NICOLÁS
— ¿Sergio Torres?
—Así es.
Podría pensar que nuevamente es alguno de sus viejos trucos, que desean que la odie más y que me asegure de que ellos realmente tuvieron algo. El problema es que no han notado mi presencia, no tienen idea de que estoy escuchándolas, por lo que nada de lo que dicen es mentira.
Pero… ¿Por qué? ¿Cómo es que Ángela estaba con él cuando se supone que este recién ha llegado de su viaje? ¿Será que han estado manteniendo contacto todo este tiempo?
—Sabía que ese sujeto se moría por ella.
—Una gran ventaja para ti. ¿No lo crees?
Las dos ríen y yo siento que voy a explotar de la rabia por estos celos que me carcomen al imaginarlos juntos, cenando, sonriendo y… ¡Aj! Inhalo y expulso aire antes de romper todo a mi paso. Ojalá que mi madre no venga a buscarme porque soy capaz de mandarla a la mierda.
—Por lo menos, no hablo mucho con su padre. —menciona Camile— ¿Te imaginas lo que él haría si se entera de que hace meses sé dónde su hija trabaja?
— ¡¿Cómo?!
Me importó un carajo interrumpir su conversación al saber que estas dos sabían su paradero y lo habían mantenido oculto. Claro, era algo que no les convenía decir, ni siquiera a Michael Ruiz.
—Nico…
—Así que todo este tiempo has sabido en dónde estaba tu hermanastra… —ambas se miran entre ellas y lucen nerviosas— No me sorprende que me lo hayas ocultado, pero… ¿A tu padrastro?
—Ellos mantenían comunicación…
—Si, pero él no tenía idea de cuál era su dirección, ¿O sí?
Ella separa sus labios para hablar, sin embargo, su madre se entromete.
—Esto es un tema que no te compete, Nicolás.
—Se equivoca. Todo lo de Ángela me interesa.
—Vas a casarte con mi hija…
—Sí, pero eso no cambia el hecho de que ame a otra. —me fulmina con su mirada. Poso mis ojos en Camile— ¿Dónde está? ¡Dímelo ahora!
— ¡Jamás! —exclama al borde de las lágrimas— No me lo callé en vano, ni tampoco me arrepiento de haberlo hecho. A fin de cuentas, nos casaremos en unos días. —hago una mueca— Sé que no me amas, pero con tal de que ella no te tenga y yo sí, me doy por bien servida.
Camile pasa por mi lado, levantando su vestido para salir de allí.
—Sino me lo dices, me comunicaré con tu padrastro. —se detiene y su madre agranda los ojos— Estoy seguro de que lo que tengo por decirle, le interesara mucho.
Me doy la vuelta, listo para irme y…
—No lo hagas. —Laura me frena— No es necesario que hables con mi esposo porque… —da un suspiro— mi hija te dará la dirección de esa pastelería.
¿Pastelería? ¿Ángela vende pasteles?
— ¡No me pidas eso, mamá!
—Tienes que hacerlo o qué, ¿Quieres que mi matrimonio se destruya?
— ¿Y el mío?
—Todo estará bien.
—Pero…
— ¡Dáselo!
A Camile se le caen las lágrimas del enojo, se encamina hacia una mesa en dónde coge un lapicero y escribe la bendita dirección sobre un papel. Siento que estoy volviendo a renacer, que no fue en vano tanta espera porque finalmente volveré a verla, la tendré en mis brazos y la besaré hasta quedarme sin aliento.
Ella me entrega aquel papel y yo regreso al probador a quitarme el tonto traje de novio. No pienso perder más el tiempo, ya he esperado demasiado como para distraerme con unas fotos que nunca verán la luz del sol.
Salgo de ese estudio apresurado, sin despedirme de mi madre porque fácilmente me arrastraría de regreso. Tomo el primer taxi que veo y le pido al conductor que vuele como un trueno. Estoy tan ansioso, mis dedos no pueden dejar de moverse y es que mi corazón no deja de saltar de alegría por haber recibido este rayito de esperanza.
—Llegamos, joven.
Ni cuenta de los minutos que pasaron, solo pago el viaje y salgo del auto.
—Era cierto.
Al parecer Camile había dicho la verdad cuando mencionó que Ángela trabajaba en una pastelería. Es la estructura que mis ojos ven y debo decir que se ve muy moderna, al estilo de chicas que solo quieren tomar el té.
Y pensar que me maté buscándola en cruceros y en otros hoteles.
¿Será camarera?
No lo pienso mucho y me incluyo en la pequeña fila. Los nervios me matan, creo que no debí venir tan formal, colocarme un par de lentes oscuros para así no asustarla. Si no ha dado señales de vida durante tantos meses, es porque no ha querido ser encontrada. Ahora me voy a aparecer delante de ella como un fantasma y fácilmente podría colapsar.
¿Qué debería hacer?
Los minutos corren y por fin, llega mi turno.
— ¿Mesa para uno o esperará a alguien?
Me pregunta una chica pelirroja, bien bajita.
—Solo para mí.
—Sígame, por favor.
La sigo sin dejar de mirar por todos lados.
No hallo lo que busco.
¿Podría ser posible que esta no sea la pastelería correcta?
Me acomodo en la silla y ni ganas de ver la carta de postres. Creí que la vería ni bien pisaba este lugar, pero solo he recibido una cachetada mental por ser tan idiota al creerle a la más mentirosa de todo el mundo.
— ¿Desea que le recomiende algún pastelito?
—Ah… —asiento.
—Lo más rico de aquí es el pie de limón. —sonríe— Le aseguro que lo va a amar.
—De acuerdo.
Quizás necesito un poco de dulzura en mi vida después de tanta mierda.
Doy un suspiro.
La chica de curvas perfectas que me tienen loco no está… ¡No está aquí! Y yo ya no sé cómo seguir lidiando con tanto sin tenerla a mi lado. La necesito, extraño su aroma y lo suave de su piel.
—Aquí tiene. —la mesera me deja el plato sobre la mesa— Si desea algo más, no dude en llamarme. Soy Sole.
—Gracias.
Ella se marcha a seguir atendiendo a otros clientes y yo opto en probar el pastelito que se ve bastante apetito…
“¿Sabes cuál es el ingrediente secreto para que el pie de limón te quedé riquísimo, Nicolás? Es… ponerle harto amor.”