Julio 23
El aroma de la habitación recién desinfectada era lo primero que me recibía. Me aproximaba desde su lado derecho, estaba por acercar mi mano cuando el nuevo boceto sobre el pequeño e improvisado escritorio llamaba mi atención, aun estaba en el inicio, pero las lineas en la parte superior dejaban ver el comienzo de un bello amanecer.
Le sentía moverse por lo que mi interés regresaba a él, tomaba asiento en la silla que regularmente preparaban para mí.
Me acercaba y con apenas las yemas de los dedos rocé lentamente su mejilla, me detuve por apenas un instante, permitiéndome por esos segundos recordar su aspecto en los días anteriores, había cambiado tanto, el suave y casi imperceptible rosa en sus mejillas se desvaneció, al igual que el calor de su tacto, cerré los ojos y con fuerza me obligué a permanecer firme.
En mi segundo intento comenzaba delineando sus cejas, deslizandome por su cien y tocando suavemente su cabello, la caricia era tan delicada que sentía estar tocando algo demasiado frágil. La suavidad de su piel ya no estaba, sus pómulos eran prominentes debido a la falta de peso, en el inicio de su tabique mis dedos descendían cuidadosamente a través de la curva que llegaba hasta la punta de su nariz. Dibujando su boca, me detuve y tome mi tiempo al pasar los dedos por sus labios, los mismos labios que incontables veces besé, que cada vez que sentía sobre mi cuerpo me estremecían, los que ocasionalmente sabían a menta. Ahora tan pálidos, fríos…
Lloraría, sentía la clara presión en el pecho y los ojos arder.
“Ahora no” pensé
Antes de remover mi mano la tomo entre la suya abriendo los ojos y encontrándose con los míos, su mirada había perdido aquel brillo.
─Hola ─mi voz conseguía salir sin la mas minima nota de tristeza.
─Quédate un momento mas así.
Me observaba profundamente en un intento por descifrar mis pensamientos.
—¿Sucede algo?
—Estas hermosa.
─Pues gracias, hoy tomé mi tiempo. —sonreía y le guiñaba de forma que aumentara el estado de ánimo.
—He estado pensando mucho sobre mi promesa… creo que podríamos realizarlo si pedimos autorización al médico, bastaría con un día, no quiero que mi último recuerdo sea este cuarto de hospital.
─Adam…
—Lo sé, pero es sólo un día... Un…
Comenzó a toser, aquellos abscesos de tos tan repentinos me asustaban, perdía la fuerza para respirar en segundos volviéndose peligroso y necesitando oxigeno por algunos días.
Incluso antes de correr a la puerta y pedir ayuda, el fuerte sonido de la habitación se hacía escuchar y en menos de un minuto las enfermeras entraban, el
médico les seguía y me obligaban a salir de ahí.
Con el corazón latiendo tan fuerte, me sentaba en una de las sillas en la pequeña sala de espera, las lágrimas caían por mis mejillas sin mas, no tenía intención de frenar el sentimiento, de fingir que estaba bien y podía soportarlo.
Las ideas eran abrumadoras, la sensación de estar perdiendo algo increíblemente valioso y la absoluta certeza de no poder hacer algo para cambiarlo me llenaban, me atemorizaba tanto la idea de perderle.
Y entonces recordaba su sonrisa, su voz al despertar y encontrarme a su lado cada día en los últimos tres meses, su autocontrol, la fuerza con la que cada día recibía el tratamiento. Jamás lo vi quejarse por estar en la situación en la que se encontraba, siempre sonreía de la manera mas dulce que podía encontrar, dejándome completamente devastada por no lograr hacer algo mas por él.
Escuchaba la puerta de la habitación abrirse, secaba mi rostro para ir al encuentro del médico.
—Se encuentra bien, lo hemos estabilizado. —Conocia perfectamente la voz del Dr. Thomas, tanto que incluso solía ser el monstruo recurrente de los últimos días en mis pesadillas.
—¿Lo puedo ver? —salía bajo y sin emoción de mi boca.
—Claro, sólo no lo hagas hablar mucho.
Tenía el respirador conectado, sabía que no podía hablar por la fuerza que requería, asi que únicamente tomaba su mano y le indicaba con el dedo sobre los labios que no era necesario que dijera algo. Y en verdad no era necesario, porque con tan solo mirarme entendía perfectamente aquello que desde el primer día que confesó lo que sucedía no paraba de decir.
"Lo siento"
Permanecimos del mismo modo hasta que Adam por fin durmió.
Estaba tan agotada, que sin proponerlo me sumí en un profundo sueño.
Cuando por fin desperté, la noche había caído. Adam se encontraba sentado, con el libro sobre el regazo, el lápiz tomado en la mano derecha y ya sin el respirador.
─Jan deberías ir a descansar, es muy tarde y no has regresado a casa en algunos días.
─No puedo tú... ─me quede a la mitad de la frase sin poder decir algo mas.
─Yo estaré bien, te lo prometo.
—Pero estoy bien, mamá vendra mañana y traerá ropa, entonces podre…
—Janice… —Ese tono era el exacto cuando sabía que estaba intentando restarle importancia a la situación, por lo que nunca le veía a los ojos en esas circunstancias.
─No puedo. —replicaba.
─Jan por favor, hazme caso por esta vez ¿si? —su voz aún conservaba el poder de convencimento.
─Pero Adam, tú…
─Nada de peros vamos ¡ve!
En cuanto terminaba de hablar llevaba su mano hacia mi mejilla, bajaba delicadamente hasta llegar a mi mentón para después con su dedo acariciar mi boca, impulsivamente me acercaba y le besaba, sus labios se sentían fríos.
Me incorporé sin romper la unión de nuestras manos.
─Jan... —se detuvo.
─¿Qué sucede?, ¿te sientes mal?
─No es eso... no importa anda ve, te veo mañana.
No hubo presentimiento, duda o incertidumbre, simplemente la convicción de que más tarde le vería, el fuerte deseo de que algo más poderoso me permitiera pasar más tiempo a su lado y la tristeza de tener que alejarme.
Caminé hacia la puerta recorriendola para salir, antes de cerrar lo mire por unos segundos, frágil sobre esa cama, con la sábana blanca cubriendo la mitad de su cuerpo, los brazos al costado, el suero en uno de ellos y un censor conectado al monitor de signos vitales, la presión sobre mi pecho aumentó. Forzándome a no conseguir el sentimiento dominara le dejé.