Cuando volvió abrir los ojos, el cosquilleo todavía corría por su cuerpo. Giró la cabeza y miró a su alrededor. Las filas de transportadores seguían junto a ella, la multitud seguía presente. No obstante, era obvio que se encontraba en un lugar totalmente diferente. El techo era más bajo y las paredes parecían más cercanas. La luz se colaba por unas ventanas ovaladas completamente distintas a las de metal de la E.I.S.M. Emma suspiró, agarró bien la maleta y bajó de la plataforma, decidida a ir en busca de Leyla. Esto no la costó demasiado, pues, por suerte para Emma, ella era fácilmente reconocible. Aquel cabello naranja se podía distinguir desde kilómetros. Leyla también pareció verla, pues comenzó a hacerle señas con la mano y a dar pequeños saltos. Emma sacudió la cabeza, sonrió, y fue a su encuentro.
-¡Estamos, estamos! ¡Por fin estamos!- informó, sacudiéndola por los hombros.
-Sí, puedo verlo.- afirmó Emma, deshaciéndose del agarre.- ¿Qué tal si vamos en busca del autobús mágico?
Leyla asintió enérgica.
-¿Hacia dónde nos dirigimos?- preguntó, girando su cabeza bruscamente de un lado a otro.
Emma se encogió de hombros.
-¿Seguimos a alguien?
Así concluyeron en hacer, y en cuanto vieron pasar frente a sus ojos a un chico castaño y con gafas de pasta decidieron seguirlo. Tras un rato caminando tras sus pasos a lo largo de pasillos, escaleras, corredores y más pasillos, intentando pasar desapercibidas, finalmente se pararon de golpe al ver que el chico se había quedado inmóvil junto a una columna, agarrando bien su maleta y removiendo su pelo, mientras dirigía su mirada a izquierda y derecha, inquieto. Definitivamente, algo raro pasaba con el chico. Por desgracia, sus sospechas se confirmaron cuando murmuró:
-¡Demonios! Creí de verdad que era por aquí...
Comentario que lograron escuchar a pesar de sus metros de distancia, quizá por el silencio absoluto y la reverberancia que producían aquella blanquecinas y deslumbrantes paredes. Emma y Leyla se miraron, asustadas.
-¿Tú crees...?- comenzó Leyla.
-Lo creo.- zanjó Emma, con un gesto de mezclada frustración y disgusto. ¿Por qué de entre todas las personas posibles habían tenido que seguir a la que probablemente había sido la única que se había perdido? ¿Dónde quedaba su buena suerte?
Leyla suspiró, sacudió la cabeza, y se negó a que eso terminara así. Por ello, ante la sorpresa de la Emma molesta, caminó decidida hacia aquel extraño que había sido su perdición. Este, al verla, no pudo más que dejar escapar un grito de sorpresa y un suspiro de alivio.
-¿Quién eres?- le preguntó el extraño.
-¿Qúe se supone que pasa contigo? ¿Por qué caminabas tan decidido si ibas a acabar perdiéndote?- inquirió Leyla.
El chico frunció el ceño.
-¿Me estabas siguiendo?
-Creimos que sabrías donde quedaba la parada del bus mágico.- respondió Leyla.
-¿Creimos?- repitió el chico.- ¿A caso hay alguien más contigo?
-Mi amiga.- contestó la chica.- ¡EMMA!- gritó.
La aludida hizo una mueca y se dignó a salir de la columna contigua. Hizo un leve asentimiento con la cabeza.
-Encantada.- dijo simplemente.
El chico la miró confuso, y luego miró a Leyla.
-¿Y ahora qué, pequeñas acosadoras? ¿Qué se supone que debemos hacer?
-Obviamente, volver sobre nuestros pasos y preguntar a alguien que realmente tenga idea.- contestó Emma, como si fuera la cosa más lógica del mundo.
El vehículo estaba a pocos metros de ellos, y acababa de aparcar frente a los bancos de metal de la marquesina. Leyla sonrió ampliamente y tiró de los dos chicos.
-¿A qué esperáis?- preguntó.- Tenemos la suerte de llegar a tiempo.
El chico la siguió, mientras que Emma permaneció en el sitio, recelosa, observando la parte trasera del autobús mágico. Algo le decía que estaban cometiendo un error.
-Chicos, creo que eso no es un uno.
Pero ninguno de los dos le hicieron caso, y se propusieron subir al vehículo por una de las puertas traseras. Emma, por no quedar atrás, les imitó.
Poco después de que todo su equipaje hubiese sido subido y de que los tres se encontraran ya en el interior, las puertas se cerraron y el autobús mágico se puso en marcha. Al girarse, Emma se topó con un chico demasiado alto y demasiado formado como para ser de su edad. Emma suspiró, al final resultaría que estaba en lo cierto, y que aquella placa no marcaba ningún número, y menos el uno.
-¿Qué hacen estos enanos aquí?- preguntó a sus compañeros, que venían por detrás. Estos, al verlos, rompieron en carcajadas.
-Creo que habéis cometido un pequeño error. Eso, o tenéis grandes aspiraciones de superioridad o grandeza.- dijo un chico rubio que se asomaba por su espalda.- Los nuevos siempre sois divertidos de observar.- comentó riendo.- Pero bueno, ya que estáis aquí no hay remedio. Además, probablemente vuestro transporte ya habrá pasado, porque este es el de cuarto y llegan en orden.- sacudió la cabeza.- Cómo sea, lo mejor será que busquéis un compeartimento y os quedéis en él. Queda un largo viaje por delante.- afirmó, suspirando enérgicamente.
-El jefe de las habitaciones ha hablado.- sentenció un chico pelirrojo entre la multitud que se había formado entorno a ellos.
-Pues me temo que eso no va a ser posible, Timmy. Todos los compartimentos están ya ocupados, son justos para nosotros.- informó otra chica de pelo largo y rizado, color caoba.
-No importa, pueden ponerse con nosotros. Timmy y yo vamos solos.- dijo una voz entre la multitud, que provocó el estallido de un montón de susurros. Un chico esbelto, fuerte, atractivo y de aspecto frío e imponente se hizo paso entre los que los observaban. Todos, absolutamente todos, se volvieron a mirarle. Los tres chicos lo analizaron embelesados, preguntándose quien sería aquel chico. Probablemente alguien muy popular en su curso, y quizá en toda la escuela.
El dicho Timmy le miró sorprendido.
-Pensé que odiabas compartir el compartimento.- comentó.
-Puedo hacer una excepción.- dijo, mirándoles a los tres con una expresión indescifrable. Acto seguido dio media vuelta y desapareció tan silenciosamente como había venido.
-Ya le habéis oído.- les susurró Timmy.- Daos prisa y meted vuestro culo en el compartimento, y asentadlo bien. Hacedlo antes de que cambie de opinión.