Cuando pienso que ya nada puede empeorar porque mi vida por fin da un rumbo mejor…
Aparece la bruja menor frente a mis ojos con esa prepotencia que siempre la ha caracterizado. Ella recorre mi cuerpo lentamente y el alivio se apodera de mí al recordar que me he puesto el mandil de Sole. No quiero ni pensar qué habría hecho si hubiera notado mi embarazo.
He vuelto a ser salvada sin imaginarlo.
—No puedo decir lo mismo… —observa alrededor— ¿Trabajas aquí?
—Si.
— ¿De mesera? —ríe bajo— Al fin, un trabajo digno de ti.
—De administradora… —sonrío tratando de no arrancarle la cabeza— Y así fuera mesera, no tendría nada de malo.
—Eso es porque a ti siempre te ha gustado ser una corriente.
Estoy conteniéndome porque se supone que es mi cliente a quién debo respetar. Si tan solo le hubieran enseñado valores y no a menospreciar a las personas.
— ¿Quién es ella, Cami? —se incluye una de sus amigas, mirándome como si le apestara— ¿Alguna ex mucama tuya?
—Si lo fuera, ni le hablaría, ¿no crees?
Las tres ríen.
No tengo porque seguir soportando sus desplantes.
— ¿Desean algo más, señoritas?
—Por supuesto. —Camile amplia su sonrisa y me extiende su mano derecha— ¿Qué te parece mi sortija?
El enorme diamante en su dedo anular no pasa desapercibido, gritando a los cuatro vientos que es ella quién se convertirá en la esposa de Nicolás Quecedo. Si esperó a que me desmayara, o me pusiera a llorar por la tremenda impresión, pues se jodió. A fin de cuentas, el que se case con él es lo que yo esperaba y debería estar besándome los pies y no alardear de algo que nunca tendrá.
Porque Nicolás nunca la amará.
—Disculpe, pero… —la miro apenada— Eso no está incluido en el menú.
— ¿Qué?
—El postre: “Qué te parece, mi sortija” no existe. —se le desencaja la mandíbula— Con permiso.
Me doy la vuelta y por suerte, Sole da señales de vida en dónde se me acerca para agradecerme y se encamina hacia el grupo de estúpidas. Nuevamente me posiciono en mi puesto de trabajo, tratando de calmar el coraje, enfocándome en otras cosas.
Podría concentrarme, sin embargo, sus risas escandalosas ponen de mal genio a cualquiera. Si en algún momento temió por mi presencia, debo decir que esos temores han desaparecido. Total, a ella le pertenecía ese anillo, no a mí.
Puedo oír el crujido de mi corazón.
Así yo lo haya aventado a sus brazos, no quiere decir que duela menos.
Después de una hora, las tres se incorporan y es Camile quién camina hacia a mí, a excepción de sus acompañantes que optan por salir para esperarla afuera. Le muestro una sonrisa cuando la tengo en frente y ella hace lo mismo.
— ¿Efectivo o tarjeta?
—Tarjeta negra ilimitado. —me lo entrega—Regalo exclusivo de papá.
Asiento.
Dejo que coloque su clave, y rezo mentalmente para que dé una vez se largue y no regrese más.
—Listo, señorita. —le devuelvo su tarjeta— Esperamos que vuelva pronto.
— ¿Crees que lo haré?
—No. —digo firme— pero es algo que siempre debo decirles a los clientes.
— ¿Tu padre sabe que trabajas aquí?
—En una pastelería, sí.
—Pero no en cuál. —niego con la cabeza— ¿Debería decírselo?
— ¿Te convendría hacerlo?
— ¿Por qué lo dices?
Es raro que tarde en comprender mis palabras. Cuando lo hace todo su semblante cambia, apretando los labios y también los puños.
—Es penoso que sigas pensando que aun te ama.
—No lo pienso. Sé que me ama. —Camile se pone rabiosa— Así que mejor me guardas el secreto y sigue con tus planes de matrimonio. No quisiera estropear tu tan anhelado día.
—Yo tengo el anillo de su abuela.
— ¿Y?
— ¡Es mío! —exclama un poco y le pido que baje la voz— Él será mi esposo y ya nada puedes hacer para impedirlo.
—No pienso impedirlo, hermanita. —toco su cabeza y ella quita mi mano con brusquedad— Relájate, respira y disfruta.
—No seas irónica.
—No lo soy. Pero te recuerdo que soy yo quien dejó a Nicolás y no por falta de amor, hay cosas que pesan más de las cuáles deberías aprovechar y no seguir perdiendo el tiempo en sacarme en cara que “Te ama” cuando ambas sabemos que no es así. —sigo— Él no solo se convertirá en tu marido, sino en tu infierno. Te odia, te aborrece y el que lo hayas alejado de mí, solo hace que ni quiera verte a la cara.
— ¿En serio? —cruza sus brazos— ¿Y por qué se acostó conmigo si odia verme?
—Eso deberías preguntárselo a él. —esbozo a una sonrisa— ¿Algo más en que puedo ayudarla?
—En nada. —saca un billete de su cartera y lo deja encima de mi puesto— Dudo que ganes bien en este negocio.
—No necesito tus limosnas, Camile.
Me mira de la cintura para arriba.
—Sí que lo necesitas.
Ella sacude su mano en modo de despedida y se marcha junto a sus amigas.
¡Maldita! Tuvo que recordarme que Nicolás me puso el cuerno con ella. Pero en parte tiene razón, si ese idiota le era tan indiferente, ¿Por qué acceder a…?
<<No recuerdo nada>>
Sus pretextos aun flotan en mi mente, es como si en el fondo quisiera creer en él. Porque mi corazón me dice que es incapaz de herirme tan fuerte, pero mi cerebro me grita que no sea tan imbécil, que yo misma lo vi y la imagen de los dos desnudos nunca se borrará de mi memoria.
— ¿Qué tanto hablabas con esa clienta, Angie? —Sole interrumpe mis pensamientos— ¿Era alguna conocida tuya?
—No. —doy un suspiro— ninguna.
Ella entrecierra los ojos, luce como si dudara de mis palabras y ante el llamado de otro cliente, lo deja pasar y corre a atenderlo. Tanto Sole y la señora Elena no son conscientes de mi “Triste” vida, por así decirlo. No quiero que tengan lástima por mí, ni tampoco que se metan en problemas por mi culpa. Lo único que saben es sobre mi embarazo, que me enamoré y que el padre de mi hijo está de viaje.