NICOLÁS
En algún momento de mi vida escuché que amar a alguien es lo más maravilloso del mundo, que te sientes como si tocarás el mismísimo cielo, pero que también duele de una manera en la que pareciera que te vas a morir, cayendo en un abismo que fácilmente nunca podrás salir.
Y pensar que creí era una tontería.
Y ahora mismo estaba sintiendo aquello.
Yo no quería amarte, tú me enseñaste a odiarte. Todos los besos que me imaginé vuelven al lugar donde los vi crecer…
Escuchar “Saturno” de Pablo Alborán no me está ayudando en nada, lo que sí apacigua mi dolor es la botella de ron que va circulando por todo mi sistema. Solo han pasado cinco días desde que se fue con ese hombre y ya siento como si hubieran pasado años desde la última vez que vi su hermoso rostro.
Por un instante me la imagino con él, haciendo todo lo que hacía conmigo. Los veo abrazados, dándose besos y caricias que me hacen hervir la sangre y, por ende, hago trizas el vaso. Me reparo la mano con los fragmentos que van cayendo junto a ese líquido color carmesí en el suelo. Dejo el dolor a segundo plano y me incorporo en busca de otro vaso para seguir bebiendo.
Los celos me están pasando factura, y voy a continuar de ese modo hasta que la tenga en frente. Necesito sus explicaciones, saber exactamente por qué demonios se fue en búsqueda del idiota de Sergio Torres.
A pesar de todo, de escuchar pestes sobre ella por parte de Camile y su madre, mis sentimientos permanecen intactos. El amor que siento por Ángela es demasiado grande, la amo desde que tengo uso de razón, por lo que es imposible que se apague.
El timbre de mi departamento suena lo que me hace dejar mi trago puro y ya me arrepentí de abrir la puerta sin preguntar.
— ¿Qué haces aquí? —pregunto con molestia. La veo y la ira me consume— No entiendes que tu presencia me jode el día.
—Te ves muy mal, Nicolás. —ella entra sin ser invitada— Tu madre y yo estamos muy preocupadas por ti.
No puedo evitar reír.
— ¿De quién será la culpa? —vuelvo a coger mi vaso— Eres tan hipócrita.
—Es injusto que me culpes de las bajezas de mi hermanastra.
— ¿Qué?
—Que no vale la pena que sufras por ella después de lo que te hizo.
La conchudez en su máximo resplandor.
No se de dónde demonios saco tanto autocontrol. Sí, entiendo que a una mujer no se le trata mal, mucho menos se le toca, pero la actitud de Camile amerita aquello. Su maldita obsesión solo me ha traído estragos en mi vida, se ha encaprichado conmigo y gracias a ello, perdí a la única mujer que amo.
Y aun así se atreve a echarle la culpa a ella.
Maldita perra.
—Sal de mi departamento ahora mismo.
—Pero Nicolás… —trata de acercarse más a mí y le pongo un alto. Sus ojos bajan y…— ¡Estás sangrando!
— ¡¿No me oíste?! —no resisto más y la tomo del brazo con brusquedad— ¡Lárgate!
Se pone fuerte, rogando que la escuche, metiendo a mi madre en sus súplicas. Ignoro cada una de estas y la boto, cerrando la puerta con fuerza. Solo por si se le ocurre hacer escándalos, alzo el volumen de mi equipo de sonido para luego volver a aventarme sobre el sofá.
Durante dos horas más continúo sumergido en esas canciones tristes que aprietan lo poco que queda de mi corazón. De un momento a otro me siento mareado, pálido, con náuseas que me provocan uno que otro arqueo, y no sé si se deba al desangre de mi mano.
Creo que debí curármelo.
— ¡Nicolás! ¡Nicolás!
Unos golpes resuenan en mi puerta, haciéndome sobresaltar. No es complicado el reconocer la voz de Armando y ni me pregunto qué hace aquí porque está más que claro sus intenciones.
Mi madre no lo logró con Camile y por ello, envió a su perro faldero.
A las justas, le abro la puerta y él me toma del antebrazo.
— ¡¿Sigues bebiendo?!
—No grites.
— ¡Tu mano tiene sangre! —exclama al darse cuenta.
—Ah, ¿Sí?
— ¡Menudo imbécil!
Él me arrastra hasta mi dormitorio y me ayuda a acostarme en mi cama para luego ir en búsqueda del botiquín. Solo pasan dos minutos cuando lo tengo de vuelta con la pequeña maleta en sus manos.
— ¡Auch! —me quejo al sentir ardor debido al alcohol— ¡Duele mucho!
—Agradece que no he mojado por completo el algodón. —menciona sin dejar de limpiar mi mano— Dices que no eres un niño y actúas como uno.
—Lo dices por… —me mira molesto— Ya no quiero seguir viviendo en este mundo de porquería, así que me pareció buena idea el de desangrarme.
—No digas estupideces.
—Soy sincero.
Él suspira.
Al terminar de desinfectar mi herida, envuelve mi mano con una venda y le coloca el esparadrapo. Sale de mi habitación, llevándose el botiquín y ahora regresa con un vaso de agua junto con un par de pastillas.
—Esto te ayudará a descansar un poco.
— ¿Dónde está mi botella de ron?
— ¿Es enserio?
—Quiero seguir bebiendo.
— ¡Ya deja de actuar así! —exclama con ira— Tu madre y yo estamos muy preocupados por ti. ¿Es tan difícil de comprender que nos importas?
— ¡Ja! Cuéntenme otro chiste.
—Basta de exagerar. —agrando los ojos— Ni que fuera la única en el mundo.
— ¿Exagerar? —Aprieto los puños debido al coraje de sus palabras. Como si perder a Angie fuera algo sin importancia— Pues no, no será la única mujer en el mundo, pero… ¡Para mí sí! —lo cojo del cuello de su camisa, mis ojos se humedecen poco a poco— Siento que muero, Armando. Que ya nada tiene sentido y es que todo de mí se lo ha llevado ella, el dolor me carcome, me asfixia y…
—Nicolás…
— ¡La necesito! —toco mi pulsera, recordando el día en que se la di y rompo en llanto— ¡Quiero al amor de mi vida devuelta conmigo! ¡Maldita sea!
Mi primo me da mi espacio, dejando que me desfogue y cuando siento que lo he soltado todo, seco mis lágrimas e intento levantarme. Él me detiene y su expresión se torna incrédula.