"En algún lugar del cielo" (libro 1)

Capítulo 26: Ya no hay nada.

Veinte minutos antes…

—La reunión ha concluido.

Después de dos horas en dónde ya no siento mi trasero, me incorporo junto con los otros socios que no se inmutan en darse un apretón de manos con el magnate Rodrigo Sánchez. Ese hombre que en ningún momento aparto sus ojos de mí haciéndome sentir realmente incómoda. Supongo que estudiar a la mujer que es una piedra en sus planes y que casi golpea a su adorada hija, es su tarea número uno del día.

Dejo de darle tanta importancia y me enfoco en el asiento vacío, es extraño que Nicolás no se haya presentado cuando se supone que este viaje era de trabajo. Me preocupa el hecho de que esté mal y estoy pensando seriamente en ir a su habitación.

Quieres verlo, Angie.

Claro que quiero.

Toda la noche no pare de llorar al tener su rostro en mi mente. Tuve que aplicarme un kilo de maquillaje para ocultar las ojeras de desvelo, mentalizarme en que estoy bien para no desmayarme frente a él porque creí que lo vería aquí. Me sentí aliviada cuando llegué, pero al mismo tiempo decepcionada.

Lo extraño mucho.

—Señorita Ruiz… —me llama mi jefe quién se encuentra hablando con el padre de Camile. Rayos.

—Dígame, Señor Torres. —respondo al ubicarme a su lado— ¿Necesita algo?

—Necesito que vaya a buscar a mi hija. —es el viejo Sánchez que habla— Quedé en verme con ella aquí y ya tiene quince minutos de retraso.

— ¿No puede llamarla a su celular?

— ¿Disculpa?

—Soy secretaria del Señor Sergio Torres, no de usted... —el extranjero suspira, tocándose la frente— y mucho menos soy la empleada de su hija. ¿Quiere que la busquen? Pídaselo a uno de sus gorilas.

— ¿Gorilas? Sí que tiene agallas, Señorita Ruiz. Pero le recuerdo que usted al ser trabajadora del hotel “Q” está obligada a acatar mis órdenes por ser yo el socio mayoritario. —se acerca más a mí, no retrocedo— Así que le aconsejo que se mueva o absténgase a las consecuencias.

—No le tengo miedo…

—Ángela… —se incluye mi jefe— Ve, por favor.

Me relajo y doy un suspiro.

—Lo haré por usted. —carraspeo— Con permiso.

Me doy la vuelta y salgo de allí antes de que cometa una tontería.

Tomo el ascensor dirigiéndome al piso cuatro. Es la última persona a quien quiero ver, ya que por su culpa estoy en esta maldita situación. Por su obsesión ya no puedo estar con el amor de mi vida, se ha jurado destruirme y aunque no quiero darle el gusto, por esta vez voy a tener que ceder. ¡Aj! ¡La odio!

Al llegar ahí, busco la bendita habitación.

Que esté al final del pasillo me pone peor, los zapatos con tacos ya me están sacando ampollas porque aún no termino por acostumbrarme. Tomo aire varias veces para no agarrarla de los cabellos, extiendo mi mano para tocar la puerta y…

Mi mundo se viene abajo al encontrarme con un par de ojos azules.

Nicolás.

La respiración se me corta debido a la impresión de verlo con el cabello alborotado, la camisa abierta dejando lucir su torso desnudo y los pantalones sin abrochar. Los ojos se me hacen agua, quiero creer que esto es una pesadilla, un error, sin embargo, me fijo en la figura detrás de él… <<Camile>> La maldita hija de puta quien tiene la sábana envuelta en su cuerpo desnudo, el cabello negro despeinado y esa sonrisa de triunfo plasmado en su rostro.

Las lágrimas se me caen, la rabia me consume y vuelvo a mirarlo.

—Angie…

Le lanzo una cachetada y me regreso por dónde vine.

—Angie… Angie… ¡Ángela!

Decidida a seguir ignorando sus gritos, aprieto el botón del ascensor y por suerte este cierra antes que de él lo detenga.

No puedo creer que el amor de mi vida me haya traicionado de una manera tan cruel, haciendo añicos lo que quedaba de mi corazón. Siento que lo desconozco, que no es el Nicolás de quién me enamoré cuando solo era una niña porque no fue a los catorce, sino a los cinco años cuando me di cuenta de que era la persona más hermosa y maravillosa del mundo.

Lo sigue siendo.

No.

Ahora es la persona que ha destruido lo poco que quedaba de mí…

La cabeza comienza a darme vueltas, me siento mareada y un fuerte dolor se pronuncia en mi vientre, creo que no debí desvelarme toda la noche y encima por alguien que claramente no valía la pena. El ascensor se detiene, las puertas se abren y a las justas doy tres pasos, ya que tengo al extranjero frente a mí.

—Cómo que tardó mucho, señorita…

Ni siquiera termino de escucharlo, ya que mi mente se puso en blanco.

 

 

Me despierto estirando los brazos al sentirme como un bebe que ha dormido plácidamente por muchas horas. Doy un bostezo, ya no quiero pensar en nada ni nadie hasta que…, siento a alguien acariciar mis cabellos.

Unos ojos verdes me dejan incrédula.

— ¿Señor Torres?

— ¿Cómo te sientes? —él toca mi frente— Has dormido por mucho tiempo. Ya le pedí a la enfermera que busque al doctor.

— ¿Qué?

Observo alrededor y caigo en cuenta que estoy en una clínica. Bajo la mirada, la bata blanca que estoy usando lo confirma y el miedo me invade porque si me encuentro aquí es porque…

— ¿Mi bebé? —toco mi vientre, mis labios tiemblan al humedecer mis ojos— ¿Mi bebé está bien? ¡Respóndame!

—Tranquilízate. —roza mi mejilla con sus dedos— Tu hijo está perfectamente.

El alivio es inmediato. 

Si algo le pasara jamás me lo perdonaría y ahora siento que odio más a su padre y a su futura esposa. Por más que me duela lo que él me hizo, tengo que mantenerme serena. Las impresiones fuertes pueden ser fatales en mi estado, debo olvidar su daño, pero ¿Cómo? Si recuerdo esa escena y me ahogo en un llanto que no puedo contener.

Y eso es lo que justamente estoy haciendo en este preciso momento y delante del extranjero.

—No llores, Angie. —murmura— No es sano para tu bebé.

—Debo estar luciendo patética. —respondo, secando mis lágrimas— He estado tratando de ocultar mi embarazo a todas las personas que están en contra de lo que siento por el futuro presidente, incluyéndolo y al final, terminé desmayada entre sus brazos. Irónico ¿no?



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En el texto hay: esperanza, romance, drama

Editado: 17.04.2022

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