida favorita, jugo de uva ya que ninguno podría tomar licor, algunos dulces que le encantaban y casi un kilo de galletas con chispas de chocolate.

No había notado que todos me miraban raro, cuando lo hice sonreí para mis adentros, era lo más normal, en todo el camino no había dejado de llorar y aun vestía mi pijama, seguro Emily se burlaría de mi apenas despierte, aun así, no tenía tiempo de regresar a cambiarme.

Para cuando volví al hospital y me dirigí a su habitación, mi madre estaba fuera de su puerta, echa una furia me cacheteó y me reprendió, mi padre la tomó en brazos y se la llevó. Agotado limpié mis lágrimas y abrí la puerta de la habitación de Emily para entrar, al fin podría volver a verla.

A pesar de todo lo que había pasado, parecía que dormía plácida y llena de vitalidad, su piel morena se mantenía suave como el terciopelo, su cabello negro estaba atado en dos largas trenzas alrededor de su rostro, si despertase ahora, seguro se molestaría por verlo así.

Sus parpados cerrados titilaban con el ligero movimiento de sus ojos, sus largas pestañas oscuras le daban un aire de pureza con ese tierno sonrojo que cubría su rostro, sus labios eran menos rosados de lo normal, la pequeña prueba de porque yo visitaba el hospital, aun así, si la retratase o pintase ahora, sería aclamada como la belleza de una diosa en el mundo de los sueños.

_ Federico -pronunció su madre con una dulce voz.

_ Señora Cornejo, disculpé, no sabía que se encontraba aquí -hablé apenado.

_ No es tu culpa cariño, ven -dijo abrazándome-, ella dejó esta carta para ti, te estoy muy agradecida por cuidarla tanto, es una lástima en que se haya fijado en ese… -su voz se rompió y luego de un casi eterno silencio, continuó-, los dejaré solo un rato, iré a buscar unas cosas mientras la acompañas, avísame cualquier cosa por favor.

_ Sí señora -fue lo que pude responder con el alma destrozada y reteniendo las ganas de volver a llorar.

Apenas se marchó comencé a decorar el lugar, algunas guirnaldas, flores de pascua y la rosa que preparé para ella en la mesa auxiliar, acomodé una silla junto a su cama y me senté, las viandas de comida y el jugo de uva estaban en una mesa contigua, no tenía hambre y diversos sentimientos se agolpaban en mi corazón, fue el ligero golpeteo en la puerta lo que me sacó de mi ensoñación.




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