Emma Robles. Una brecha entre mundos.

Mis nuevos amigos.

Al día siguiente por la mañana, tanto Mariel como Mellizos nos acompañaron en el desayuno. Luego de comer todo aquello que se habían servido en su plato, los hermanos comenzaron a contar chistes que sacaban de un libro de comedia y durante todo el almuerzo nos la pasamos riendo. Vi a mi hermano mirarnos con el ceño fruncido mientras me ahogaba de la risa. Me sentía extasiada. Luego de tantos años de espera, por fin había encontrado amigos con los que me sentía cómoda de verdad.

Mariel nos demostró ser una muchacha extrovertida, divertida y ansiosa. Era tan sincera que había veces en que sus palabras resultaban hirientes. Le encantaba bailar y cantar. Según nos contó, durante el año asistía a comedias musicales y a baile español. Pero los más extrovertidos, divertidos, graciosos y sin miedo a hacer el ridículo del grupo, eran los mellizos. Con el paso de los días aprendimos a diferenciarlos, más allá de la vestimenta que llevaran puesta y de que Mauro fuera el único de los dos que usara lentes de lectura y tuviera un notable problema para pronunciar las erres. Mauro era más robusto; tenía el rostro más pequeño y el mentón más grande. Era tímido con los desconocidos, solidario, amable y un cómico empedernido. Su hermano, Lautaro, era más delgado, su rostro era más grande y sus mejillas más amplias. Era más extrovertido con los desconocidos y sincero con las personas. Amaba la moda, el buen vestir y la música pop norteamericana. Tenía sus momentos de gracia, pero eran menos que los de su hermano.

Mis días con estos nuevos amigos eran verdaderamente extraños. Nuestras conversaciones no seguían un hilo conductor, ni mucho menos tenían sentido y todo eso era lo que me hacía verdaderamente feliz. Nunca me había divertido tanto. No podía borrar la sonrisa de mi rostro ni por un minuto. Solíamos hablar todos los días de tópicos diferentes, siempre surgía algo nuevo de lo que conversar, ya sea de ropa, música,  comida, costumbres extrañas, entre otras cosas. Además, gran parte de nuestra rutina consistía en pasar el tiempo contando anécdotas graciosas o chistes sin sentido y practicando clases de canto siguiendo los tutoriales en youtube.

-¿Y si jugamos al chancho va?- sugirió Lautaro un día que se quedaron a dormir en nuestra cabaña.

Estaba prohibido que los muchachos se hospedaran en las cabañas de mujeres y viceversa, pero aun así nos juntábamos a escondidas.

-¡Ay, no!- me quejé-¡Pero sin prenda!- rogué.

Mis quejas estaban relacionadas al hecho de que era pésima en ese juego. Ya lo habíamos jugado unas tres veces, de las cuales tuve que soportar dos prendas.  La primera de ellas consistió en tomar el contenido desconocido de una taza, que luego supe que se trataba de leche, salsa de tomate, salsa picante y soda. La segunda prenda fue idéntica a la primera, solo que esta vez el contenido primeramente desconocido se trataba de coca cola, mayonesa, leche en polvo, kétchup y queso rallado. Mis probabilidades de no perder eran una en cien.

Como era de esperar, nadie apoyó mi petición. Terminamos jugando por prenda y, como era predecible, perdí yo. Pero gracias a mis ruegos no me hicieron ingerir ninguna otra bebida ni alimento desagradable. La prenda la eligió Valentina y consistió en acercarme a Federico, el coordinador, y decirle que era "lindo", sin advertirle de que se trataba de una prenda. A pesar de que los mellizos se mostraron un poco disgustados con esa elección no objetaron nada así que tuve que hacerlo.

El día siguiente a ese, gracias a que interiormente conocía de la existencia de la prenda, pude mirar a Federico a los ojos y decirle "Sos lindo" mientras sonreía (mitad por nervios y mitad para ser amigable), entrecerraba los ojos y lo apuntaba con un dedo índice (como si me hubiera llamando la atención recientemente). Para mi sorpresa, Federico me sonrió y contestó: "Vos también sos muy linda, pero no quiero tener problemas legales" y, luego de guiñarme un ojo, desapareció de mi vista. Al volver a entrar a la cabaña todos morimos de la risa, incluida yo. Me había resultado de lo más gracioso y al mismo tiempo me había sentido bien por ser cada día un poco más valiente.

Otra noche en la que los mellizos se quedaron a dormir en nuestra cabaña las chicas le tiraron té en la entrepierna a Mauro mientras dormía, para que al otro día creyera que se había orinado encima.

Y las anécdotas siguen. Una mañana bien temprano Valeria le puso pegamento en la ducha a Mauro antes de que  entrara. Los coordinadores le tuvieron que ayudar a despegarse. Esto había sido consecuencia de que, el día anterior, Mariel le había robado las toallas a Valeria mientras se estaba duchando y le había echado la culpa a Mauro.

Al día siguiente de estos acontecimientos, Mariel y yo le pusimos sal a la pasta de dientes de Lautaro. Cuando lo probó, comenzó a gritar como una niña.

Pero lo que nunca podré olvidar en mi vida, fue la expresión de Mariel al contarnos lo que le había sucedido cuando estaba a punto de hacerle una broma a Mauro. Ese momento habría sido digno de ser filmado. Se había acercado a nosotros corriendo, a pasos pequeños y rápidos, con el torso encorvado y la cabeza semi-inclinada hacia delante, intentando ocultar el color rojo como un tomate que había adquirido su rostro, los ojos lagrimosos y las fosas de la nariz abiertas extremadamente, producidos justamente por el acontecimiento que estaba a punto de narrarnos. Una vez a nuestro lado, no lograba concebir palabra alguna. Solo reía, mientras se apoyaba sobre el hombro de Valeria y se apretaba las paredes nasales con los dedos índice y pulgar de su mano derecha.




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