No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me encuentro recostada sobre la pared de los servicios higiénicos. Decidí quedarme aquí por si volvía a vomitar, ya que las náuseas aun no desparecían del todo. Solo espero que mi jefe no esté ardiendo de cólera por no estar a su lado supervisando cada uno de sus movimientos. Vuelvo a mirarme al espejo y al menos mi color rosa ya apareció, ya no luzco como fantasma y eso me tranquiliza mucho.
Salgo del baño estirando los brazos y estos se quedan en el aire al percatarme de la presencia de Nicolás. Ni bien, sus ojos se cruzan con los míos, él se acerca a mí y toma mi rostro con sus dos manos.
— ¡¿Por qué demonios has demorado tanto?! —exclama— ¡La angustia me estaba matando!
— ¿Desde cuándo…?
—Cuarenta minutos.
¡Dios! Sí que tardé muchísimo.
— ¿Qué tanto hacías allí? —me mira atento y preocupado a la vez— Digo… ¿Por qué saliste despavorida de la cocina?
—Perdón. —suspiro y él suelta mi rostro con cuidado— No soporté el mal olor.
— ¿Mal olor? —asiento con la cabeza— ¿Hablas de los platillos?
—Así es. —recordarlo me remueve el estómago— Mientras ustedes alagaban al chef, yo me retorcía de náuseas.
—Si te estabas sintiendo mal, me lo hubieras dicho. —toca mi frente. Su tacto me reconforta— No tienes fiebre. Tal vez, comiste algo que no te cayó bien.
—A las justas ingerí mi almuerzo. Llevo días sin mucho apetito.
—Tienes que ir al doctor. —toma mi mano— Ahora.
— ¿Qué?
No quisiera negarme, pero no me va a quedar de otra que hacerlo. Ya llevaba mucho tiempo sin aparecer delante del Señor Torres, así que suelto su mano y él me mira incrédulo debido a mi acción.
—Agradezco que te preocupes por mí, Nicolás. Pero sabes que aún no termina mi horario de trabajo.
— ¿Y desde cuándo eso me importa? —vuelve a sujetarme— Tu salud es más importante que tu maldito horario.
—Tampoco lo digas de ese modo.
—Me molesta que más te importe satisfacer las necesidades de ese idiota que las tuyas.
—No empieces, por favor.
¿Había mencionado que también estaba sensible? Pues sí, y el que mis ojos se llenen de lágrimas eran la prueba de ello. Estaba agotada de sus reclamos, de sus celos, de su desconfianza. Nicolás era consciente de que lo amaba, sin embargo, no soportaba la idea de verme con ese hombre.
Y en vez de desquitarse con él, lo hacía conmigo. Porque estaba claro de que yo era la culpable por haber aceptado ese puesto.
Si tan solo supiera por qué rayos lo hice.
—Angie…
—Tengo que volver con mi jefe. —logro zafarme de su agarre, seco mis mejillas con disimulo— Permiso, Señor Quecedo.
Paso por su lado y me encamino nuevamente hacia la cocina. Por suerte, el extranjero está saliendo de allí junto con Armando y otras personas. Detengo mis pasos, él se percata de mi presencia y no duda en acercarse a mí.
— ¿Te encuentras bien?
—Si. —lo miro apenada— Lamento mucho el haberme desaparecido por tanto tiempo, es solo que…
—No te disculpes. —me corta— Mientras tu desaparición haya sido por algo urgente, no tienes la necesidad de afligirte.
—Se lo agradezco.
—No tienes por qué. —él chequea su reloj— Si te sientes perfectamente, ¿Podremos ir a dónde te indiqué más temprano?
—Si…
—Preferiría que no.
Es Nicolás quién interrumpe nuestra conversación. Sé que está preocupado por mi salud, pero de seguro tampoco puede aguantar que me marche a solas con mi jefe después de la manera en cómo me aleje de él.
—La señorita Ruiz estuvo vomitando en los servicios. —no se lo guarda y eso sí, me enoja— Lo que tendría que hacer es descansar en su casa o ir a ver a un médico.
—No creí que fuese algo tan delicado. —me toca la frente— No tienes fiebre.
Su tacto me sorprende y estoy rogando porque el tonto de mi novio controle sus celos para no lanzarse sobre él. Por suerte, Sergio deja de hacerlo y solo se enfoca en mis facciones.
—Tampoco te ves pálida.
— ¿Por qué cree que no volvió a la degustación?
—Ángela… —ignora lo que le dice su socio— Dependerá de ti si quieres acompañarme o que te dé permiso a que puedas salir temprano. Tú decides.
Si las circunstancias hubieran sido otras, me negaría sin dudar. Si Nicolás no me hubiera hablado de la forma en cómo lo hizo, pediría salir temprano para así pasar toda la tarde con sus cuidados, sus mimos, sus caricias. Sin embargo, cree que puede mandarme debido a la tensión que tiene con este hombre. Puedo comprender que no confié en él, pero tiene que confiar en mí. ¡Maldita sea!
—Voy a cumplir con mi horario, Señor Torres. —respondo en tono tranquilo. Él sonríe sin apartar sus ojos de los míos— Aprecio que el Señor Quecedo se preocupe por mi salud, pero quiero recordarle que le especifiqué encontrarme bien. ¿Podemos irnos?
Él asiente y optamos por salir de allí.
(…)
— ¿Cuál será su regalo exclusivo, Señor Torres?
Pregunto mientras los dos nos encontramos en su auto. Él conduce con tanta serenidad que no debo preocuparme en salir lastimada en pleno pavimento.
—Trajes.
— ¿Trajes? —río bajo. Se da cuenta de aquello— Perdón, pero siempre usa un traje diferente cada día que pensé que tenía miles a su poder.
—Eres muy observadora. Sin embargo, te equivocas.
—Supongo que exageré.
—Más bien te equivocaste de número. —sonríe— en realidad tengo un millón de trajes.
— ¡¿Un millón? —exclamo sorprendida, pero luego me percato de que él aprieta los labios, por lo que entrecierro mis ojos— ¿Me está tomando el pelo no?
—Así es.
El socio extranjero explota de risa.
Me enoja la idea de que se atreva a bromear como si fuéramos un par de viejos amigos.
— ¿Es gracioso burlarse de mí?
—Si.
— ¡Al fin, es sincero!