Emma: Escuela de Magia (crónicas de la Maga Silenciosa #1).

Capítulo 32: El último, parte 1.

Como una ráfaga de viento mueve con sutil rapidez las flores en primavera, el tiempo, desapercibido y silencioso, siguió transcurriendo. Y pronto, lo que por ser un tema de hablar continuo parecía imposible de olvidar, desapareció de la ahora despreocupada mente de Emma. La chica se había transformado en una nueva persona, renovada de verdad. Sus ojos relucían al mirar a sus amigos, y su sonrisa, incontenible, se mostraba en su rostro con una frecuencia tan alta, que casi se había adueñado de él. Incluso su cabello se notaba más brillante. Sus ojos, más claros, más lúcidos, más sabios.

Como una corriente de agua fresca en otoño enfría los pies al meter estos en el arroyo, la nueva estación había llegado aclarando los turbios pensamientos de aquel grupo de alumnos que tantas cosas habían vivido ya juntos, limpiando el oscuro aura que desde hacía tiempo residía en la escuela, envenenándola sin que nadie se diese cuenta.

Por eso, aquella mañana Emma salió de su cama con el buen presentimiento de que sería un cálido día, como los del resto de la semana habían sido. La chica tenía varias clases por delante, y su mayor preocupación era no llegar tarde ni quedarse medio dormida en ninguna de ellas. Incluso Leyla parecía más aplicada recientemente, y había dejado de preocuparse por pasadizos secretos de Eythera y libros desaparecidos. Aunque nadie lo dijese, todos sabían en realidad por qué estaban siendo tan alegres y energéticos, por qué no habían dejado que nada les arruinara las largas tardes de café y tostadas junto a las damas rojas, llegaran cuantas malas noticias de la capital llegaran. Todos conocían la razón que subyacía entre montones de abrazos desinteresados y largos paseos al Centro Común: nunca se sabía cuando iba a ser el último día en que pudieran gozar de todo ello. Acontecimientos realmente oscuros se acercaran, eso era un hecho, y que se oyeran risas por todos los rincones de Eythera no significaba para nada que sus propietarios no lo supieran. Porque negar o alejar el incierto futuro que se cernía sobre ellos no era una forma huir o esconderse, sino de coger fuerzas para lo que venía. Una manera de recordar por qué debían luchar cuando tuvieran que hacerlo. Para traer de vuelta esos hermosos días que desaparecerían cuando menos lo esperaran.

De esa forma Emma, después de rehacer bastante regularmente su maltrecha cama, zarandeó a Rose con fuerza, quien parecía haberse quedado dormida.

-Ay, Ay, practicaré la danza de la lluvia mañana, mamá, hoy quiero dormir más. -se removió la elfina, todavía en sueños.

Emma se separó sorprendida, antes de echarse a reír, ¿de qué danza de la lluvia hablaba su amiga? Hacía un sol que casi abrasaba.

-Vamos, levanta, perezosa, o no te esperaré para bajar a desayunar.

Rose abrió los ojos bruscamente de pronto, irguiéndose sobre el colchón como impulsada por un muelle.

-¿Desayunar? -preguntó, escapándosele una sonrisa-. Espera que me visto corriendo.

Emma asintió mientras se dirigía a la puerta, para esperarla pacientemente allí. Hacía algún tiempo que Rose se unía a su grupo a la hora del desayuno, y, aunque el resto de las comidas volviera a dedicárselas a los contados elfos que había en la escuela y con los que solía reunirse, lo cierto es que había sido suficiente para que ambas se hubieran acercado un poco más, viéndose aunque fuera solo una pequeña parte del día.

-¡Ya estoy lista! -exclamó la chiquilla posicionándose a su lado de un salto, haciendo que sus largas tranzas rubias botasen en el proceso.

Emma sonrió con ganas, le brillaba la mirada.

-Anda, vamos. -respondió, empujándola suavemente por la espalda con las manos.

 

Al llegar al Gran Comedor, abarrotado de alumnos a esas horas como siempre estaba, Emma se sorprendió de no ver a Ethan ni a Adrián entre sus amigos. Frunció el ceño y se sentó rápidamente mientras miraba interrogante a sus compañeros.

-¿Dónde están los que faltan? -preguntó a modo de saludo.

Oteo dejó de nuevo el tazón de leche sobre la mesa para contestar.

-Adrián creo que tenía una tutoría con Dala Sur. -contestó con la voz algo dormida todavía.

Emma se volvió a él sorprendida.

-¿Tan temprano?

Oteo se encogió de hombros.

-No sé, eso dijo cuando me lo encontré hace un rato por el Valle Soliazul, había desayunado ya.

Emma arrugó la frente, extrañada pero no dijo nada más. Solo cambió el objetivo de su mirada para fijarla en Timmy. El chico rubio sonrió ligeramente.

-Está algo indispuesto ahora mismo. -comentó, con algo de ironía y broma, mirando significativamente a su amiga. Emma no necesitó ninguna palabra más para entenderlo, y asintió, sonriéndole de vuelta.

-Entiendo. -contestó, consciente de que el resto de sus amigos los miraban sin comprender, como si se hubieran perdido algo. Y desde luego que lo habían hecho.

 

La hierba del Valle Soliazul se zarandeaba con suavidad de un lado a otro, movida suavemente por el aire, con una delicadeza tan poética que era digna de admiración. Sus piernas descubiertas, ya sin medias en esas fechas, no pudieron evitar sentir el cosquilleo que las briznas provocaban al rozar su piel. Estaban tibias, algo frías, dando lugar a una sensación extraña, pero no desagradable. Emma atravesó la explanada con tranquilidad, rumbo más allá de las casas de las familias, casi hacia el bosque al pie de las montañas. Pocas veces antes de esa semana se había alejado tanto de la escuela, pero en los últimos días lo había hecho bastante. Lo cierto es que buscaba a su amigo, deseosa de pillarle in fraganti. Sin embargo, cuando llegó a la orilla de aquel río que descendía desde el pleno corazón de la montaña, Ethan ya había vuelto a su forma humana, y salpicaba las rocas con los pies metidos en el agua. Emma suspiró, derrotada. Se veía que nunca iba a conseguir verle transformado. Por su parte su amigo solo se volvió, sonriente, a sabiendas de que se encontraba allí parada, detrás suyo, con una mueca derrotista en la cara. Los rayos del sol impactaban directamente sobre sus mechones de cabello, rebeldes sobre su rostro, y una aura de libertad le rodeaba, algo salvaje, como si hubiera recorrido una llanura corriendo sin parar para después parase de pronto y dejarse caer sobre el suelo, rendido. Emma se acercó con lentitud hacia él, mientras se quitaba como podía los zapatos en el proceso. Le gustó sentir el mullido césped bajo sus pies, y cuando llegó a su lado, no pudo evitar meterlos en el agua fresca del río, imitando a su amigo.



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En el texto hay: secretos, aventura, amor

Editado: 15.07.2020

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