Empezando de cero

Prólogo

- ¡Bang! Fue lo único que escuché en ese momento. Todos los gritos y llantos quedaron apagados por ese disparo. Frente a mí, Austin se desplomó en el suelo. Me tiré junto a él, sorprendida por mi rapidez. Enseguida le quite la chaqueta y le rompí la camisa. Usé un trozo de tela para hacer presión en la herida.
- ¡Ayuda! - grité. No sabía si habían disparado otra vez o si el atracador ya se había ido, pero no me importaba, estaba demasiado concentrada en él para darme cuenta de lo que pasaba a mí alrededor. Estaba aterrada, no podía perderle. No lo aguantaría.
Seguía saliendo mucha sangre del agujero de bala que tenía en el abdomen, supuse que le había perforado algún órgano. Deje de mirarle la herida para mirarlo a los ojos, los tenía cerrados, lo estaba perdiendo.
- Austin por favor mirarme. Soy yo, Maya. Abre los ojos cariño. Mírame, estoy aquí contigo, te vas a poner bien. - Notaba las lágrimas caer por mi mejillas, no me había cuenta que lloraba hasta ahora.
Pegué mi oreja a su pecho. A penas podía sentirlo, pero ahí estaba, su corazón seguía latiendo. Volví a mi posición anterior, arrodillada a su lado, con una mano en su abdomen y la otra sujetando la suya. Mi mirada se desvió a sus ojos en cuanto escuché un leve quejido.
- Ma...y- dijo Austin casi sin voz, abriendo lentamente los párpados, por fin pude ver sus
preciosos ojos verdes. - De repente me llegó un rayo de esperanza. Seguía vivo.
- Estoy aquí, sigue hablando, te vas a poner bien - dije esas palabras con una calma que no sentía.
Las lágrimas seguían cayendo. Austin me miraba y yo le sonreí. Solté su mano y le aparté el pelo rubio de la frente con mi mano temblorosa, deje un rastro de sangre. Alarmada, volví a mirar la herida, la hemorragia no había parado. Regresé mi mirada a su cara, una fina línea de sangre le salía por la boca.
Esto no me podía estar pasando a mí, a nosotros. Era una pesadilla, tenía que serlo.
Empezó a cerrar los ojos de nuevo. Me asusté.
- Cariño, no cierres los ojos, quédate conmigo. - Dije en un intento desesperado. Me pregunté dónde estaba la ambulancia y porque no había llegado ya.
- Te quiero - susurró, con apenas fuerzas. Me fijé en que respiraba con dificultad.

-Te quiero - le respondí o por lo menos lo intenté, estaba sollozando, pero no me iba a derrumbar, él me necesitaba, tenía que ser fuerte, por los dos.
-¡Ayuda por favor! - grité lo más fuerte que pude, sin dejar de mirarlo, pero entonces, los cerró. Le caía una lágrima de su ojo derecho. Volví a hablar pidiéndole, suplicándole, que abriera los ojos, que me mirara, pero no hubo respuesta.
No quería aceptarlo, él no estaba muerto, no podía estarlo, por dios sólo tenía 18 años, le
quedaba toda la vida por delante.
Le besé, esperando que se despertara y me devolviera el beso. Nada. Estaba frío. Lo abracé con toda mi fuerza y al fin, me permití llorar.




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