Emociones que nos hacen ser

Hoy no me puedo levantar

Hoy no me puedo levantar.

Eso decía Mecano después de pegarse la fiesta padre.

El problema viene cuando ese “hoy” se convierte en “todos los días”.

Es el día número 92 sin salir de casa. En realidad llevo 18 días que ya casi ni salgo de la cama.

¿Me preguntas que por qué? La pregunta es… ¿para qué…? Para qué levantarse, con lo bien que se está aquí tumbado, mirando a la nada y pensando en todo.

Al principio sentía rabia, impotencia, frustración, tristeza, incluso culpa, mucha culpa. Y sobretodo odio, mucho odio. Odio a los demás, pero sobretodo odio a mí mismo. Todo eso pasó a una única palabra: ANSIEDAD. Me sobrevinieron tantos sentimientos a la vez que estaba en un sinvivir. No era capaz de procesar todo lo que estaba dentro de mi cabeza. Me creaba un malestar continuo, no me podía concentrar en nada, de hecho perdí hasta mi trabajo, perdí a mis amigos, a mi familia y, lo más importante, me perdí a mí. No me reconocía. No sabía quién era ni quién había sido hasta ese momento; dudaba de todas las decisiones que había tomado en mi vida, de todo lo que había conseguido, y de todo aquello que me había propuesto pero no había alcanzado. Pensaba que si hubiera tomado otras opciones quizá las cosas hubieran ido mejor. Estaba convencido de que lo podría haber hecho mucho mejor; siempre se puede hacer mejor. De hecho no sólo pensaba que lo podría haber hecho mejor, sino que pensaba que lo había hecho todo mal.

La realidad es que últimamente ya no sentía ni eso. No había odio, no había frustración, ni había tristeza. Tampoco había ansiedad, porque para que hubiera ansiedad tenías que sentir algo, y la realidad es que yo ya no sentía absolutamente nada.

Hace 5 días me mandó un whatsapp mi amigo Miguel: “tío, ¿te vienes mañana a tomar unas cañas?”. Mi respuesta: “mmmmm nah”.

Cuando estás metido en un pozo al final hasta te acomodas. Estás tan agusto, tan protegido del exterior, que no quieres salir bajo ningún concepto de esa burbuja que los que creen que saben mucho lo llaman “estado de confort”. Prefieres quedarte encerrado entre tus cuatro paredes, que son las que te dan calma.

Pasaron dos días más cuando me llegó el siguiente mensaje: “para poder salir a flote, primero hay que tocar fondo”. Yo ese fondo ya lo había tocado, pisoteado, escupido; me había tumbado, arrastrado, hasta torturado en él. Aún así tenía tanta desgana y pesadez que no me veía capaz ni de moverme. Es que me daba todo igual. Pensé: “Bah, paso”.

Al día siguiente me desperté con un rotundo: “O bajas o te arrastro de los pelos”. Pensé que tal vez era el momento de intentarlo. Veeeeeeeeeenga, va… ¿qué puede salir mal?

Después de muchos amagos tras los cuales recuerdas la frase “intentar levantarse de la cama no cuenta como abdominal”, terminas arrastrándote como un gusano hasta dejarte caer al suelo, coges la ropa que lleva ya tiempo tirada por cualquier sitio y te pones lo primero que pillas. ¿Lavarte la cara? Pa qué, qué pereza. Si total, va a ser un desayuno rápido y volvemos a casa. Uff, todavía no he salido y ya me estoy arrepintiendo. ¿Y si le digo que me he puesto malo? Me ha dado cagalera o algo. Seguro que no se lo cree, ya está harto de que siempre le ponga las típicas excusas tontas que no se cree nadie. Venga va, que va a ser un rato nada más.

Llaman al telefonillo: “espera, que cojo las llaves y bajo”.

Al ir hacia la puerta veo de reojo la foto con María. ¡Joder, la puta foto! Me repito a mí mismo que cuando vuelva la tiro a la basura. Pero sé que no es verdad, cuando vuelva no seré capaz de tirarla, y estaré, como siempre, 72 minutos exactos con la foto en la mano, mirando a un punto fijo y recreando la vida perfecta que teníamos.

O la que yo creía que era perfecta, hasta que ella me dijo que se había enamorado de Javier, su jefe.

Claro, es normal, qué le voy a aportar yo, trabajando en el Burger con 28 años y cuya mayor aspiración en la vida es conseguir el platino en el Mad Max. Si vivo en un piso de 55 m2.

Aunque en realidad el piso era pequeño cuando estábamos los dos, cuando creíamos que para un tiempo sería suficiente y que después pasaríamos a otro más grande. Eso sería cuando vinieran los niños. Un niño y una niña. El niño tenía que ser el mayor para así proteger a su hermana pequeña. Qué pensamiento más infantil. Y machista. Con todo esto del feminismo ahora cualquier mujer se hubiera ofendido por eso. Qué pensamiento más lejano. Y surrealista. Y estúpido. Inalcanzable, inaccesible, básicamente imposible. Lo intentamos durante meses, pero no hubo manera. No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que, seguramente, soy estéril. ¿Si no por qué no se iba a quedar embarazada?

Si yo fuera ella también me hubiera tirado a mi jefe. O a cualquiera que no fuera yo. Lo que no sé es cómo no lo hizo antes.

Pero ese piso que antes me parecía enano, ahora me parece un palacio, ¿estando solo para qué quiero tanto espacio? La cama se me hace gigante, prefería cuando nos peleábamos por ver quién ocupaba más sitio. Lo que daría ahora mismo por un: “Échate p´allá, que me voy a caer”, o un “dame un poco de manta, que la tienes tú toda”. Yo siempre arrastraba toda la manta y la dejaba a ella sin nada, porque sabía que odiaba el frío. Me encantaba picarla para después tirarme encima suya y abrazarla como un oso; entonces empezábamos a reír sin parar, como aquellos que no le temen a la vida, como esos enamorados que piensan que son invencibles…

De pronto me doy cuenta de que el telefonillo no deja de sonar. ¡Pero si yo tenía que hacer algo! Recuerdo entonces que Miguel lleva 8 minutos esperándome, ya ha llamado por lo menos 10 veces, pero yo estaba tan abstraído en mis pensamientos que ni me he enterado. Bajo por la escalera a cámara lenta (últimamente mi vida funciona un poco así), aún así me tropiezo, mierda, menos mal que me he agarrado bien a la barandilla.

Cuando llego al portal y veo a Miguel siento… indiferencia.



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En el texto hay: realidad, , psicologia

Editado: 11.08.2025

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