Empíreo

VIII. La historia de Ahmm

De acuerdo, ambos arcángeles, Uriel y Remiel, podían usar sus majestuosas alas para llegar hasta Irlanda volando. Cam y Azafeth podían viajar a través de las sombras. Mientras tanto, podía irme nadando o caminando.

No, obviamente no podía hacer nada de eso. Me siento patética e inútil.

Uriel nos comenzó a indicar que debíamos hacer cuando salimos del campus y entramos al bosque.

—Bien, no se separen. Lo mejor es que estemos unidos por si nos atacan.

El collar brillo, a lo que Uriel lo miró con ojos interrogantes.

¿Por qué miraba tanto el collar? ¿Por qué el collar brillaba más cuando Uriel hablaba o estaba cerca?

Necesitaba respuestas.

—Bien, puede que después del viaje te sientas algo mareada. No debes preocuparte, luego se va la sensación —dijo Azafeth poniendo su mano en la parte baja de mi espalda.

Sentí náuseas, mariposas y algo de miedo. Y no precisamente por lo que dijo del viaje.

Cam llevaba, literalmente, arrastrando a Reyna por uno de sus brazo y Remiel se burlaba del porque las mujeres usaban tanto maquillaje y tardaban tanto en darse una ducha.

—Suena bien, con que no quedemos sobre un monumento de cinco metros todo estará bien —respondí al moreno mientras me encogia de hombros, mientras Cam se quejaba de que el cuerpo de la chica pesaba mucho.

Azafeth frunció sus cejas.

—Que mal, porque tú eres el que debe llevarla. Yo llevaré a Diana. —Cam empezó a quejarse más, en un idioma raro, y Azafeth rió amargamente —. ¿Tienes alguna mejor idea?

El rubio dejó de quejarse negando con su cabeza y siguió arrastrando a Reyna.

—Bueno, es hora de irnos —murmuró Uriel, haciendo que la piedra respondiera con un brillo. Miró por unos segundos el collar y luego se fue junto a Remiel.

Me preguntaba si alguna vez un ángel utilizó a Ahmm. La forma en la que Uriel miraba con nostalgia a la piedra me hacía cuestionarme muchas cosas.

—Diana, vamos. —Azafeth me tendió su mano, para que luego todo se tornara oscuro. ¿Acaso no se cansaban de dejarme ciega?, estaba empezando a ser humillante y estresante.

Mantuve los ojos abiertos durante un buen tiempo, hasta que sentí un dolor desgarrador en mis brazos y piernas. Miré la mancha borrosa a mi lado. Azafeth miro mi muñeca y puso cara de sorpresa. Había una marca enorme que cubría parte de mi mano también, él me acercó y dejó que nuestros cuerpos se tocaran. Deje de respirar por unos minutos, diciéndome a mí misma que esto era lo más cerca que podía estar de él, así que no debía arruinarlo.

Sentí un olor a quemado, dirigí mis ojos a Azafeth. Su pecho tenía la marca de la piedra, vi como empezaba a humear su camiseta.

Recordé que Cam había dicho que la piedra estaba bendecida, pero al peli negro no parecía importarle que la piedra de mi cuello lo quemaba.

Guardé el collar en el bolsillo de mi pantalón y Azafeth soltó un suspiro.

—No hacía falta que la guardaras —murmuró mientras me miraba, sentí arder mis mejillas.

—No me molesta, tampoco quiero que te abra un hueco en el pecho.

Él sonrío débilmente, pero yo hice una mueca. Mi muñeca seguía ardiendo, luego sentí como si alguien me hubiera lanzado un puñetazo a los pulmones, y de pronto, la luz volvió y caímos en el suelo.

—Diana, vamos, levántate. —Azafeth tomó mi mano y me ayudó a levantarme.

Escaneé todo a mi alrededor.

Estábamos en un lugar algo caluroso, pero a la vez fresco. Las personas hablaban en un idioma diferente y todos caminaban en diferentes direcciones. Cam cayó a nuestro lado, seguido de una Reyna aún inconsciente que ardía ante el sol.

Uriel y Remiel aparecieron justo junto a ellos.

—¿Lo sintieron? —preguntó Cam mientras sacudía sus pantalones y tapaba un poco a la lilim con su sombra.

Uriel asintió, Remiel puso su mano sobre su espada. Preparado para cualquier cosa.

—Alguien nos estaba siguiendo. —Remiel miró a todos lados, para al fin luego reaccionar normalmente. Luego escuchamos gente gritando y corriendo.

—Chicos, chica y Reyna. Será mejor que empecemos a correr —dijo más pálido de lo normal.

Miré detrás de mí y vi lo peor que podría pasar.

—Toros.

Y así, todos nos echamos a correr. Entré Cam y Remiel tomaron a Reyna, ella parecía una muñeca de trapo. Sus brazos ardían un poco, pero gracias a las alas del arcángel pudo salvarse de los rayos solares.

El punto es que al menos unos cincuenta toros iban corriendo detrás de nosotros. Reyna iba arrastrada, tanto que creí que su ropa se rasgaría, mientras que Uriel volaba a unos centímetros del suelo.

Azafeth me iba arrastrando, literalmente, agarrando mi mano y tiraba de mí para que corriera más rápido.

—Maldición, ¿acaso no hay un lugar donde perderlos? —preguntó Cam molesto mientras trataba de cargar mejor a Reyna. Ahora toda su ropa se estaba empezando a rasgar porque la llevaba arrastrada como un saco de papas.

Me preguntaba cómo una chica tan delgada podía pesar tanto. ¿Tragaba como cerdo? ¿No iba al gimnasio? ¿Cuándo comía vomitaba? Quedaba en duda.

Seguimos corriendo por un buen rato, hasta que llegamos hasta la entrada de una enorme catedral. Azafeth y Cam se detuvieron. Podía decirse que eran las seis de la tarde por cómo se veía el cielo.

Al menos ya Reyna no tendría problemas con el sol.

Uriel miró escaleras abajo, viendo como los toros siguieron su camino. Ya no había peligro.

—Dijiste que alguien nos seguía —murmuré, él me miró y asintió. Luego frunció el ceño y maldijo, para luego retractarse y patear molesto una roca.

—Claro, guardaste el collar. Diana, ese collar es protección. Si te lo quitas eres como un blanco fácil para los demonios. El collar es como un muro, una señal fantasma, que impide que te encuentren.

Saqué el collar de mi bolsillo y volví a ponerlo en mi cuello. Ahmm emitió susurros brillando, luego se quedó en silencio. Remiel suspiró.



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En el texto hay: vampiros, demonios, amor

Editado: 22.11.2021

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