Emma: Escuela de Magia (crónicas de la Maga Silenciosa #1).

Capítulo 8: Los mellizos Donovan.

Capítulo 8: Los mellizos Donovan

Emma caminó lentamente hacia el borde de la cama, sin ser muy consciente de lo que significaba. Era tal la confusión, que esta, junto al estupor, impidieron que pudiese pensar con claridad y procesase la información más allá de "hay una flor sobre la cama".

Pero no era una simple flor. Aquel color, aquel tono violáceo, era de todo menos común. Era una pigmentación que junto a la palabra "flor", solo te hacía venir una cosa a la cabeza: Margarita de Tigreen. Sí, eso era, aquella flor. Pero, ¿cómo? Un espeso desconcierto aún opacaba la mente de Emma y ralentizaba su capacidad de reacción, hasta que lo único que le permitió fue cogerla. En el momento en el que cada uno de los pétalos morados de aquella flor rozó la piel blanca y seca de sus manos, cuando la maravillosa flor se puso en el más mínimo contacto con la castaña que se encontraba completamente parada, tiesa y asombra junto al pie de la cama, la corola cambió de color. Al principio, en los primeros milisegundos, Emma no se dio cuenta, pues solo se produjo un leve apagamiento de la tonalidad, pero luego fue bastante más apreciable. Mientras el proceso de cambio de la flor iba tomando forma cada vez más deprisa y con más intensidad, una mueca se formó en el rostro de Emma. Cuando el proceso finalizó, Emma no pudo creerlo. No quiso creerlo. Frente a la flor violácea y brillante que antes se había posado sobre sus manos, ahora una flor completamente oscura, más negra que la propia ceniza, era la que se hallaba sobre estas. No podía ser, al fin y al cabo, simplemente no podía ser. Esa cosa no estaba funcionando bien, se había equivocado, estaba cometiendo un grave error. Quizá no fuera auténtica, si no una broma de flor que en sus aspiraciones de grandeza trató de aspirar a ser semejante a las Margaritas de Tigreen. Debía de ser eso, tenía que serlo. ¿Qué otra explicación había? No había otra opción posible, desde luego, Emma estaba segura de ello. De todas formas, aunque fuera real, quizá solo hubiera captado el ánimo de Emma en aquel momento, ¿no? ¿Las margaritas de Tigreen podían hacer eso? Probablemente sí, aunque lo cierto es que antes de eso Emma no se encontraba especialmente decaída. Pero puede que notara su preocupación por Ethan. Sí, tenía que ser eso. Puestos a captar cosas, ¿por qué no?

Mientras una batalla se producía en la mente de Emma y todo un remolino de pensamientos la ocupaban, una Leyla con el cabello mojado entró en la habitación, provocando que su primer impulso y acto reflejo fuera soltar rápidamente la margarita, que cayó instantáneamente (lo más rápidamente que puede alcanzar el peso liviano de una flor) de nuevo, por suerte, sobre la colcha. Leyla, que pudo apreciar la mueca llena de emociones en el rostro de su amiga cuando esta se volvió a mirarla, supo de inmediato que algo pasaba, y por alguna razón, su mirada bajó directamente a la cama, sobre la colcha, a la flor. Sus ojos se abrieron de par en par, junto a sus labios entreabiertos, y el neceser que llevaba se le escapó de las manos, estrompándose fuertemente contra el suelo. Sus ojos no podían creer lo que veían, pero sin embargo su reacción fue bastante más rápida que la de Emma.

-¡Hay que llamar a Minerva!¡Hay que avisar a la directora!- exclamó, muy nerviosa.- ¿Cómo...?- comenzó a preguntar, señalando a dicha flor.

Emma sacudió la cabeza.

-No lo sé, cuando he llegado ya estaba ahí. ¿Y tú?

-¿Yo?- repitió Leyla.- Yo me fui a duchar hace veinticinco minutos y aproveché para ventilar la habitación en ese rato. No sabes como se concentra...

-¿No viste nada?- cortó la castaña.

-¿Yo?- volvió a repetir la pelirroja.- Que va, para nada. Da igual cómo fuera, Emma, eso ya lo pensaremos después, pero hay que avisar a algún profesor.

La chica se volvió hacia su amiga.

-¿Y qué hacemos? ¿Se la llevamos?

Su amiga lo pensó por un momento.

-Vale, cógela.

Emma se alejó.

-Ni de coña, yo no cojo eso.- respondió, sacudiendo fuertemente la cabeza.

Leyla, exasperada, frunció el ceño.

-Pues yo tampoco quiero.- aseguró, cruzándose de brazos cual niña pequeña.

-Pues entonces traemos aquí al profesor.- terminó por decir la otra.

 

Así, Minerva, después del interrogatorio, recogió la Margarita de Tigreen, ahora blanca y brillante, un auténtico foco de luz, y la inspeccionó. Ojeó su tallo, la parte inferior de sus pétalos, su corazón, y finalmente terminó asintiendo.

-Sin duda, es una de ellas.

Su rostro serio mostraba una gran preocupación, y, sobre todo, un gran pesar. El motivo de lo primero estaba claro, y también era fácil deducir el del segundo: las Margaritas de Tigreen no entraban volando por la ventana. La Margaritas de Tigreen no deberían haber entrado siquiera en los alrededores de la escuela, donde se hallaba la primera barrera de seguridad y protección. El hecho de que una hubiera llegado allí... Minerva no quiso ni pensarlo.



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En el texto hay: secretos, aventura, amor

Editado: 15.07.2020

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