Capítulo 7: De Octubre, el último sábado.
En los vestuarios femeninos, una chica acababa de salir de la ducha. Aún con el corazón latiéndole con fuerza a causa del esfuerzo, terminó de vestirse y recogió sus pertenencias, saliendo con prisa fuera del lugar, notando un drástico cambio de temperatura en el exterior que le puso la carne de gallina. Se colocó la bufanda de lana gris sobre su chaqueta, del mismo color pero un tono más oscuro, y comenzó a caminar bajo el pórtico hacia la pradera de detrás de la escuela, reparando de pronto en un grupo de chicos desanimados que se encontraban en medio de su camino, de su edad, con los que escasos minutos antes había estado en el gimnasio de entrenamientos. La chica se abalanzó sobre ellos y se interpuso, recostándose, entre los hombros del más alto y del más delgado. Los chicos de irguieron, bastante sorprendidos por su repentina aparición.
-Alegrad esa cara, chicos, que es sábado.- intentó animar Emma con una gran sonrisa.
Arthur se volvió a mirarla, soltando un suspiro.
-Joder, hija, menudo susto. Pensamos que eras Tao Irashi, y le estábamos poniendo verde.
Emma sacudió la cabeza en un gesto de desaprobación.
-Eso no se hace... No se pone verde a la gente a sus espaldas cuando no está...- regañó la chica, intentando parecer seria.
-Pues que no nos hubiese cambiado la clase a una sábado por la mañana. ¡Un sábado!- exclamó Doyle, enfurruñado.
-A mi no me ha importado, solo porque era Arte de ataque.- comentó Emma.- Pero bueno, todavía es pronto, tenemos todo el día por delante, y no nos va a pasar nada por haber madrugado un poquito un sábado, ¿no creéis?
Uno de los chicos que les acompañaban, moreno, resopló.
-No todos tenemos un fuego llameando por dentro como tú, que pareces un generador de energía. No paras y aún así nunca te cansas.
Emma le miró, algo más seria, no terminaba de congeniar con él. Todavía no acababa de tragarle.
-Claro que me canso, Samuel.- contradeció, algo cortante.- Pero supongo que tú no puedes saberlo, porque apenas nos encontramos.- sonrió hacia Arthur y Doyle y hacia los otros tres.- Bueno, arriba ese ánimo. Además, ¡esta tarde hay un duelo! No iréis a perdéroslo, ¿no?
Después de eso se giró con elegancia y volvió a retomar el ritmo rápido que antes llevaba, de vuelta a La Residencia por la gran pradera.
Vanesa y Leyla ya se encontraban esperándola en la puerta de la verja de La Residencia, mirándola con aire ansioso. Se rodeaban también por dos distintas bufandas con pinta de ser bastante suaves, una verde, la otra roja, y se agarraban mutuamente del brazo, tratando de que la proximidad les aportase algo de calor en un día tan prematuramente frío como aquel. Una vez la tuvieron cerca, Leyla la agarró de la misma forma con el brazo que le quedaba y la arrastraron fuera del recinto, tomando el camino que rodeaba La Residencia y que llevaba al llamado Centro Común, perteneciente al propio complejo de Eythera, pero con adultos trabajando en esa zona. Se trataba de una única calle larga y principal que comenzaba de la nada, y que desembocaba en una pequeña plazoleta bastante rústica en cuyo corazón nacía una fuente circular y no muy grande, que expulsaba el agua de una forma bastante elegante y majestuosa. Las casas que componían aquella calle y plaza no estaban habitadas por personas en general, solo por los trabajadores de la propia escuela y de aquel recinto, y el resto eran locales. Bares, cafeterías, una tienda de alimentos rápidos y gominolas, de ropa, y otra de objetos varios, una librería, una papelería, una mensajería embotellada, El Consejo de Estudiantes, y algunos más. Siempre que se tenía un rato libre, la necesidad de comprar algo, o algún tipo de cita con amigos, se acudía allí. Era lo suficientemente grande como para no resultarte repetitivo y aburrido, y lo suficientemente acogedor como para sentirte a gusto y parte de cada establecimiento. Aquella vez en concreto, las tres chicas tenían un destino ya fijado, la cafetería-bar "Fugaz", el lugar más cálido y recogido de aquella zona, sin tener en cuenta la taberna "El Cojo, el Tuerto y el Ignorante".
Cuando atravesaron la puerta de aquel local, un olor a lavanda, té de menta y chocolate les recibió, y abrió sus ansias de una bebida caliente o de algún tipo de infusión como la manzanilla, que calentase sus manos y asentase sus estómagos. Se estaban acercando a la barra cuando Leyla y Emma repararon en un grupo de chicos, de un curso superior, que charlaban alegremente mientras introducían café a sus cuerpos y sus risas resonaban por todo el establecimiento. Entre ellos, un chico rubio, el más próximo a la barra, sentado sobre uno de los altos y acolchados taburetes, paró de reír de pronto y dirigió su mirada hacia ellas, clavándola fijamente, pero con algo de desinterés o disimulo. Leyla soltó un resoplido.
-Qué suerte la mía... ¿Por qué de entre todos los lugares posibles tenía que estar en este?
-¿Quieres que nos vayamos de aquí?- Vanesa la observó impasible aparentemente, aparentemente porque en realidad su expresión indescifrable estaba un tanto apenada.