ÁNGELA
El estar frente a la tumba de mi madre, me rompe por completo. Mis lágrimas se deslizan sin parar sobre mis mejillas, me siento tan culpable por haber accedido ante la petición de mi padre, y es que solo era una niña que ellos podían manejar a su antojo lo que conllevó a que la dejara sin sus flores favoritas por tanto tiempo. Me pongo de rodillas, beso su tumba y cierro mis ojos para recitar una pequeña oración. El viento resopla, es como si ella estuviera respondiendo a mis oraciones y por un segundo, puedo sentir como si alguien me abrazara muy fuerte.
Ahora sé que me ha extrañado tanto como yo.
—Te amo, mamá. —sonrío y seco mis lágrimas— Vendré pronto, te lo prometo.
— ¿Lista, Angie?
Asiento.
Mi padre se despide de ella a su manera para no molestar a su esposa que ni idea porque nos ha acompañado cuando solo se ha dedicado a estar parada, chequeando los alrededores como un perro guardián.
En su caso, una perra.
Dejo de lado el enojo, respiro hondo y los tres salimos del cementerio.
—Deberíamos almorzar por aquí, ¿No creen?
—Me parece bien.
—Pero papá, hasta que almorcemos van a ser las cinco de la tarde. —digo preocupada— ¿No sería mejor almorzar por allá?
— ¡Ay corazón! —pinche bruja confianzuda— Es la primera vez que vengo por aquí y sé que el trayecto toma dos horas, pero en verdad quiero probar los platillos de este lugar.
¡Cómo jode esta mujer! Niégate, Angie. ¡Niégate! Me grita el corazón, solo que voy a tener que aceptar sus deseos. Después de todo, fue su idea el de venir a ver a mi madre.
Aunque tengo la leve sospecha de que su “idea” ha tenido un motivo.
Después de casi dos horas en ese restaurante (Porque Laura no decidía su plato) nos ponemos en marcha para regresar a casa. Ha sido una pérdida de tiempo porque al final optó por comer un plato tan típico de nuestra ciudad. Sus intenciones han sido otras, de eso no me queda ninguna duda.
Me fijo de la hora y casi me desmayo por lo tarde que es, va a ser imposible llegar a mi cita con Nicolás. Hasta ahora no sé qué decirle sobre la pulsera, temo a que piense que soy una descuidada que no ha sabido proteger ese objeto que nos une cada vez más.
—Papá, ¿Podrías acelerar?
— ¿Quieres que nos matemos? Este pavimento no es nada seguro.
—Tu velocidad es menos de lo indicado.
— ¿Por qué estás tan apurada?
—Se rompió mi pulsera y debo llevarlo con el joyero, pero este solo atiende hasta las seis.
— ¿La has traído? Porque no te he visto con nada en la mano.
—Tengo mi bolso de mano, papá. —bufo— Ni con eso me crees.
—Tu urgencia da a entender otra cosa.
— ¿Así? ¿Cómo cuál?
—Que te mueres por ver al prometido de mi hija. —se incluye Laura quién está limando sus uñas— No es normal que estés tan inquieta.
—Al contrario de su hija, mi vida no gira en torno a él. —me mira molesta por el espejo retrovisor. La ignoro y vuelvo a hablarle a mi padre— Te pido que no manejes como tortuga y tomes la velocidad adecuada.
—Haré lo que pueda, Angie.
No me queda de otra que ser paciente, rezar para que esta carcacha no se malogre en medio camino porque conociendo mi mala suerte, es probable que eso suceda. Mis rezos han sido escuchados, ya que después de una hora visualizo mi ciudad y en menos de treinta minutos, me encuentro cerca del hotel de Nicolás.
—Bajaré aquí. —abro la puerta del auto, aprovechando la luz roja del semáforo— Nos vemos en casa.
— ¿No que irías al joyero?
—Por aquí queda la tienda. —miro a Laura— Adiós, querida.
Cruzo el pavimento sin mirar atrás y decido ponerme a correr para llegar a tiempo. En realidad, ya llevo quince minutos de atraso, pero eso es lo de menos. Tenía la esperanza de que el amor de mi vida seguiría esperándome porque sabe de qué no soy de romper promesas y mucho menos de dejarlo plantado.
Por fin, llego al hotel con la lengua afuera. Estoy a punto de entrar con mi identificación, sin embargo, me cruzo con la persona que menos quería ver.
—Señorita Ruiz. —él sonríe— Que alegría encontrarme con usted.
El señor Sergio es tan descarado que podría fingir no conocerlo, pero como no soy una malcriada, le respondo:
—Buenas noches. —sonrío de mala gana— No podría decir lo mismo, así que…
— ¿Estás aquí por tu jefe?
¿Qué come que adivina este hombre? No quiero responderle, supuestamente yo no tengo nada que ver con Nicolás, aunque lo más probable es que él ya lo sepa todo. Aun así, no voy a darle cabida para confirmarlo, por lo que pretenderé que busco a otra persona.
—No, a quién busco es al Señor Morales. —sueno tranquila— Tengo que entregarle unos documentos que me pidió por correo.
— ¿Y el sobre?
—USB.
—Entiendo. —se ubica a un lado dándome el pase para que entre— Él se encuentra en su oficina.
—Gracias.
—Si mencioné a tu jefe… —detengo mis pasos para escucharlo con atención— Fue porque no quería que pierdas el tiempo buscándolo porque él no está aquí.
— ¿No está? —me giro incrédula.
—No.
Eso es imposible.
Creí que, a pesar de mi tardanza, Nicolás se quedaría a esperarme. Pero ¿Cómo hacerlo? No me he comunicado para nada con él, no tengo mi celular a la mano y no tengo idea de si Armando le habrá dicho los motivos de mi inasistencia.
Definitivamente, este no es mi día.
— ¿Estás bien?
Quiero llorar, gritar, y mandarlo al demonio, pero tengo que tragármelo todo para seguir interrogándolo.
— ¿Se marchó hace mucho?
—Hace horas… —frunzo el ceño— con su prometida.
— ¿Camile?
— ¿Tiene otra prometida que no sea tu hermanastra?
Debo haber escuchado mal, es el cerum de mi oreja que no me deja oír bien. Lo que está diciendo este hombre es irreal, Nicolás nunca saldría con Camile porque no la considera su prometida, y porque él… ¡Nunca me haría eso!
—Miente.