Me levanto súper temprano, me visto con ropa deportiva, guardo lo necesario en mi mochila y la cierro bien asegurándome que ningún ladrón trate de abrirla. Salgo de mi habitación con cuidado, bajo las escaleras tratando de no hacer ruido y finalmente, termino ese recorrido saliendo de casa.
Después de la discusión que tuve con mi padre por culpa de la rata de Camile, siento que los dos debemos tomar un respiro, calmar el enojo y dejar de sentirnos culpables (Si es que él lo siente porque yo no me arrepiento de haberla empujado). Lo único malo es que solo tengo 14 años y sé que no debería andar sola por la calle, una no sabe con qué clase de persona te podrías cruzar.
Tomo el primer bus y me acomodo en un asiento muy cerca de la ventana. Mientras que este avanza me formulo tantas preguntas que no sé si algún día podrán ser respondidas. No quiero decir que mi vida sea un infierno, no todo es malo… o bueno, al menos eso quiero creer porque si no terminaré volviéndome loca y no quiero que me encierren en un manicomio.
—Ya nada es…
— ¿Qué haces?
Doy un grito de susto y mis ojos no pueden creer que él está a mi lado llevando una mochila entre sus brazos. Los froto y no desaparece… ¿Estaré soñando? Peñisco su brazo, sus quejidos de dolor me hacen reaccionar, cambiando mi expresión por completo.
— ¿Tú que haces aquí? —pregunto algo molesta.
Es raro que no tenga a sus guardaespaldas rondando alrededor de él.
—Te estoy siguiendo.
— ¡¿Cómo?!
—Ayer te escuché rara a través del teléfono, por lo que decidí venir temprano a verte y observé que salías de tu casa con una mochila.
— ¿Y por eso decidiste seguirme?
—Me preocupé. —sus ojos detonan aquello, incluso parece como si no hubiera dormido— Si estás huyendo, déjame hacerte compañía.
— ¿Por qué piensas que estoy huyendo?
— ¿Sales con una mochila un domingo? —ruedo mis ojos— ¿Estoy equivocado?
No respondo. No sé qué decirle.
— ¿Paso algo en tu casa? —niego con la cabeza— ¿No confías en mí?
—No pasó nada, Nicolás, así que te pido que dejes de preocuparte y que bajes del bus porque necesito un tiempo a solas.
—Dije que me quedaría a tu lado.
—No tienes que hacerlo.
—Quiero hacerlo. —él toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos. Su tacto se siente tan bien encogiéndome el corazón— ¿Vas a dejar que te acompañe?
Asiento.
Durante el trayecto, los dos permanecemos en silencio y no sabe cuánto se lo agradezco. Nicolás es de esas personas que te dan tu espacio sin necesidad de indagar más. Me gusta demasiado, mis latidos locos me lo confirman y mis mejillas rojas me delatan. Él acuesta su cabeza sobre la mía, cierro los ojos y no me molestaría permanecer así por horas.
El chofer nos indica que hemos llegado a nuestro destino, por lo que nos incorporamos y él me da el pase para que baje primero.
—Me haces sentir como una princesa.
—Lo eres. —no suelta mi mano, sus palabras me derriten— Siempre merecerás que te traten bien.
—Era así hasta que… —agacho la mirada. Niego con la cabeza porque no quiero pensar en ello— Mejor no hablemos de eso y vayamos a ese lugar.
— ¿Cuál?
— ¿No reconoces este camino?
Él observa alrededor, entrecierra sus ojos como si tratara de recordar para luego mirarme con asombro. Esbozo una sonrisa y lo arrastro hacia allá.
—El parque del Olivar. —menciona sin dejar de apreciarlo
—Hace tiempo que no veníamos aquí, ¿verdad?
—Después de ese accidente, mi mamá me castigo por treinta primaveras y recién han pasado cuatro.
—Eso te pasa por querer buscar al “Hombre de las nieves” en un parque donde no hay nada de nieve —digo en tono burlón.
—¡Qué graciosa! —peñisca mi mejilla— Te recuerdo que fuiste tú la que se ofreció en acompañarme.
—Sentí que podrías lastimarte si te dejaba solo.
La expresión de Nicolás se vuelve triste al chequear una de mis manos. Sus dedos rozan mi palma el cual lleva grabada la larga cicatriz, retrocediéndonos en ese tiempo cuando quise ser valiente y trepé uno de los más grandes arboles de este lugar por él.
— ¿Dolió mucho no?
—No.
— ¿Cómo qué no? —luce incrédulo— Te hiciste un corte enorme.
—Solo un poco, pero ya olvídalo.
Él apoya sus labios contra mi palma logrando estremecerme, poniéndome las mejillas muy sonrojadas. No sé cómo es capaz de hacer una acción así con total normalidad mientras que, a mí, las piernas me tiemblan.
—No necesitas sentirte culpable —trato soltarme de su agarre, pero este no me deja— yo decidí treparme al árbol para poder buscar mejor al “supuesto monstruo”.
—Fue tan fácil de convencerme.
—Te dije que no iba a dejar que salgas lastimado. —sonrío— ¿Soy una buena amiga no?
—Por eso te quiero demasiado.
Cielos, creo que estoy a punto de caer desmayada sobre el césped. Finjo no escucharlo y cambio de tema al señalarle aquel enorme árbol y así poder caminar hacia allí. Ni bien nos ubicamos debajo de sus ramas llenas de hojas, nos sentamos y estiramos un poco las piernas.
—Por cierto, ¿Hoy no tenías clases de pintura?
—Sí, pero preferí venir a verte. —acuesta su cabeza sobre el troco— Siempre suelo tomar las mejores decisiones.
—¿Eres consciente de que tu madre va a asesinarte no?
—Si, y es por eso que… —él saca una libreta, un lápiz y un borrador de su mochila— ¡Voy a practicar aquí!
—No es una mala idea. —observo alrededor y hay tantas cosas que él puede dibujar— Podrías retratar los árboles, los pajaritos y también… —mi voz se pierde al distraerme con un par de mariposas— ¡Oh! ¡Qué lindas! —me incorporo y le lanzo una mirada— Estaré por aquí Nicolás, así que concéntrate y esfuérzate.
¿Cómo podría Nicolás concentrarse si solo se quedaba observando cada detalle en Ángela? Él se perdía en sus ojos marrones claros, es esos pequeños hoyuelos que ella formaba cada vez que sonreía y que, sin darse cuenta, ya había comenzado a retratarla.