No habían salido siquiera los primeros rayos del sol, no se notaba todavía la diferencia entre la noche y el día, cuando comenzaron a escucharse pasos en el piso de abajo, seguidos por otros ruidos ocasionados por distintos utensilios de cocina.
No hizo falta que la señora Shirley tomara muchas molestias en despertarlas, porque tras media hora que habían durado los traqueteos desde que se había levantado, los golpes en la puerta no fueron nada en comparación, parecieron incluso agradables. Emma, que no había conseguido volverse a dormir después del primer sonido, se levantó de un salto y se volvió hacia su amiga, que aún permanecía envuelta entre las sábanas y cojines, perdida en el séptimo sueño. Emma la miró con extrañeza, ¿cómo una persona podía comportarse de una forma tan impasible respecto lo que ocurría a su alrdedor? Leyla era realmente todo un caso. Le tocó el hombro suavemente, pero al ver que no reaccionaba, decidió agarrarlo con más fuerza.
-¡Ay!- se quejó la aún dormida, molesta por el sobresalto.
-Tu madre hace un rato que nos ha llamado.- informó Emma, pacífica.
-Pues por mí puede seguir haciéndolo.- afirmó, dándose de nuevo la vuelta contra la pared.
-Oh, no. Ni se te ocurra.- amenazó Emma, arrastrando el edredón de un estremo y tirando de él, quedando Leyla completamente destapada.
-¿Por qué?- se lamentó la pelirroja, alzando las manos al techo.
-Déjate de teatros y baja conmigo a desayunar.- le dijo Emma, mientras dejaba el edredón lo más lejos posible, de modo que su amiga no pudiera recuperarlo a no ser que se levantara de la cama.
-Está bien, tú ganas.- aseguró, poniéndose de pie y metiendo sus pies descalzos en la calentitas zapatillas. Abrió la puerta con dignidad y se dirigió a las escaleras, sin esperar a Emma, que sonreía maliciosa ante el pesar de su amiga.
-Para que luego me digas a mí que soy una dejada.- comentó esta una vez llegaron a la puerta de la cocina.
Leyla se volvió a mirarla.
-Es que eres una dejada.- afirmó, antes de relajar la cara y aspirar el delicioso olor que provenía del interior de la cocina.- Croissaneeees.- informó, alargando la última sílaba como si tuviera perlas en la boca.
Emma lo olió también, hambrienta.
-¿Y tú qué?- preguntó, cerrando la puerta tras de sí.- Eres la persona más difícil de levantar que conozco.
Leyla se acercó a su madre y le depositó un beso en el cuello.
-Lo mío es necesidad.- argumentó, sacudiendo la cabeza.- Huele que alimenta. Y tiene un aspecto increíble.
La señora Shirley sonrió y colocó los croissanes en un plato más grande.
-Buenos días, chicas. ¿Habéis dormido bien?
Emma asintió, aunque la mujer estaba de espaldas y no podía verla.
-Estupendamente.
Leyla cogió un tazón de leche y se sentó en la mesa. Emma la imitó.
-Está muy rico.- afirmó la primera con la boca llena, poniéndolo todo perdido de migas. Emma rió ante la escena, menos mal que la señora Shirley no lo había visto.
-Eso, comed, os espera un día realmente largo.
Leyla asintió con notable entusiasmo.
-Llevo todo el verano esperándolo.
Su madre la miró.
-No te tengo que decir que debes comportarte correctamente, acatar las normas, estudiar, y hacer caso a tus superiores. Ni falta hace que te lo diga.- dijo, con un brillo de advertencia en la mirada.
-Pues no lo hagas.- murmuró Leyla, lo suficientemente bajo como para que no puediera escucharla.
El semblante de la señora Shirley cambió completemente al decirle:
-Supongo que verás a Daniel.- Leyla se volvió a mirarla sorprendida.- No quiero que dejes que el pasado y la distancia se interpongan entre vosotros, hija. Es una buena oportunidad para empezar de cero. Quiero que al menos tú puedas hacerlo. Al fin y al cabo, él es tu hermano, por sus venas corre la misma sangre que corre por las tuyas.
Leyla se había quedado sin palabras, pues su madre pocas veces mencionaba a su otro hijo, apenas mostraba siquiera que lo recordaba. Ella sabía que le costaba pensar en ello, que le dolía aquella situación, por lo que tampoco quiso nunca sacar el tema.
-Claro.- aseguró.- Lo intentaré.
La señora Shirley sonrió dulcemente.
-Mientras lo preparais todo, voy a despertar a Mary.
Emma arrastró su maleta por el pasillo, tratando de no llevarse la alfombra por delante.
-¿Te has asegurado de que no te dejas nada?- preguntó la voz de Leyla desde arriba de la escalera.- ¿Echas algo en falta?
-¡No!- gritó Emma para que su amiga la oyera.- ¿Bajas ya?
-Sí, voy, voy.- respondió Leyla, y seguidamente de un traqueteo, apareció frente a ella. Se estiró la chaqueta, se subió bien el bolso al hombro, agarró fuertemente la maleta, se colocó el pelo y sonrió. -Ya estoy lista.
Emma sonrió también.
-Menos mal que te aconsejé que utilizaras "espacio recogido".- comentó observándola. - ¿Cuánto equipaje pretendías llevar?
-Si la hubiésemos dejado, la habitación entera.- respondió la señora Shirley, que aparecía por el pasillo. Detrás suyo iba la pequeña Mary.
-Bueno, chicas, despedios. Hasta dentro de un año no volveréis a Mimbre.
-Mamá, también volvemos en vacaciones.- contradijo Leyla.
-Pero son demasiado cortas.- afirmó, sacudiendo la cabeza, lastimera.
-Podrías intentar que nos las alargasen un poquito...- dejó caer Leyla.
-Sería una muy buena idea.- apoyó sonriente Emma, abriendo la puerta principal y saliendo al exterior.
-Ay, chicas, parece que fue ayer mismo cuando os acompañé a vuestro primer día de colegio.
Leyla puso los ojos en blanco.
-No te pongas melancólica, mamá.- pidió exasperada.
Leyla dijo algo más, pero Emma ya no escuchaba. Las palabras de la señora Shirley habían removido algo en su inerior, algo a parte de nostalgia. Aquel día su madre no la acompañó al colegio, como siempre hizo la madre de Leyla, aunque sí fue luego a recogerla. Tenían siete años por entonces, y empezaban las enseñanzas elementales. Ahora, en ese momento, su madre tampoco estaba junto a ella, a pesar de que la esperaría allí, en Eythera. Pero no se encontraba a su lado para dar el gran paso y despedirse de todo lo que conocía. No la acompañaba de modo que pudiese servir de apoyo para cuando llegase el momento de dejar atrás aquello que la había rodeado toda su vida. Y, aunque no lo parecía, Emma lo notaba. Sentía su ausencia, pese a que ya se hubiera acostumbrado a ella. Relamente le habría gustado... Emma suspiró y trató de apartar su soledad a un lado. Compuso de nuevo la cara de alegría que debía tener ante una situación como aquella, y se olvidó de nuevo de todo lo malo. Era el momento de volver a empezar.