"En algún lugar del cielo" (libro 1)

Capítulo 20: Cielo estrellado.

Reviso mi cuenta del banco en mi celular y vacío.

Completamente vacío.

Estoy igual como cuando comencé a trabajar en la empresa de Nicolás. Sin ningún dólar en el bolsillo y sin escapatoria de las garras de mi madrastra y de su hija engreída. No tuve opción de pedirle a mi padre que me diera unas semanas más para poder mudarme, porque no estoy loca para quedarme aquí después de la noticia de mi embarazo. Los meses pasarán y comenzará a notarse, poniendo en peligro no solo mi vida, sino también la de mi hijo.

Aunque mi padre me dijo que lo olvidara, que solo lo mencionó en un momento de cólera, sabía que era lo correcto. Las tres no podíamos vivir bajo en un mismo techo.

Ellas nunca debían saber mi verdadero estado.

Me quedo contemplando la ecografía que me realicé cuando fui a confirmarle el depósito al doctor Benítez. Escuchar los hermosos latidos del bebé no solo me deshidrató, sino que también me entró la sobreprotección, el de querer meterlo en una burbuja ni bien naciera. El miedo me está invadiendo y no sé cómo luchar en contra de ello.

Necesitas a Nicolás.

Lo sé.

Estaría más segura con él, pero…

Salgo corriendo hacia mi baño, presa de los vómitos que no me dejan tener un despertar tranquilo. Según lo que leí por internet, estás sensaciones son normales en mi estado y que suelen durar el primer trimestre. ¡Yo solo llevo siete semanas y me siento morir!

En verdad admiro a todas esas mujeres que se toman la valentía de aguantar un embarazo, de alimentarse a pesar de que todo les dé asco al igual que yo. Ya ni sé que inventarle a mi padre o a la bruja de su mujer cuando rechazo el cenar con ellos. Estoy siendo muy obvia, pero es algo que no puedo controlar.

Aprovechando la expulsión de pura bilis, decido darme una larga ducha. Me tomo unos buenos minutos hasta que nuevamente las náuseas repercuten en mi estómago, por lo que me coloco la bata y me planto frente al retrete.

— ¿Ángela? —la voz de mi padre me deja algo incrédula. Él toca la puerta de mi baño dos veces— ¿Te encuentras bien?

Si pudiera dejar de vomitar, le respondería y por suerte, dejo de hacerlo y solo me enjuago la boca antes de salir de ahí.

Me mira algo extrañado.

— ¿Estabas vomitando?

— ¿Qué haces aquí? —me acomodo en el tocador— Te recuerdo que no me gusta que entren a mi habitación sin mi permiso.

—Estuve tocando varias veces y en ninguna de ellas obtuve alguna respuesta de tu parte. —sigue luciendo serio— ¿Vomitabas?

—Algo que me cayó mal.

— ¿No dijiste que estabas a dieta?

— ¿Ahora te preocupa los alimentos que ingiero? —hago una mueca— Es raro que te preocupes por mi salud.

—Te veo más delgada. No necesitas una dieta.

Se llama embarazo.

—Tu mujer la hace, ¿no? —me aplico un poco de maquillaje— Incluso Camile para que luzca fenomenal en el día de su “boda”.

—Es problema de ellas, yo hablo por ti.

— ¿Desde cuándo te importa?

—Eres mi hija, y claro que me va a importar cuando noto que el viento te va a llevar muy lejos de aquí.

—Tampoco exageres.

— ¿Cuántos kilos vas perdiendo?

Suspiro.

Este tema está de nunca acabar.

—Bien. —digo firme— La dieta se acabó, ¿Contento?

—Lo estaré cuando bajes a desayunar con nosotros.

—A diferencia de ti, yo no tengo el día libre hoy. —agrego— Ya se me está haciendo tarde, así que comeré algo allá. Tampoco esperes que cene con ustedes porque me quedaré trabajando hasta muy noche. Prefiero eso a que seguir aguantando los reclamos de tu hijastra por seguir de novia con su “Prometido”.

— ¿No te está explotando demasiado ese hombre? —ignora lo último.

—No.

Mi padre asiente sin ganas y se retira de mi habitación.

Hay veces que no lo entiendo.

Cuando quiere me trata bien, se preocupa por mí. Luego, me lanza su mirada de desprecio, defendiendo a su mujercita. Pienso que él mismo no sabe que bando elegir, teme a equivocarse conmigo, pero también confirmar que yo siempre tuve la razón con respecto a la persona con quién se casó.

Termino de alistarme al usar un vestido blanco y me percato de que me queda algo entallado. Habré bajado de peso, pero mis caderas están algo anchas y mis pechos un poco más hinchados.

—Qué manera de cambiar el cuerpo de mami, bebé. —sonrío bajo— No me haces ver tan mal para papi, ¿no?

Niego con la cabeza.

Ya pareciera que he perdido la razón al hablar sola.

Me aprecio una vez más en el espejo, cojo mi cartera y me marcho de allí.

Las horas en el trabajo transcurren tan lentamente que siento que voy a desfallecer. No sé si se deba a estas hormonas que mueren por estar con Nicolás o porque el Señor Torres no deja de hablar sobre un proyecto que solo me da jaqueca.

— ¿Señorita Ruiz?

— ¿Qué? —reacciono dando un bostezo. Él enarca una ceja— ¡Perdón! ¿Qué decía?

—Que marcarás el teléfono del Señor Jonhson.

—Sí… —busco en el directorio, no hallo nada— No encuentro su número…

—Porque no hay ningún Señor Jonhson.

— ¡¿Ah?!

—Andas muy distraída, Ángela y yo no puedo trabajar con alguien así. —agacho la mirada al sentirme avergonzada— Además, últimamente luces muy pálida y estás súper delgada. ¿Cuánto es que tienes de hemoglobina?

A este hombre no se le escapa nada.

—El doctor ya me indicó lo que debo ir tomando, incluyendo los alimentos que debo ingerir a diario. —respondo en un tono algo molesto. Ya no me agrada que solo se paren fijando en mi figura— En cuánto a mi cuerpo, si está delgado o no, es mi problema no el suyo.

—Tienes razón. —es rara su respuesta— Lamento si te incomodé.

Asiento.

Su actitud es bastante sospechosa, pero por lo menos comprendió mi molestia.

—Ahora que han quedado las cosas algo claras… ¿Podrías marcar a la Florerista?



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En el texto hay: esperanza, romance, drama

Editado: 17.04.2022

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