Al día siguiente recibo una llamada por parte de la Señora Valverde. No sé si sorprenderme, pero lo que si me deja atónita es la actitud que ha tomado su hijo al saber que no viajaría con él. Se ha encerrado en su habitación, no quiere comer y menos desea tomar la beca. Han tenido que quitarle el teléfono por si llama a esa escuela y la rechaza. Ella me ruega que vaya a su casa y lo convenza, no quería verlo tan pronto, pero sé lo mucho que se ha esforzado en obtener un puesto en ese lugar.
— ¿Me llevas, papá?
—Si.
—También debería ir. —se incluye Camile— Debe sentirse mal porque yo tampoco podré viajar con él.
Sería bueno que le dijera el tremendo escándalo que hizo cuando su madre se lo dijo. Por poco se vuelve a aventar por las escaleras.
—No lo creo.
—Voy a ir.
—No.
—No empeores más las cosas porque suficiente fue con lo que me hiciste.
—No me eches la culpa de lo que tu solita provocaste.
— ¡Tú me empujaste!
— ¡Te aventaste sola!
— ¡Ya basta las dos! —mi padre se interpone entre nosotras, mira a Camile— En otro momento podrás verlo. Vámonos, Angie.
No puede fingir su molestia, lo único extraño es que mi madrastra no protesta, luce de lo más tranquila y no quiero ni pensar qué es lo que está planeando.
Ojalá solo sea un mal presentimiento.
(…)
Llego a la mansión Quecedo y es la misma señora Yolanda quién me recibe con los brazos abiertos. Ella me da un beso en la mejilla, luego saluda a mi padre y le pide que la espere en la sala. A continuación, se encamina conmigo hacia la habitación de Nicolás, a pesar de que yo conozco perfectamente el camino.
—No es necesario que toque su puerta. —la detengo antes de que lo haga— Déjeme a solas con él.
—Grita si te encierra. —río un poco— Lo digo en serio.
Asiento.
Ella me deja sola. Tomo una gran bocanada de aire antes de meterme en la cueva del lobo. No sé si lograré convencerlo, no tengo muchas ganas de interceder y apoyar a su madre, pero como lo mencioné Nicolás merece tener el puesto de presidencia cuando crezca, es su sueño, aunque él diga lo contrario.
—Nico… —ni siquiera termino de pronunciar su nombre cuando él ya ha abierto la puerta. Tienes los ojos rojos, unas bolsas debajo de estos y a pesar de ello, luce tan atractivo como siempre. Trago grueso— Ho…
Me jala adentro y me envuelve en sus brazos, le da una patada a la puerta cerrándola. Si bien me dijo su madre que grite por si me vuelve su prisionera, no estoy loca para hacerlo. En unos días, él se irá y quiero recordar este momento, en donde sus caricias me estremecen y su aroma se me impregna por las fosas nasales.
Lo quiero tanto.
—Te ves fatal… —susurro y él no responde— He venido para…
—No quiero escucharte. —responde, aferrándome más a él— Sé que terminarás por convencerme y no quiero.
—Lo mereces, Nicolás.
—No. —increpa— Merezco irme contigo.
— ¿Y después qué? —lucho para soltarme de sus brazos, pero no me deja. ¡Dios! No ha ingerido nada de alimentos desde hace doce horas y aun así tiene una fuerza de los mil demonios— Igual tendríamos que despedirnos, solo iba a durar un mes. ¡Un mes!
— ¿Y eso qué? —me dice con los ojos llorosos— Así sea un día más, hubiera sido completamente feliz. Porque tenerte a mi lado es más que suficiente, Ángela. Eres todo lo que más anhelo en esta vida. —toma mi rostro entre sus manos— Tendré catorce años, seré un maldito crío, pero sé lo que quiero y eso eres tú. Ahora y siempre.
Él choca su boca contra la mía, el borde de sus labios son tan suaves que difícilmente pueda separarme de estos. Mis lágrimas caen sobre mis mejillas rojas por el efecto que han causado en mí sus palabras, no esperé que me soltara todo eso y es que solo ha logrado que se me estruje más el corazón y se me complique el tener que ir al aeropuerto para decirle adiós, porque no sería un año o dos, sino diez años alejada de él.
Nicolás detiene nuestro beso al sentir que la temperatura de nuestros cuerpos se eleva. Su frente se apoya en la mía, quedándonos en silencio por un momento, porque no hay necesidad de decir algo más. Lo quería y él a mí, estaba segura de que, aunque pase el tiempo, su corazón seguiría perteneciéndome.
—No hagas sufrir a tu madre. —le digo cuando lo siento más relajado— Debes alimentarte porque fácilmente puedes caer desmayado.
— ¿Quién dice que no he comido? —me señala un paquete de galletas sobre su pequeña cómoda.
—Las galletas no son un alimento saludable.
—Al menos me mantuvieron fuerte para no soltarte de mis brazos.
—Ahora lo entiendo.
Él ríe y no puedo evitar contagiarme de su risa. Es tan lindo cuando tiene esa expresión que me derrite todos los sentidos.
—Este es el Nicolás que me gusta. —limpia mis lágrimas.
— ¿Solo eso?
Niego.
— ¿Qué más?
—Que te quiero... —me mira fijamente, sus ojos azules brillan más— y mucho.
—Se siente bonito oírlo de tus labios. —me los roza con sus dedos. Siento que se me corta el aire— ¿Me esperarás?
—Tu pregunta me ofende, pero sí, voy a correr el riesgo.
Lo abrazo muy fuerte con las ganas de nunca soltarlo.
————
Hoy es el día en que debo despedirme de Nicolás y si pudiera me encerraría en su maleta. Debo admitir que esta última semana junto a él ha sido maravillosa, paseamos por muchos lugares, preparamos su postre favorito “Pie de Limón”, nos escapamos de la presencia de Camile que siempre estaba de acosadora y nos quedamos dormidos sobre la hamaca mientras veíamos el cielo lleno de estrellas.
Simplemente, unos días de ensueño.
— ¡Ángela! —grita mi madrastra mientras yo termino de tomar mi desayuno— Apúrate o llegaremos tarde al aeropuerto.
—Como si no supiera que eso es lo que ustedes desean, el que yo no logré despedirme de él.