Emma Robles. Una brecha entre mundos.

La despedida.

Me encontraba atrapada entre dos altísimas murallas de piedra oscurecida y frente a mí se hallaba un corredor apenas iluminado. No había vuelta atrás, lo sentía en mi corazón. Algo muy dentro de él me impulsaba a seguir, a adentrarme a las profundidades más recónditas de este lúgubre sitio. Necesitaba saberlo. Necesitaba descubrirlo. Mi corazón latía tan fuertemente que parecía estar a punto de salirse de mi cuerpo.  Y corrí. Corrí con todas mis fuerzas.

Un resplandor cegador hizo que detuviera mis pasos y colocara uno de mis brazos sobre mis cejas para tratar de cubrirme la visión. Con una mirada extrañada dibujada en el rostro, traté de vislumbrar el origen del mismo. 

Un viento helado me puso los pelos de punta y sabía que la causa no era solamente el frío. Éste iba acompañado por un sentimiento asfixiante. De un momento a otro la adrenalina abandonó mi cuerpo y fue reemplazada por su antagonista, el miedo. Mis piernas temblaron al escuchar por primera vez sonidos acercarse, pero no eran de personas y tampoco sonaban de animales.

 

 

 

El sonido de bocinas retumbó en mi oído y la realidad volvió a mí. Me encontraba en medio de una calle y el semáforo se encontraba en verde. Muchos autos intentaban pasar y no pisarme en el intento. Los conductores irritados gritaban insultos o agresiones verbales mientras tocaban reiterados bocinazos. Sentí una mano jalarme del brazo y aturdida miré de quien provenía. Era Diego, mi hermano mayor. En su rostro se dibujaba un gesto de enojo y desesperación. Me tironeó hacia la vereda.

- ¿Eres tonta o actúas? Por poco te atropellan y tu ni te mueves ¡Pareces idiota! -dijo gritando, todavía tironeando de mi brazo y guiándome hacia la entrada de la estación de colectivos de larga distancia-sólo fui a comprar una gaseosa ¡Una gaseosa! te dejo sola un minuto y casi te matas ¡Por dios! ¿Cuántos años tienes? -exclamó hecho una fiera- ¡Ni siquiera pude comprarla! -se quejó nuevamente.

-L-lo siento- tartamudee. Fueron las primeras palabras que me vinieron a la mente.

Me encontraba aturdida.

-Ni siquiera es mi obligación traerte aquí...solo lo hago porque soy una buena persona-me echó en cara.

-Mamá te pagará por hacerlo- le recordé, indignada. Su grandota mentira hizo que cualquier rastro de trauma se me esfumara en un santiamén.

-Es lo mínimo que merezco - dijo como si fuera obvio.

-Soy tu hermana menor, debes cuidarme-expresé cansada de sus quejas.

-Ya no eres ninguna niñita, tienes 12 años. Yo a tu edad ya me había dirigido solito a la capital a presenciar un concierto de Kiss-dijo echándome en cara mi poca independencia - ¡Ya casi eres una adolescente!

- ¡Y tu un amargado anciano de 14 años! -dije soltándome de su agarre y adelantando el paso.

- ¡Espera! -gritó - ¡Es por aquí! -dijo señalando la plataforma 14.

Había muchísima gente en la estación de colectivos. Suspiré. Odiaba la acumulación de personas. Junto a un banco, visualicé la baja y delgada figura de Tobías, mi mejor amigo. Automáticamente una sonrisa se dibujó en mi rostro. Era imposible no sentir una fuerza energética de felicidad al verlo. La energía y el entusiasmo me embriagaron el cuerpo de manera instantánea. 

Odiaba sentirme así en momentos como este, donde se suponía que la amargura y tristeza serían los sentimientos que me recorrerían el pensamiento. Era una situación horrible. Él se iba. Me dejaba. Pero aún así no podía sentir ningún tipo de sentimiento infeliz estando cerca de él.

Tobías y su familia se encontraban esperando la llegada de un colectivo de larga distancia para que los recogiera y los llevara  a Buenos Aires. Resulta que no existían vuelos directos a Inglaterra, sitio donde irían a asentarse, desde Rosario, ciudad donde vivíamos.

No volvería a ver personalmente a Tobías en mucho tiempo.

Su mudanza repentina a otro continente se debía a que a su padre, en el presente año, se le venció su contrato de trabajo como camarógrafo de canal 13 y estando a punto de quedar desempleado, por mucha buena suerte o muy buenos contactos, al poco tiempo le surgió una propuesta de trabajo en Londres. Aceptándola, él y su familia ganarían mucho dinero y podrían vivir cómodamente. Aunque los padres de Tobías se hallaban muy contentos con esta maravillosa oportunidad de mejorar su economía, a él y a sus hermanos no les agradaba mucho la idea. Debían abandonar su escuela, sus amigos, sus costumbres y empezar una vida nueva. Igualmente no tuvieron otra opción más que aceptarlo.

Me dirigí hacia Tobías y lo abracé. Fue un abrazo duradero. No quería soltarlo, no quería dejarlo ir. Era mi único mejor amigo de toda mi vida y ahora se iba ¿Qué iba a hacer sin él?

Tobías era una persona muy especial, no sólo interiormente, por su noble y bondadoso corazón, sino también físicamente. Su cabello pelirrojo solía cambiar de tonalidades, a veces lucía un color rojo intenso en sus momentos de tristeza o amargura y otras veces se tornaba de un color cobrizo claro en sus momentos de felicidad. Además, sus ojos poseían diferentes colores. El derecho era de color verde agua y el izquierdo de un color azul claro. Pero ambos colores eran tan claros, que a la distancia lucían exactamente iguales. Solo al acercarme sus diferencias se hacían notables.




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