Capítulo 20: "La selección de familias".
Hacía tiempo que Emma se había separado de sus amigos. Hacía tiempo que los enormes troncos que sostenían el devorador fuego de las hogueras se habían consumido poco a poco, dejando un rastro de ceniza oscura esparcida por la pradera, movida por el viento. Sin duda los mágicos de mantenimiento de la escuela se pasarían la noche tratando de limpiarla. La llanura había quedado prácticamente desalojada, quedando tan solo unos pocos grupos rezagados. Emma observaba, sentada desde una de las altas rocas próximas al bosque, con los pies colgando al aire y quizá con un poco de frío, como, entre esos grupos, muchos eran alumnos de primero que abrían el sobre blanco con su nombre, descubriendo en qué sentido se dirigiría su destino a partir de ese momento. Sí, Emma observaba los rostros de sorpresa y entusiasmo de sus compañeros, y se recordó a sí misma que, en muy poco tiempo, ella habría de hacer lo mismo.
Sabía que había quedado ya hacía rato en El Patio de Cristales con sus amigos para abrir todos a la vez aquel sobre blanco, y que probablemente ahora estarían todos esperándola, preguntándose dónde demonios estaba, y por qué había desaparecido tan de pronto de la Ruleta de Hechizos. Pero Emma, en ese momento, sentada en aquel alto, no se encontraba con fuerzas para levantarse y enfrentarse otra vez a un nuevo desafío. Puede que en algún momento ella se hubiera sentido una persona valiente; siempre había pensado en sí misma como una chica bastante fuerte, pero en ese instante, allí perdida, y sola, no se sintió así para nada. Quizá la emoción y los descubrimientos del día caían ahora en picado, haciéndola precipitarse sin remedio contra un tremendo cansancio. No tenía fuerzas, ni ganas, ni ningún motivo que la hiciera levantarse de aquel suelo de piedra duro e irregular que se clavaba poco a poco en su piel, a través de capas y capas de ropa. Sin embargo, en realidad, sabía que terminaría haciéndolo.
Emma suspiró débilmente, mirando al frente, confusa a la vez que contradictoriamente tranquila. Sabía que probablemente debía sentirse nerviosa ante lo que acontecía, pero no, tampoco se sentía así. Tenía sueño, y daría lo que fuera por olvidarse por un momento de todo, pensando que eso solo podía lograrlo durmiendo. Sí, sabía que esa noche dormiría como un bebé, como una niña pequeña, como no había dormido en mucho tiempo.
Era consciente de que una nueva etapa se abría en su vida, una incluso más importante de la que se abrió cuando llegó a Eythera por primera vez. Era un nuevo amanecer en ella misma, un paso más adelante en el conocimiento de quién era, un avance hacia su verdadera magia. Así, allí, en esa misma postura, Emma se dijo a sí misma que debía reunir fuerzas para lo que se avecinaba, recontando una y otra vez los problemas que debía hacer frente, y las cosas que aún le quedaban por descubrir y aclarar. Necesitaba un momento profundo con ella misma recordándose todas esas cosas antes de levantarse y reunirse con sus amigos. Necesitaba sentir la fresca brisa nocturna sobre su piel antes de que todo su mundo comenzara a cambiar. Porque iba a hacerlo como nunca lo había hecho. Y esta vez sería la propia Emma la dueña de ese cambio, y nadie más.
Y así volvió a suspirar, si es que aún le quedaba aire que echar fuera, y con lentitud y elegancia se levantó de donde esta sentada, observando por última vez, de pie, el gran conjunto de edificios que componían Eythera en toda su magnitud antes de bajar de ese lugar, que era el único punto desde el que, por tan alto que se encontraba, se podía divisar completamente la escuela. Y de un salto, desde esa altura increíble, se dejó caer a la hierba fría y con escarcha.
Caminó entonces lentamente hacia el edificio principal de Eythera, inmersa en la oscuridad de la noche, protegida por el magnífico brillo de las estrellas, que por fin podían hacerse lucir.
Como había pensado, sus amigos hacía rato que estaban en El Patio de Cristales, formando un grupo algo desorganizado, cuyas voces se oían desde cierta distancia, y con cada uno de los presentes mirando en todas direcciones. Hasta que la vieron aparecer.
-¿Dónde estabas? -preguntó Timmy-. Te hemos estado esperando un buen rato. No sabes lo que me ha costado convencer a estos renacuajos de que no abrieran el sobre todavía y te esperaran, porque si no se iban a arrepentir en un futuro. Pero están terriblemente impacientes.
-Es normal. -le dijo Jessica al rubio-. Yo no aguanté tanto en mi ocasión. Lo abrí nada más me lo dieron.- afirmó la chica.
-Y yo estaba a punto de hacer lo mismo. -aseguró Leyla, frunciendo el ceño y cogiendo del brazo a su amiga, para acercarla a los demás-. Pero supuse que llegarías tan impuntual como siempre.
Vanesa sonrió.
-Sí, pero ella ha sido sin duda la más difícil de contener.
-Bueno, bueno, ¿podemos hacerlo ya? No me veo capaz de esperar un solo segundo más.- se impacientó Doyle, mirándolos.
Emma asintió, tranquila.