"En algún lugar del cielo" (libro 1)

Capítulo 21: Verdades que duelen.

Despertar entre las sábanas del amor de mi vida es glorioso. Sobre todo, si tengo su miembro dentro de mi canal que no deja de hacerme soltar jadeos medios ninfómanas en donde le pido que me dé más fuerte y que me llene por completo. Total, ya estaba bien preñada y el de cuidarnos estaba de más.

Aunque él no lo supiera.

Después de dos orgasmos más, me incorporo y rápidamente me doy un buen baño placentero. Luego, decido yo misma prepararle el desayuno, tratando de que los olores fuertes de algunos ingredientes no me afecten. Para cuando termino, Nicolás aparece con el cabello húmedo, dándome unas ganas de volver a comérmelo, pero en la mesa del comedor.

—Homelet, jugo de papaya y fresa picada. —pronuncio al dejarle su plato. Él me da un beso corto y se acomoda en la silla— También hay café.

—Con el jugo es suficiente. —bebe un poco. Frunce el ceño—¿No vas a sentarte conmigo a desayunar?

—Ya lo hice. —miento. Las náuseas aun no me dejan en paz— Lamento no esperarte, es solo que moría de hambre.

—No te preocupes.

Él disfruta encantado lo que le preparé, alegando que soy una excelente cocinera. Dicen que cuando uno cocina con amor, absolutamente todo sale riquísimo y es que ese sentimiento es el ingrediente secreto.

 —He conseguido una bueno esposa. —menciona al limpiarse la comisura de los labios con una servilleta— Mi estómago está más que satisfecho.

—No soy tu esposa.

—Pero lo serás. —él toma mi mano y le planta un suave beso— No dudes de ello.

—Me gustaría ser tan positiva como tú, Nicolás. Sin embargo, ambos sabemos que…

—Si el problema sigue siendo mi madre, lo cortaré de raíz ahora mismo. —lo miro confundida— Odie la expresión que pusiste ayer y aquello me hizo darme cuenta de muchas cosas. Como el que no mereces estar en medio de todo este torbellino de problemas cuando lo más sensato es que yo lo enfrente de una vez. —continúa— Soy yo el que no quiere casarse porque no me veo con otra persona que no seas tú. Estoy enamorado de ti, no amaré a nadie más, así que, si la única condición de mi madre es atarme a alguien que detesto para heredar la empresa hotelera, pues… que me desherede. Ya lo hizo una vez, no me importa quedarme en la calle mientras te tenga a mi lado, Ángela.

—Nicolás…

—Ya lo he decidido. —acaricia mi mejilla— No vas a hacerme cambiar de opinión. Lo único que quiero es que te quedes a mi lado, me ames y renuncies de seguir siendo la secretaria de ese idiota que solo me jode el temperamento.

—Maldito celoso.

— ¡¿Lo harás?!

—Lo haré, tonto. —rodeo su cuello con mis brazos— Te amo.

—Yo más, mi amor.

Apego mis labios contra los suyos, saboreando el dulce de las fresas lo que me provocad darle unas cuántas mordidas. Él me carga y me lleva hacia su habitación en donde nos entregamos una vez más, perdiendo la noción del tiempo.

Mientras me aferraba a su cuerpo, no podía dejar de pensar en la decisión que había tomado, y es que era consciente que enfrentar a su madre, al padre de Camile no iba a ser nada sencillo. Aun así, lo escuché tan fuerte, tan valiente que por un instante me hice la idea en que tal vez, todo lo que se había trazado iba a salir bien. Que quizás la señora Valverde lo comprendería, y ese Señor Sánchez aceptaría que un matrimonio no debe ser forzado.

Sabes que eso no sucederá, Angie.

Lo sé, pero necesito un rayito de esperanza.

Al salir de su departamento, traté de convencerlo en ir al hotel por separado. Claro que se negó y me arrastró hacia su auto.

— ¿Por qué eres tan terco?

— ¿No te das cuenta de que solo quiero estar más tiempo contigo?

—Yo también, pero si vas a decirle todo eso a tu madre… ¿No sería muy obvio si llegamos juntos?

—Da igual lo que ella piense.

—Es la mujer que te dio la vida, Nicolás. Tampoco te puedes poner a la defensiva. —suspiro— Estoy creyendo que es una mala idea.

—Ya no quiero que te aflijas. Es un tema que solo me compete a mí.

—No quiero que discutan.

—Vamos a discutir, eso es un hecho.

—Si hubiera otra manera en que se pueda conciliar las cosas…

—No la hay, Angie. —me corta— Si quiero ser feliz contigo, esto es lo único que me queda por hacer. Entiéndelo, ¿sí?

Asiento.

No vuelvo a mencionar el tema y solo cruzo los dedos, esperando que todo salga bien.

— ¿Hoy le presentarás tu renuncia no? —cambia el hilo de nuestra conversación— A Sergio Torres.

— ¿Hoy mismo? —él asiente con la cabeza— ¿No crees que es muy pronto?

—Para nada. Es más, te habías tardado.

—No lo sé, Nicolás. —hace una mueca— Además, debo esperar a que contraten a alguien antes de dejar el trabajo “tirado”.

—Me das el documento y lo firmo sin ningún problema.

—No quiero dejar una mala imagen.

—Pretextos. —ruedo los ojos— Está claro que no quieres alejarte de…

— ¡Ni lo digas! —exclamo. Él estaciona su auto— ¡No des pases a esos celos que solo nos ocasionan disgustos, por favor!

— ¿Cómo quieres que me ponga si me dices que vas a renunciar y ahora te estás echando para atrás? —golpea el timón— ¡Detesto la forma en cómo te mira!

— ¿La forma?

—Como si fueras su dulce favorito.

No puedo evitar reír.

— ¡No estoy bromeando!

—Eres demasiado intenso. —desabrocho el cinturón de seguridad— Cuando deje de lado esos celos enfermizos, hablamos Joven Quecedo.

—Ni se te ocurra salir del auto. —me dice al coger mi muñeca. Lo miro muy seria— Me calmaré, pero no te vayas. No pasamos una maravillosa noche juntos como para joderla por la culpa de ese hijo de puta.

—El culpable eres tú por no saber cómo contenerte. —acuno su rostro con mis manos cuando me suelto de su agarre— No me he echado para atrás, Nicolás. Es solo que necesito tiempo para redactar mi renuncia y darle la seguridad en que no dejaré ningún trabajo pendiente.



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En el texto hay: esperanza, romance, drama

Editado: 17.04.2022

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