Emma: Escuela de Magia (crónicas de la Maga Silenciosa #1).

Aquello que una vez pasó, parte 3.

El suelo bajo sus pies estaba frío. Volvía a ser de noche, y el intenso fuego de las chimeneas no lograba calmar los continuos escalofríos que le invadían una y otra vez. Hacía tiempo que no salía de aquel desván, y hacerlo en aquel momento activaba todos sus sentidos de alarma, que no paraban de repetirle que si aquel hombre la pillaba algo muy malo sucedería. Ya sabía de lo que era capaz, llevaba tres días siendo consciente de ello, pero también había escuchado el portazo de la puerta principal media hora antes. Y si no había vuelto todavía, sabía que tardaría en hacerlo. Era su ocasión, dudaba de que tuviera alguna más. Solo debía bajar las escaleras y buscarla. No tenía intención de escapar, ya lo había intentado antes en una de sus marchas, y lo único que había logrado encontrar era un montón de puertas incapaz de abrir y miles de ventanas que no se rompían ni siquiera con magia. Así que había terminado deduciendo que aquella mansión estaba encantada, lo que no hizo más que desinflar todas sus esperanzas de volver a casa. Por eso, en aquella ocasión, sus intenciones eran diferentes. Sabía que había alguien más en la casa, otra persona prisionera como ella, la había escuchado en multitud de ocasiones. Y necesitaba saber quién era.

Tres cuartos de hora tardó en inspeccionar la mansión hasta encontrarla, por la lentitud y el sigilo con los que trataba de moverse para no ser delatada y escuchada por ese endemoniado pajarraco. Se hallaba en el sótano, cuya puerta, al contrario que la mayoría de las del resto de la mansión, estaba abierta. Eso le sorprendió a Emma, al menos hasta que vio a la mujer tendida en el suelo y encogida sobre sí misma, inmóvil, y lo entendió. No merecía la pena encerrar a una persona que no tenía fuerzas ni para levantar un brazo. Además, por tan seguido que el hombre entraba en aquella habitación, seguro que le resultaría incómodo andar hechizando la vieja puerta cada vez. Pero Emma, alejada de querer seguir pensando sobre este hecho, solo pudo correr al lado de la mujer, que tan débil parecía. Tenía los ojos entreabiertos, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por no quedarse dormida. Como si temiera lo que la calma pudiera llegar a traerle.

-Sé que no eres él, ¿quién eres? -preguntó sin volverse en un susurro, pero con un tono demasiado seco e impositivo.

Emma caminó lentamente hasta ponerse enfrente de ella, y la miró con lástima y el estómago revuelto. Pudo apreciar como la mujer abrió aún más los ojos al verla, entre asombrada y asustada a la vez.

-¿Qué haces tú en este lugar? No deberías estar aquí. -afirmó, algo más despierta.

Emma enarcó las cejas ante sus palabras.

-¿Me conoce?

La mujer, cuyos cabellos azules cubrían la mayor parte de su blanquecino rostro, sacudió la cabeza.

-Claro que se quién eres, pero no sé cómo has acabado en esta casa. Es el último lugar en el que deberías estar, niña. -aseguró, muy convencida de ello. Su manera de hablar le otorgaba un tono sabio, con experiencia en la vida, pero la mujer parecía ser joven, bastante en realidad-. Tienes que salir de aquí, no puedes dejar que consiga aquello que planea. Vete mientras aún estés a tiempo.

Emma sacudió la cabeza, confusa, con el corazón latiéndole a mil.

-¿Y qué es lo que planea? Yo no tengo nada para darle, soy una chica normal. -suspiró-. Además, ya he tratado de salir de aquí, pero no hay manera, está todo bloqueado. -la miró con firmeza-. Y tampoco te voy a dejar aquí a tu propia suerte.

La mujer relajó sus músculos y apoyó la cabeza en la dura pared.

-Yo no voy a salir de aquí, Emma. Yo ya estoy muerta. -dijo de una forma tan segura y sincera que asustó a la chica más que el hecho de que supiera su nombre. No sabía quién era esa mujer, pero algo a su alrededor parecía antinatural, fuera de lo corriente. -Pero tú, -dijo señalando con un dedo su pecho-. tú todavía tienes un destino que cumplir, muy lejos de todo esto. Tú tienes que proteger aquello que portas, aunque signifique ser errante y estar huyendo toda la vida.

¿Aquello que porta? ¿Ser errante? ¿De qué estaba hablando aquella mujer? Por un momento, Emma se planteó que pudiera estar delirando, o hubiera perdido ya la cabeza. Aunque, en el fondo, parecía estar hablando enserio.

Un ruido sutil, que no se habría escuchado de no ser por el silencio que había reinado tras sus palabras en aquel momento, se oyó lejano en el piso de arriba.

La joven mujer se puso nerviosa, y empujó ligeramente a la chica.

-Vete, vete, yo te protegeré. No permitiré que él consiga lo que está buscando, aunque tenga que dar la vida para ello. -le apremió.

Emma comenzó a retroceder.

-Volveré a por ti y saldremos de aquí, te lo prometo. -aseguró convencida, con el rostro apenado. Solo vio cómo la mujer sonreía, y fue una sonrisa tan llena de vida y tan poderosa, que por un momento Emma se planteó que aquel encuentro pudiera ser un sueño. Pero luego dio media vuelta y salió corriendo.

Se observó las manos, un líquido rojo y aguado se escurría entre ellas, mientras el dolor por la caída hizo que olvidara por un momento el impresionante estruendo que había escuchado desde el desván, y que le había empujado a salir de este para conocer el origen del sonido, aún pudiendo ser muy arriesgado. Tenía un oscuro presentimiento y el corazón encogido, una voz en su cabeza le decía fuertemente que algo muy malo había sucedido. Casi se podía sentir en el aire. Casi podía tocarlo, de lo intenso que era ese presentimiento. Respirando entrecortadamente, y ya sin miedo a poder ser descubierta, fue empujada por una fuerza invisible hacia el salón donde todo hubo comenzado. El aura oscura que había sentido en las escaleras era mucho más nítida ahí, tanto que prácticamente ahogaba. El hombre estaba a pocos metros de ella, mirándola de frente. Erguido y firme como si toda esa nube de maldad saliera de su propias entrañas. Y entonces lo vio, bajo sus pies, el cuerpo inerte de la mujer que poco atrás se prometió rescatar. Su cuerpo frío, y más pálido de lo usual. Y su cabeza vuelta hacia ella, con los ojos vacíos, mirando a la nada, porque ya no tenían vida. Emma se atragantó, y comenzó a toser, mareada ante aquella aterradora visión. Algo en ella se sintió muy mal de pronto, algo que crecía por momentos y la asfixiaba aún más. Le miró con rabia y con terror, enfurecida porque ni siquiera mostrase un ápice de arrepentimiento por lo que había hecho en su rostro, impasivo e inhumano. Él solo ladeó la cabeza, interrumpido por su presencia.



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En el texto hay: secretos, aventura, amor

Editado: 15.07.2020

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