El ambiente era frío cuando Emma posó sus peludas zapatillas sobre el césped húmmedo, y aunque había bajado consigo su suave y calentita bata, la fresca brisa nocturna llegó calarle los huesos. Un escalofrío le recorrió la espalda, mientras cruzaba sus brazos tratando de mantener el calor.
Miraba fijamente a la figura que tenía delante, entre sorprendida y aliviada, esperando su reacción. Incluso Yodo, el cual la chica dudaba de que le hubiera visto alguna vez, parecía contento con su regreso. Pero el rostro de Azel parecía cansado, incluso abatido, y Emma habría jurado que le costaba mantenerse de pie. La chica entrecerró los ojos. No sabía por qué él mostraba ese aspecto, ni qué le había pasado, pero de repente se sintió molesta y enfadada hacia algo desconocido. Como si el simple hecho de imaginar que alguien pudiera hacerle daño le revolviera las entrañas con furia. Sabía lo que se sentía al ver sufrir a un ser querido, o al preocuparse por alguien importante, pero aquello era diferente. Y aunque era obvio que Azel era importante para la chica, había algo más. Era una sensación extraña, se sentía como si el daño se lo hubieran hecho a ella misma, en vez de a él. Y era extraño, porque no se trataba de empatía, y no podída identificar el motivo por el cual se sintió tan mal de pronto. Solo le siguió mirando con la frente arrugada, hasta que finalmente dio un paso más al frente, para poder observarlo mejor.
El chico ladeó la cabeza, consciente de que algo le sucedía a la chica, pero se encontraba tan cansado, que no trató de averiguar que era aquello. Había acabado frente a la casa de su familia casi sin darse ni cuenta, sin ser consciente de lo que hacía. Aunque lo cierto es que sí era a ella a quien quería encontrar.
-¿Por qué...? -Emma sacudió la cabeza, todavía algo seria-. ¿Qué te ha pasado? -terminó por preguntar.
En la oscuridad, escuchó suspirar a Azel.
-Se puede decir que no he tenido unas vacaciones muy agradables. -respondió simplemente, sin perder esa irónica frialdad que era propia de él. -No sabía a quien decírselo, porque no tengo mucha gente de confianza a decir verdad, y mis amigos no eran la mejor opción. -se encogió de hombros, con indiferencia-. Podría haber recurrido a Fretz también, pero he acabado terminando aquí.
Emma le escuchaba en silencio, esperando impaciente a que continuara, con el corazón latiéndole a mil.
-Le he visto, Emma. -dijo-. He visto al hombre que está detrás de todo esto, y sé lo que es.
La chica abrió mucho los ojos, espantada. ¿Qué le había visto? ¿Cómo que le había visto? ¿Había hablado con él, quería decir? Apretó los dientes, sintiendo una profunda y descontrolada rabia hacia ese hombre. Como se hubiera atrevido a tocarlo... Esa idea le parecía terrible. Podía volver a sentirlo sobre su piel pese a que le horrorizara imaginarlo, pero la simple idea de que alguno de sus amigos lo sufriera por su cuenta le parecía aún peor. Sería capaz de cualquier cosa para evitar que eso pasara.
Por su parte, Azel frunció el ceño. La expresión que se había apoderado del rostro de la chica era muy diferente a la que se había imaginado. Había esperado una reacción asombrada, desconcertada, aliviada por poder descubrir por fin quién había estado detrás de todo lo que estaba ocurriendo; pero en su lugar se encontró con una furia contenida, con ferocidad, incluso con una expresión vengativa. Era como si el aquel hombre le causara una rabia infinita, como si el hecho de saber quién era fuera secundario, sin parecer interesarle. Probablemente porque ya lo sabía, cayó en la cuenta Azel, que se sintió de pronto algo molesto. Desde que había conocido a Emma, su relación con ella había sido bastante sincera, porque solía servir para desahogar los problemas de cada uno. Pero la chica parecía ocultarle muchas más cosas de las que creía, aunque él no podía culparle, porque en ese aspecto Azel también lo hacía. Quizá por eso las palabras que dijo la chica a continuación le desconcertaron.
-¿Lo que es? -repitió ella, mirándole interrogante.
Azel terminó por asentir.
-Sí, lo que es. -respondió-. Es un mago negro renegado.
Emma abrió mucho los ojos.
-¡¿Qué?! -exclamó impresionada, sacudiendo fuertemente la cabeza después-. Pero eso es imposible. Los renegados son magos exiliados al Limbo, no pueden salir de allí.
El moreno se encogió de hombros.
-Pues este ha conseguido hacerlo. -aseguró-. Aunque quizá no tan bien como pretendía. Una parte de él permanece anclada a ese lugar, tira de él hacia allí y limita sus acciones. -miró fijamente a la chica, cambiando el peso de una pierna hacia la otra, tratando de encontrar una postura mejor para mantenerse de pie. Aunque estaba oscuro, Emma podía ver cómo su frente relucía por el sudor, y era obvio que hacía gran esfuerzo para articular cada una de las palabras que decía.- Por eso ha estado asaltando establecimientos, mandando monstruos o enviando esas endemoniadas margaritas a la escuela. Todo era para distraernos, para que nos mantuviéramos concentrados en ello y no nos fijáramos en lo realmente importante, en aquello que realmente está haciendo. Trata de encontrar la forma de desligarse del Limbo por completo, porque así recuperará todos sus poderes en su totalidad.