"¿Por qué las personas se alejan? ¿Por qué yo también me alejo? ¿Por qué no puedo retener una amistad? ¿Por qué no puedo terminar un proyecto cuando lo comienzo? ¿Por qué he fracasado en donde otros han tenido éxito?".
La luz era tenue y el frio tímido que emergía de entre las paredes parecía ser igual. Ángelo se hacía algunas preguntas antes de comenzar su terapia. Necesitaba estar seguro de que es eso que iba a buscar, para saber cómo enfrentarlo, con cual método solucionarlo, y si era que acaso tenía solución.
La mente humana es compleja; lo que nos hace ser individuos complejos. Y no estamos hablando de esa complejidad en cuando al diseño como seres excepcionales, únicos en el planeta, que de vez en cuando imaginamos que somos únicos en todo el universo. Imitamos a Dios, en nuestros frustrados intentos fallidos, pero no podemos socializar armoniosamente con otros seres parecidos a nosotros, o que intentan serlo.
Eso era algo que Ángelo tenía claro, y necesitaba encontrar el origen de ese problema, ya sea fuera o dentro de sí, en cualquiera de esos rincones inhóspitos, inexplorables, de esa parte tan confusa de todo su cuerpo: su mente.
El Psicólogo, era paciente. También era parte de aquel escenario que, en silencio, ceñía su temple buscando respuesta antes de comenzar.
El sillón aguardaba, y luego de mirarse en el espejo, Ángelo, se recostó en el. No sin antes decir unas palabras más:
"Hoy Emmy me dijo que quería ver un loquero. Le pregunté que para qué. Ella se rio y me dio la espalda. Luego le dije que podía hablar conmigo, después de todo somos una pareja que nos comunicamos todo, o por lo menos eso pienso yo".
De momento hubo un largo silencio. Nada ni nadie opinó sobre aquellas palabras.
El escenario, estaba listo.
"Tronaré mis dedos tres veces, e iré contando en cuenta regresiva de diez a cero, cuando escuches el tercer tronar de mis dedos comenzará ese viaje dentro de ti, relájate y respira profundo".
Pronto el silencio abordó el lugar, nueva vez. Y el frio fue menos complaciente. Un reloj zigzagueaba, colgado en la pared y, repentinamente, se detuvo.
Pero no fue lo único que se detuvo en ese instante: Se detuvo el latido; se detuvo la respiración; se detuvo la luz que se colgaba desde el techo y que se reflejaba en el rostro de Ángelo. Se detuvo la mirada y en ese instante, cuando ya todo se sentía como que se perdía, el último chasquido de los dedos regresó la conciencia, allí, en la dimensión de la inconsciencia.
Ángelo, abrió los ojos, ya no sentía ese frio que era parte integro de la decoración de aquel consultorio. Observó el reloj, detenido y pronto una niebla de dudas invadió su mente. La luz, antes tenue casi desapareció y, por un segundo, Ángelo, tuvo miedo.
Entonces se colocó sobre sus pies. Miró el sillón vació, en donde imaginó que estaba el Psicólogo. Luego volvió su mirada hacia el sillón donde imaginaba que estaba él, y allí pudo verse, recostado, en su transe, listo para comenzar el viaje, y entonces, escuchó una voz.
"Relájate. No tengas miedo. Respira con calma".
Ángelo buscaba el origen de la voz pero solo podía verse a sí mismo recostado en el sillón. En aquel momento sintió que le faltaba la respiración.
"Respira, con calma", dijo la voz.
Y a la sazón, distante, vio como su cuerpo obedecía y sentía dentro de sí la respiración.
Aún no lograba ver de quien era la voz que le hablaba, pero ya se sentía seguro, más calmado. Lentamente se sentó en el sillón en donde imaginaba que estaba el Psicólogo pero que estaba vacío. Volvió a mirarse. Una duda lo invadió.
"Tengo que irme, pero, ¿a dónde iré? estoy en el mismo lugar, nunca imaginé que cuando estuviera dentro de mi cabeza estaría en este consultorio".
De inmediato, luego de decir para sí estas palabras, Ángelo se levantaba de la silla y caminaba en dirección a la ventana. Miraba por ella. No lograba ver, más que una densa niebla que ocultaba todo el entorno de aquella ciudad, o de lo que Ángelo, en su estado dimensional, imaginaba que era.
Fue cuando dio unos pasos atrás y volvió su mirada hacia la puerta. Sintió el deseo, luego la necesidad de abrirla. Procuró unos pasos hasta ella y tomó en su mano el manubrio. Lo pensó. Pero no le abrió.
"No temas, ábrela", decía la voz, "si te quedas encerrado aquí no encontraras nada, no encontraremos nada, cruzar la puerta es el primer paso para que podamos escalar tus niveles de conciencia".
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Editado: 30.11.2018