Embarazada, embarazada, embarazada.
¿Cómo es posible que yo…? No. Este doctor ha de haberse confundido de muestras, y es que es algo imposible que yo esté llevando un hijo en el vientre. Tomo pastillas anticonceptivas, sé que no son cien por ciento seguras, pero nunca he olvidado tomarlas. No es que no anhele tener un bebé del hombre que amo, sería mi más grande sueño, sin embargo, no es el momento adecuado y mucho menos a mis veinticuatro años.
— ¿Está seguro, doctor? —él arruga sus cejas— ¿No se habrán confundido de resultado?
—No, Señorita Ruiz. —niega— Nuestro laboratorio está capacitado y tienen bastante cuidado al organizar todas las muestras de los pacientes. Si no se siente muy segura de su resultado, déjeme hacerle algunas preguntas.
—De acuerdo. —el cuerpo me tiembla y mi corazón ya colapsó— Láncelo.
— ¿Cuándo fue su última menstruación?
—La última fue…
Trato de recordar.
Decido chequear mi celular ya que soy de las que apuntan al tener unos cólicos horribles, por lo que prefiero prepararme unos días antes con todo lo necesario para no quedarme tumbada en la cama.
Me fijo que no hay nada escrito este mes, paso al mes anterior y...
—Oh, no…
— ¿Ya recordó?
—Bueno… —trago grueso— La última fecha fueron los primeros días del mes de Julio.
—Eso significa que usted debe tener siete semanas. —él apunta y siento que voy a desmayarme— A estas alturas ya debe de escucharse los latidos.
— ¿Latidos?
—Los de su bebé. —suspiro— ¿Quiere escucharlos?
No me siento preparada.
Si calculo el tiempo de embarazo, eso significa que pasó la primera vez. Genial, pierdo mi virginidad y Dios me envía de regalo un hijo, un precioso niño o niña de cabello azabache con ojos azules…
¡Despierta, Ángela! No es hora de alucinar.
—Doctor, me cuesta asimilar lo que está diciéndome.
—Si me dice que es virgen y que esto es una obra del espíritu santo, puedo pensar que si hubo una equivocación con sus análisis.
—No estoy negando el que haya tenido intimidad con mi novio, es solo que yo sí tome la pastilla del día siguiente.
— ¿Lo hizo dentro de las veinticuatro horas?
—Sí… —me quedo pensando— Digo…
— ¿Sí o no?
Demonios.
Ya no tiene caso seguir en negación cuando acabo de darme cuenta de que esa puta pastilla lo tomé después de dos días. Es penoso estar reclamando algo que prácticamente se me escapó de las manos.
— ¿Señorita Ruiz?
Reacciono.
—Lo lamento, doctor. —aprieto los labios— Acabo de aceptar que estoy bien embarazada, y que los métodos anticonceptivos no son nada seguros si no lo tomas con precaución.
—Le puede pasar a cualquiera…
—No a una chica que ya no es una adolescente. —respiro hondo— En fin, ¿Alguna recomendación?
—Que debe tomar los suplementos al pie de la letra. —me entrega la receta— Ya conoce mi horario y cuando desee puedo hacerle la ecografía. Creo que sería mejor si viniera con el joven Quecedo, estoy seguro de que eso lo haría feliz.
Oh, oh.
Había olvidado que este doctor es su viejo conocido, eso significaría que…
— ¡Le pido discreción! —exclamo exaltada. Por poco el doctor se cae de espaldas— No quiero que le diga sobre mi embarazo a Nicolás Quecedo.
— ¿Qué?
—Que mantenga sus labios sellados.
Sé que no es lo correcto pedirle aquello, pero aún no estaba segura de confesarle a Nicolás que íbamos a tener un bebé. Era demasiado con todo lo que estábamos enfrentando para poder estar juntos como para incluir a un ser que no tenía la culpa de nada. Por mis hormonas locas, y las de él ahora estábamos en un gran aprieto. Si su madre no me aceptaba como su esposa, menos iba a aceptar a mi hijo.
Para la señora Valverde lo más importante era su empresa, no le interesaba los sentimientos de su único hijo, y menos le iba a importar la existencia de su nieto.
El Doctor Benítez no dice nada, se encuentra sumergido en sus propios pensamientos y ya ando preparándome mentalmente para su negativa. Él entrelaza sus dedos, apoyando su mentón sobre estos y…
— ¿Quiere comprar mi silencio?
— ¿Ah? —me deja perpleja su pregunta— ¿Comprar?
—Si quiere que mis labios se queden bien sellados, tiene que pagarme una fuerte suma de dinero. —no pudo creer lo que estoy escuchando— ¿Lo tiene?
Maldito viejo.
Es increíble que este sea otro avariento, que la bata le quede grande porque no merece tener esa profesión. Ya ni sé por qué me sorprendo al tener gente hipócrita a mi alrededor. Esto es del nunca acabar, y yo ya no puedo fiarme de nadie porque todos están cortados por la misma tijera.
A excepción de mi Nicolás.
— ¿Cuánto quiere? —pregunto con seriedad.
— ¿De cuánto dispone?
De lo que he ganado siendo la secretaria de Sergio Torres y el cual lo iba a usar para mudarme. Me maldigo por volver a estar en desventaja, quedarme sin nada y tener que seguir soportando a la estúpida de mi hermanastra y su madre.
El doctor me entrega una hoja con un lapicero, interpreto lo que quiere que haga y no dudo en escribir el monto guardado en mi cuenta corriente. Se lo entrego y da un suspiro de decepción. Si creyó que soy rica como los Quecedos, pues se equivocó.
—Muy poco.
—Es todo lo que tengo. —lo miro atenta— ¿Aceptará?
—El colegio de mis hijas no se paga solo. —extiende su mano y lo tomo— De mí no saldrá ninguna palabra sobre su embarazo.
—Cuento con ello.
—Bien. —me entrega otro papel— Estaré esperando el depósito de mi silencio, esa es la cuenta.
Asiento.
Guardo mi receta, su “chantaje”, me incorporo y sin más, salgo de su consultorio.
Mientras me encuentro en el taxi, sigo sin creer que mi vida ha dado un vuelco de ciento ochenta grados. Si pensé que el no poder estar con el hombre que amo era malo, el de estar embarazada era mucho peor. No porque no quiera al bebé, porque amo saber que lo tengo en el vientre, el problema son las consecuencias que esto acarreará…, el peligro en que lo estoy poniendo porque estoy segura de que ni la madre de Nicolás, ni el padre de Camile se quedarán con los brazos cruzados.